Arthit sacó la tarta del congelador para ponerla en hielo una última vez cuando la puerta principal se abrió y Kongpob entró en la sala de estar. Arthit se congeló.

No se suponía que pasara de esta manera. No estaba listo para la sorpresa todavía.

—Estás en casa. —Arthit dejó la tarta en la encimera. Tenía el cuenco de glaseado casero a un lado. —No... no pensaba que llegarías más temprano.

—Me propuse salir temprano hoy. El estrés está empezando a afectarme. Necesitaba algo de espacio. —Kongpob desabrochó su chaqueta y se aflojó la corbata mientras cruzaba la sala. —Huele muy bien por aquí. ¿Qué has estado haciendo hoy?

Llegó hasta el mostrador que dividía la cocina de la sala de estar y vio la tarta, se paró en seco.

—Yo... quería que fuera una sorpresa, —Arthit murmuró. —Pensé que tenía más tiempo para tenerlo listo. Tenía la cena pensada, también. Iba a hacer algo delicioso, tengo carne para bulgogi marinándose desde esta mañana.

—¿Para mi cumpleaños? —La voz de Kongpob era contenida. —¿Cómo lo supiste?

—Tu madre llamó hoy y dejó un mensaje preguntándote que querías hacer. Pensé que nosotros podíamos celebrarlo esta noche. —De repente no parecía tan buena idea. Arthit encogió los hombros y miró la tarta. —No sabía qué regalarte y pensé que tal vez podía hacer algo especial, y podríamos hacer algo juntos, como hiciste tú cuando volví de las vacaciones.

Su corazón quería partirse por la mitad y su mente le gritaba que había sido un tonto por salirse de su camino para hacer algo como esto. Kongpob era su compañero de casa, pero también era su empleador. Su relación era profesional, no importaba cuanto Arthit deseara lo contrario.

Había sido una mala idea desde el principio y ahora iba a pagar por ello. Kongpob no quería pensar en su cumpleaños. Se había extralimitado y lo había enojado.

Kongpob rodeó el mostrador para entrar a la cocina. Se colocó detrás de Arthit. El calor de su cuerpo calentó la espalda de Arthit y luego, de repente, los brazos de Kongpob están envueltos alrededor de su cintura.

Arthit estaba seguro de que estaba soñando. No había forma de que esto fuera la vida real.

—¿Dónde está Dae? —Kongpob preguntó, su voz tan baja y nacía tan cerca del oído de Arthit que Arthit no pudo soportarlo. Separó sus labios en un jadeo mudo y cerró los ojos.

—En su habitación.

—¿Y el vigila bebés?

—Tengo el pequeño enganchado en la hebilla del cinturón, —susurró Arthit. Las palabras cayeron de sus labios, demasiado pesadas para llevarlas. No tuvieron que ir muy lejos, la nariz de Kongpob cepilló el pliegue de su oreja, y todo lo que pudo hacer Arthit fue tratar de no colapsar cuando sus rodillas se volvieron de gelatina.

—Bien. —Kongpob frotó su barbilla contra un lado de la mejilla de Arthit y los brazos alrededor de su cintura se estrecharon. Repentinamente, se encontró dado la vuelta y su espalda contra el mostrador. Encaró directamente a Kongpob, tan cerca que sus cuerpos estaban casi a ras. — Ahora mismo, solo quiero que seamos nosotros dos.

No había nada de inocente en lo cerca que estaba de él Kongpob. No había nada inocente en el tono de su voz. El sonido de su voz se atenuaba por la excitación y sus ojos estaban parcialmente entreabiertos en una manera que gritaba sexo.

Arthit lo quería.

Desesperadamente.

Kongpob lo acercó más, y cuando Arthit levantó la barbilla para ver qué estaba haciendo Kongpob, Kongpob le robó un beso directamente de sus labios. El contacto fue impactante. Sacudió a través de Arthit, corriendo hacia abajo haciendo que los dedos de sus manos hormiguearan y se curvaran los dedos de sus pies. Su polla cobró vida. Y cuando Kongpob llevó el beso más lejos, reanudándolo con más energía que antes, Arthit lo recibió y le regresó su pasión.

Sabía que no debía, pero no pudo contenerse. Quería a Kongpob desde el segundo que entró por la puerta para hacer la entrevista y no se podía reprimir ahora.

Kongpob abrió los labios. Con un zumbido bajo, Arthit obedeció y permitió que su cuerpo fuera dominado. La lengua de Kongpob se deslizó en su boca y se encontró con la punta de la suya, y la excitación de Arthit se volvió tan ardiente que se estalló en llamas.

Cuando sus labios se separaron, la mandíbula de Arthit estaba dolorida, pero todavía sentía que era demasiado pronto. Gimiendo, buscó los labios de Kongpob para más, pero Kongpob se negó a darle lo que quería. Sus manos se movieron de las caderas de Arthit a sus hombros, conteniéndolo.

—¿Sabes qué es lo que más deseo para mi cumpleaños?

—No. —Arthit tenía una sospecha, pero no quería decirlo por miedo a ser demasiado pretencioso.

—Tú. —Kongpob pasó una mano desde el hombro hasta la mejilla de Arthit. El toque era embriagador, y Arthit cerró los ojos y se empapó de él. —Te deseo. Te he deseado durante mucho, mucho tiempo.

—¿Por tu cumpleaños? —Arthit arrastró sus dientes por sus labios, ansioso por sentir los besos de Kongpob de nuevo. Con los ojos entreabiertos miró a Kongpob. —Creo que podemos arreglar eso. Un destello de algo emotivo atravesó los ojos de Kongpob. Arthit se encontró inmovilizado de nuevo, esta vez con más fuerza. Cuando Kongpob reclamó sus labios en otro beso abrasador, no hubo más gentileza. Lo que los conectaba ahora era la química enfermiza que habían contrarrestado desde el primer día.

Esta noche, no sería ignorada.

Las manos de Kongpob recorrieron los costados de Arthit hasta que regresaron a sus caderas. Después Kongpob lo atrajo hacia él para darle un beso rompedor, y Arthit solo pudo jadear por la sorpresa.

—Tengo algo que enseñarte. —Pronunció Kongpob. Guió a Arthit desde la cocina, a través de la sala de estar hasta llegar a las escaleras.

—¿Dónde?

—En mi habitación. —El tono de Kongpob dejaba poco a la imaginación, y Arthit se estremeció. La tarta abandonada en la encimera no importaba. La carne y las verduras marinándose en el frigorífico podían quedarse allí. Incluso los palitos para las brochetas mojándose en el fregadero tampoco le preocupaban.

Todo lo que necesitaba estaba justo delante de él. Todo lo que necesitaba era Kongpob. Y esta noche, Kongpob era todo lo que iba a tener.

Una y otra y otra vez.

Vida de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora