La acusación y molestia hacia Werner es clara en su voz y expresión.

Sonrío, arrogante.

—¿Qué quiere que le diga, Comandante? La vida de un héroe no es nada fácil— atraigo su atención.

Me contempla y luego, una sonrisa fría llena sus labios.

—Ahora que lo mencionas, felicidades por tu hazaña, Dankworth. Gracias a tu acción, nadie se atreverá a sospechar de tus verdaderas... raíces.

Mi sonrisa no flaquea cuando la voz que me atormenta cambia la palabra "hazaña" por "falla".

Dios quiera que nunca lo descubran — finjo una mueca de preocupación.

El comandante Michael no se da cuenta, pero el apretón en mi cintura me avisa que no a todos se les pasó desapercibida la burla en mis palabras.

Me muerdo el interior de la mejilla para no reír y, de pronto, me quedo quieta y el hombre a mi lado se tensa aún más.

Michael tiene los ojos clavados en la mano en mi cintura y de nuevo, ese brillo sospechoso y calculador que no entiendo, vuelve a su rostro.

Por un momento, creo que va a darse cuenta que Werner y yo tenemos un trato y nos acusará de traición. O bueno, a su hijo, ya que lo mío no contaría como traición.

¿O sí?, bueno, no sé, me da igual.

Pero ese momento pasa de largo cuando vuelve a su completa tranquilidad, dejando de mirar el lugar en el que el cuerpo de Werner y el mío se tocan.

Hhmm...

—Vine desde Washington porque necesito hablar contigo— se dirige a su hijo, yendo al grano—. Y no es algo que pueda esperar.

Lo inflexible de su tono deja en claro que no piensa recibir un "no" de Werner.

El General esconde cualquier emoción de su padre cuando asiente.

—Primero llevaré a Dankworth a su habitación.

El comandante mira entre ambos, asintiendo lentamente.

—Muy bien, te esperaré en mi oficina. No tardes— se prepara para irse luego de esa orden seca y al dar un paso atrás, se detiene. Gira el rostro hacia mí y con una sonrisa que podría catalogarse como escalofriante, dice—. Qué te mejores, Dankworth.

Después de su inexpresivo deseo, se va y no nos movemos hasta que lo vemos desaparecer detrás de un edificio.

—¿Crees que sospeche?— murmuro. No hace falta añadir lo que creo que sospecha.

Werner sacude la cabeza, negando.

—No lo creo.

Señala con la cabeza hacia el frente y comenzamos a caminar, o bueno, él lo hace. Mis pies apenas rozan el suelo. Werner me tiene pegada a su costado y me alza levemente, de una manera que no planto del todo mis pies sobre la superficie.

No me quejo. Me encuentro demasiado cansada como para pelear.

—¿Cómo estás tan seguro? ¿Borraste todo lo que hicimos de las cámaras de seguridad?

—Solo las imágenes de cuando nos dirigimos a ese edificio. Aunque no lo creas, las salas de entrenamiento se consideran, de alguna manera, un lugar íntimo— levanto la cabeza, mirándolo y esperando a que se explique. Sus ojos bajan a mis labios por un segundo y luego, vuelven al camino—. Para los soldados, el entrenamiento es como un tipo de terapia. Hay soldados que se encierran por horas dentro de esas salas, queriendo estar solos con sus demonios internos. El comando respeta esos momentos de vulnerabilidad, de manera que no ponen cámaras dentro para no hacerlos sentir observados mientras lidian con sus mentes.

INMORAL-[En Proceso]Where stories live. Discover now