━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐈𝐗: El canto de las valquirias

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Así pues, se concretó llevar a cabo el concilio ese mismo día, antes de que se pusiera el sol. Y también se acordó realizar un intercambio de rehenes para demostrar la buena fe de ambas partes hasta que dicha asamblea tuviera lugar. De este modo, Hvitserk se intercambió con Halfdan y, aunque las fricciones iniciales fueron evidentes, tanto Björn como Ubbe intentaron disuadir al menor para que recapacitara y no luchase contra ellos.

Aunque Hvitserk fue muy claro a la hora de decirles que no se arrepentía de haberse quedado con Ivar y que jamás se pondría del lado de la mujer que había asesinado a su progenitora. Que su destino iba más allá de eso, de estar siempre a la sombra de sus hermanos mayores.

Y ahí estaban ahora, varias horas después; en aquella misma llanura donde habían estado frente a frente los dos ejércitos. Lo habían dispuesto todo para que la reunión fuera lo más amena posible, colocando varias sillas con el objetivo de que los debatientes estuviesen cómodos durante la disputa. A su alrededor, formando un amplio círculo, varios guerreros y escuderas —cada uno respaldando a sus líderes correspondientes— portaban los estandartes de Harald y Lagertha. A pesar de que se trataba de un cónclave pacífico, todos ellos iban armados, con sus espadas largas colgando de sus cinturones de cuero. Listos para intervenir en caso de que fuera necesario.

Pero, para Drasil, lo peor no era la tensión que cargaba el ambiente o la incertidumbre de no saber cómo terminaría aquello, sino el hecho de haberse reencontrado con Astrid de esa manera tan cruel e injusta: como rivales.

La morena, que permanecía acomodada a la derecha de Harald —el que ahora era su esposo—, lucía... diferente. Pese a que llevaba puesto un peto de cuero endurecido, la hija de La Imbatible la veía más delgada, con los pómulos y las cuencas de los ojos más marcados de lo habitual. Tenía el pelo mucho más largo, de ahí que lo llevase recogido en una intrincada trenza que resaltaba sus facciones, y evitaba establecer contacto visual con cualquiera de ellos, como si no quisiera enfrentarse a los que una vez fueron sus amigos y conocidos.

Drasil había cruzado más de una mirada con Eivør, quien, a juzgar por la expresión de su rostro, se sentía igual de indispuesta que ella tras aquel amargo reencuentro.

—Si estamos aquí reunidos es porque ambos bandos contamos con tantos guerreros y armas que debemos decidir si luchar o llegar a un acuerdo que nos permita seguir viviendo con integridad y honor —pronunció Piel de Hierro, rompiendo el aciago silencio que se había instaurado en la planicie. Junto a él, Lagertha, Kaia, Ubbe, Halfdan, Torvi, Eivør y Drasil no perdían de vista a Ivar, Harald, Astrid y Hvitserk, quienes se hallaban sentados frente a ellos, a una distancia prudencial—. Es por eso que me dirijo ahora a mis hermanos: Ivar, Hvitserk. —Primero observó al Deshuesado, que lucía inexpresivo, y luego al que hasta hacía unos minutos había sido un rehén en su asentamiento—. Olvidemos nuestras diferencias, no sigamos adelante con esto. Por Ragnar, nuestro padre.

Drasil paseó la mirada por cada uno de sus adversarios, analizándolos detenidamente. La figura de Ivar exudaba poder y cinismo, además de retorcida maldad. Cabello Hermoso parecía tomárselo todo a broma, como si estuviera convencido de que, de llegar a producirse un enfrentamiento, la victoria sería suya. Hvitserk estaba serio, rumiando lo que su hermano mayor acababa de decir. Y Astrid... Astrid hacía todo lo posible para aparentar lo que no era: una mujer que había cortado cualquier tipo de lazo con su pasado en Kattegat.

La castaña la conocía lo suficiente como para saber cuándo algo atormentaba a su amiga de la infancia, con quien había vivido y compartido infinidad de momentos, y los iris turquesa de Astrid destilaban una pesadumbre demoledora. Puede que ninguno de sus acompañantes lo percibiera, pero la antigua pupila de Lagertha no se sentía cómoda allí. Solo había que fijarse en su postura, en cómo permanecía encogida sobre sí misma, como si no quisiera llamar excesivamente la atención.

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