2008 - Hueso

70 19 2
                                    

"La primera vez que vi a la loba amamantar

sentí nostalgia; yo también bebí de una teta,

pero es mi madre Muthir B'rath Olek"

De Las memorias de Adryo


Elías alcanzó a escuchar el disparo, y con la muerte del padre murió su infancia. Alcanzó a entenderse cómplice de aquella tragedia también, y alcanzó a ver el momento justo en el que el francés se acercó sin ser visto, con un gesto que conocía, un gesto cruel de gozo y autosatisfacción, en que la lengua se asomaba entre los dientes burlona, y apalancándose en su hombro dio la primera puñalada. Fue ese el instante en que se infectó de una venganza virulenta.

—¡Han matado a mi padre! —gritó a todo pulmón—, ¡señora! —siguió, tambaleándose en la zona de carga de la furgoneta, en los virajes caprichosos de la errática navegación de Carmilla —¡Esos tipos! El policía y el otro, ¡han atacado a mi padre!

Carmilla siguió conduciendo imperturbable, preocupada solo por volver a Madrid antes de la puesta de sol, y el destino del bocadillo de pollo empanizado que se supone iba a comer, sentía el estómago vacío, estaba segura de que había traído un bocadillo de pollo, el que le había dado su padre, no podía comprender entonces la naturaleza del hambre que sentía.

«Si he traído el bocadillo he de haberlo comido» —pensaba—, «si no ¿dónde está?... creo... creo que me he comido el bocadillo de pollo».

—¡¿Qué está pasando?! —seguía Elías gritando en estado de shock, mientras golpeaba el latón que le separaba de la mujer—, ¡se han vuelto locos!... ¡ese tipo! ¡Ese tipo es un policía y ha matado a mi padre!

—¡Chico! —dijo Carmilla como si acababa de advertir la presencia del niño—, ¿tú has visto un bocadillo de pollo?, ¿te lo has comido?

—¡Señora pare por favor! Tenemos que regresar, dé la vuelta—rogó Elías, tratando de no volver a caer al suelo en la siguiente curva—, esos hombres, ¡los vi atacar a mi padre!

La siguiente curva no lo tiró al piso, pero el bamboleo ininterrumpido de la furgoneta y la sensación de alarma, las serpientes en sus entrañas y el quebranto del odio, que sentía como una funda de espinas alrededor del corazón y un agujero negro en el estómago, terminó por hacerle vomitar las tripas por segundo día consecutivo. Una pasta marronácea y nauseabunda de chocolate y patatas salió por sus narices e hizo un reguero en el suelo sobre el que resbaló eventualmente, así que, en la siguiente curva si cayó, Carmilla solamente le dijo:

—Te ha caído mal, así lo pensarás mejor antes de volverme a robar mis bocadillos de pollo.

El niño se sentó sin advertirlo sobre su propia porquería, entendiendo que no iba a recibir ayuda de la mujer, estaba en estado de catatonia, su mente volviese un torbellino de imágenes horribles y transfiguradas, su cara trémula trataba aún de procesar el terror que había presenciado, no lo vio, pero escuchó el disparo.

«Por qué está pasando esto» —se preguntó, en el remanso del virus del rencor—, «mi padre se entregó, ¿por qué le han hecho daño?».

No quería seguir gritando; no tenía sentido alguno hacerlo; la mujer parecía estar demente.

«No está demente... ¡Es uno de ellos!»

Al fin llegaron al refugio de Nero, Carmilla abrió ambas puertas y se quedó viendo al niño petrificada, el rostro de Elías se convirtió en un instante en la cara de una bestia a punto de atacar.

NeroOù les histoires vivent. Découvrez maintenant