Prólogo

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«Necesito vacaciones con suma urgencia», pienso mientras hago mi rutina de todas las mañanas: ir al baño, cepillarme los dientes, darme una ducha entre quejas porque la maldita calefacción no anda, tomar un té de manzanilla con pan y salir corriendo porque llego tarde a la empresa.

Después de dos colectivos y un taxi, siento que los pelos ya se me caen del estrés. No puedo creer que trabajo hace tres años en una agencia de viajes y aún no tuve vacaciones, ¡ni siquiera me regalan cupones de descuento en clase turista!

La rutina en la agencia de viajes es agotadora. Atender a clientes que quieren organizar sus escapadas soñadas, resolver problemas con las reservas, y lidiar con los cambios de itinerarios se ha convertido en una especie de tormento diario. Sin mencionar las reuniones interminables y las exigencias de mi jefe, Alejandro, quien siempre parece estar un paso por delante de todos y espera que todos sigamos su ritmo.

Finalmente, llego a la oficina, apenas a tiempo para evitar una regañada de Alejandro.

—Buenos días —saludo con una sonrisa forzada, intentando disimular mi falta de entusiasmo.

Alejandro me lanza una mirada rápida y asiente con la cabeza, sin decir una palabra. A pesar de que llevamos trabajando juntos tres años, nunca hemos tenido una relación cercana. Él es un jefe distante y exigente, y yo soy simplemente su empleada, intentando sobrevivir en este mundo caótico de la industria turística.

Las horas pasan lentamente y las solicitudes de los clientes no cesan. Cada vez que escucho a alguien hablar sobre sus próximas vacaciones, me da un pinchazo de envidia. A veces, cierro los ojos y me imagino en una playa paradisíaca, con el sol acariciando mi piel y el sonido de las olas meciendo mi alma, pero rápidamente vuelvo a la realidad y me enfrento a la cruda verdad de que, por el momento, eso es solo un sueño lejano.

Mi compañera de trabajo, Lisa, se acerca a mí con una mirada conspiratoria en los ojos. 

—Te tengo un chisme recién salidito del horno —susurra, como si estuviera a punto de revelar un gran secreto.

—Ah, ¿sí? ¿Qué chisme? —pregunto con curiosidad, esperando algo emocionante que rompa la monotonía del día.

—Escuché que Alejandro se va a casar —dice bajando la voz aún más.

Mis ojos se abren de par en par, sorprendida por la noticia. ¿Alejandro casándose? ¡No puedo creerlo! Siempre lo vi como un soltero empedernido, dedicado por completo a su trabajo.

—¿En serio? ¿Casarse? ¿Cuándo va a pasar eso? —quiero saber, intrigada por esta nueva faceta de mi jefe.

—No sé los detalles exactos, pero parece que será pronto. Dicen que su familia está organizando un evento súper importante y quieren conocer a su futura esposa —replica Lisa con una mezcla de emoción y curiosidad.

Me quedo pensativa, imaginando a Alejandro en su boda. ¿Cómo será su futura esposa? ¿Qué tipo de mujer podría conquistar el corazón de mi enigmático jefe? Por un momento, me encuentro fantaseando con la idea de conocer a la futura señora de la agencia de viajes, pero rápidamente sacudo la cabeza, desechando esos pensamientos absurdos.

El día sigue su curso, pero la noticia sobre el casamiento de Alejandro no deja de rondar en mi cabeza. ¿Cómo será la mujer que logró atrapar su atención? Quizás sea una de esas mujeres sofisticadas, con una sonrisa encantadora y una personalidad arrolladora. Suspiro con resignación, recordándome a mí misma que esa parte de su vida no me incumbe en absoluto.

Después de una agotadora jornada, finalmente termino mi trabajo y me dispongo a salir de la oficina, aunque ni siquiera logro tocar el pomo de la puerta que mi jefe llama mi atención aclarándose la garganta.

—Señorita Rivera, antes de que se vaya, necesito verla en mi oficina ahora —resuena su voz autoritaria a través del recinto ya vacío.

Suspiro profundamente, sabiendo que no tengo más remedio que obedecer. Doy media vuelta y camino por el pasillo hacia su despacho, sintiendo el nudo en mi estómago crecer con cada paso. Abro la puerta y entro, encontrándolo de pie junto a la ventana, mirando fijamente el paisaje urbano y el atardecer a lo lejos.

—Tomá asiento, por favor —me indica con un gesto, pero sin desviar la mirada.

Me acomodo en el asiento frente a su imponente escritorio, con mi cuerpo tenso y la mente llena de preguntas. Trago saliva con fuerza, ¿acaso hice algo malo? ¿Qué querrá esta vez? ¿Alguna tarea urgente? ¿Un proyecto imposible de realizar en tiempo récord?

—Isabel, necesito tu ayuda —comienza con un tono inusualmente suave, y lo que más me sorprende es que me está tuteando.

Lo miro con curiosidad, sin saber qué esperar. Alejandro es conocido por su naturaleza reservada y estricta, pero en este momento parece diferente, casi vulnerable.

—Mi familia está organizando un evento que se llevará a cabo en una semana, y están presionándome para que me case. Quieren conocer a mi esposa —confiesa, pasando una mano por su cabello oscuro y perfectamente peinado. Da media vuelta y me mira con interés.

Mis ojos se abren a más no poder y contengo un impulso de reír. Entonces los rumores son ciertos. No puedo imaginar a Alejandro casado, mucho menos enfrentando la locura de una boda. Sin embargo, decido mantener la compostura y escuchar lo que tiene que decir.

—El problema es que no tengo una esposa —continúa, suspirando—. Y no quiero involucrar a nadie en mi vida personal.

«Entonces, ¿cómo puedo ayudarte?», pienso, confundida por la situación. No me animo a hacer la pregunta en voz alta, Alejandro siempre ha sido reservado y distante, por lo que su confesión me toma por sorpresa. Nota mi reacción y se aclara la garganta.

—Estaba pensando en una solución... temporal —dice, levantando una ceja intrigante—. ¿Podrías acompañarme a una especie de luna de miel ficticia? Te voy a llevar a un lugar paradisíaco durante una semana y solo vas a tener que hacer de cuenta que sos mi esposa. A cambio, vas a tener unas vacaciones pagadas.

Mis ojos se abren aún más ante su propuesta inesperada. ¿Una luna de miel falsa con mi jefe? La idea es descabellada, pero al mismo tiempo tentadora. ¿Qué tengo que perder?

—¿Por qué yo? —quiero saber. No creo ser su tipo de chica, ni tampoco parezco muy interesante.

—Sos la que más tiempo lleva trabajando en esta empresa, creo que puedo confiar en vos. Además, sos la única que no tiene hijos y que está soltera... ¿o me equivoco?

—Es cierto —contesto de inmediato, hasta mis amigas me apodan "la solterona"—. ¿Y cuáles serían las condiciones de este... acuerdo? —pregunto, tratando de parecer indiferente.

Alejandro se acerca a su escritorio, abre un cajón y saca un contrato, que luego despliega frente a mí. ¿Acaso ya tenía todo preparado? Al leer las cláusulas, mi sorpresa aumenta aún más.

—Primero, nada de besos —dice, señalando la primera cláusula—. Segundo, mantendremos una relación estrictamente laboral durante toda la estadía —agrega, pasando su dedo por la segunda cláusula—. Y tercero, no compartiremos la misma habitación —concluye con su mirada gris, fija en la mía, esperando mi respuesta.

Tomo un momento para procesar todo lo que acabo de escuchar. Es una propuesta extravagante, pero también una oportunidad única para unas vacaciones inolvidables en un lugar paradisíaco. Además, ¿qué tan difícil sería fingir ser su esposa por una semana?

Tras un momento de reflexión, levanto la mirada y lo miro directamente a los ojos.

—Acepto tus condiciones —digo con determinación, extendiendo mi mano para sellar el trato.

Alejandro sonríe, satisfecho, y estrecha mi mano.

—Excelente. Entonces, Isabel, preparate para unas vacaciones inolvidables —dice con una chispa de emoción en su voz—. Salimos mañana por la tarde, y no necesitas llevar equipaje.

Eso último me causa un poco de inseguridad, pero prefiero no decir nada. Me basta con las vacaciones. 

Con el contrato firmado y lista para la aventura, me pregunto qué me deparará el destino en ese paraíso exótico.


Luna de miel por contratoWhere stories live. Discover now