HAWKINS

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Después de que mi padre se casase con una mujer totalmente opuesta a mi madre, decidieron mudarse de la grandiosa ciudad en la que vivíamos, California, sin contar con la opinión de ninguno de nosotros, sus hijos. Hawkins, un pueblucho pequeño del que tratan de convencernos de que es increíble, pese a que todo lo que hemos escuchado de él es absolutamente nada, es decir, nadie sabía de la existencia de ese pueblo hasta ahora. Llegamos al lugar cada uno en su coche, agradecí no tener que ir con mi padre durante el viaje porque en ese momento no me apetecía verle la cara. Aquel hombre no sabía tratar bien a nadie, solo a su nueva esposa y a su hijastra, Maxine.

Entramos dentro de nuestra nueva casa, era muchísimo más vieja que la que teníamos antes, y estaba un poco rota por fuera, además, tenía un porche bastante feo. Podía escuchar a mi hermano quejarse desde la otra punta, y no me sorprendía porque, al igual que yo, no quería estar en este sitio. Cada uno de nosotros se instaló en una habitación distinta, por suerte había una para cada uno porque no pensaba compartirla con nadie, era lo último que me faltaba. Billy no tardó demasiado en venir hasta mi habitación a darme una de sus locas ideas, eran esas que cualquiera creería que son en broma, pero cuando él lo decía era completamente en serio.

—¿Y si nos volvemos esta noche a California?

—¿Y dónde nos quedaríamos?

—En nuestra casa —respondió como si fuese lo más normal del mundo.

—Ya, claro, llamamos a la puerta y nos abrirán los nuevos dueños, ¿qué decimos ahí? ¿Qué nos hemos escapado? —reí sarcásticamente.

—Los sacamos de allí, es nuestra casa.

—Era, era nuestra casa, Billy.

Mi hermano se quedó callado, me miró con el ceño fruncido y salió de mi habitación pegando un portazo.

Miré por la ventana, las vistas eran igual de horribles que la casa, la cerré para evitar deprimirme más de lo que ya lo estaba, todo allí era una mierda. Escuché como Susan nos llamaba desde el salón para que fuésemos a cenar, bajé sin ningunas ganas, ni siquiera tenía hambre. Nos sentamos todos alrededor de la mesa en completo silencio, Max me miró temiendo lo que pasaría, porque todos allí teníamos más que claro que mi padre soltaría algún comentario o pregunta estúpida y Billy saltaría cabreado. Susan sirvió la comida y empezamos a comer mientras esperábamos impacientes la discusión.

—Gracias, Susan —dijo mi padre.

—Sí, gracias Susan —contestó Billy en un tono burlón.

Papá le lanzó una mirada asesina a Billy, quien le sostuvo la mirada fríamente.

—No vuelvas a hablarle así —soltó.

—Si no fuese por ella y su hijita, no estaríamos aquí, en un pueblo de mierda, que probablemente no aparece ni en el mapa —gritó.

—Billy... No empieces —papá apretó los puños.

—¡Todo esto lo has empezado tú trayéndonos a este sitio!

—¡Basta! —chilló.

—¿Y por qué? ¿Acaso es mentira?, tú nos has traído aquí sin molestarte en preguntar si alguno de nosotros queríamos, ni siquiera la pequeña zanahoria quería venir aquí.

—No hables así de tu hermana —dijo papá.

—Hermanastra —le corrigió Billy—, yo solo tengo una hermana, a quien tampoco le gusta este sitio.

Billy me miró para qué aportará algo a esta conversación.

—Es cierto que es una mierda —contesté.

—Brook, no empieces tú también.

—Solo soy sincera, no te ha importado si queríamos venir o no, si ahora nos quejamos no tienes derecho a molestarte.

—¡No quiero escuchar ni una palabra más! —pegó un golpe en la mesa.

—Todo esto es una mierda —soltó Max para después marcharse a su cuarto.

—¿A ella no le vas a decir nada? —se quejó Billy, para después irse él también a su habitación.

—Billy, regresa aquí —papá intentó detenerle, pero este le ignoró.

Miré con decepción a nuestro padre y me marché, no tenía ganas de estar allí sola con ellos y escuchar cómo se lamentaban por lo que habían hecho, al fin y al cabo no iban a cambiarlo. Cogí el pijama y fui directa al baño para darme una ducha caliente, me quité la ropa vieja usada para la mudanza y abrí el grifo, pero en el momento en que me metí dentro y el agua tocó mi cuerpo descubrí que ni siquiera había agua caliente todavía en aquella casa. Pegué un grito ahogado y cerré el grifo, con cuidado lo volví a abrir e intenté acostumbrarme a la temperatura, el agua estaba helada. No tardé ni quince minutos en salir y cubrirme con una toalla debido a que estaba tiritando. Después de vestirme y secarme el pelo, salí y avisé a mi padre con un grito de que no había agua caliente, pero este no respondió nada, supuse que decidió pasar de nosotros para no iniciar una discusión más. Me tumbé en la cama mientras miraba al techo deseando que todo eso fuese una pesadilla, pero para mi desgracia no lo era porque la mañana siguiente me despertaría en aquel mismo lugar y tendría que ir al instituto, el cual estaba segura de que sería igual de penoso.

STRANGER THINGS 2Where stories live. Discover now