2008 - Nocturno

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"Todos sueñan con ser únicos,

pero ya todos son únicos.

La lucha verdadera es por ser alma,

pero eso nadie lo entiende"

De Las memorias de Adryo.


Solo el pensamiento de estar de nuevo de cacería le resultaba irreal; sabía que su prisión acabaría tarde o temprano, pero no contaba con obtener su libertad de una forma tan poética como absurda. Ahora, es la violencia lo que añora, la necesita. El mundo que le rodeaba no parecía tener sentido, como si había sido liberado de una prisión de brazaletes de metal y de cajas de cemento solo para caer en un claustro de carne articulada y huesos. «¿Cómo puede la carne ser vida?». Las ideas zumbaban en su cabeza, como las abejas y la campana, excepto que mucho peor, estaba rodeado de sacos de carne hablantes, debía despertar de alguna forma de esa pesadilla. Podía ver esa imagen una y otra vez mientras conducía el coche al refugio, sostenía por el pelo la cabeza de ese bastardo que rondaba por las noches y la cortaba con movimientos del cuchillo tan tímidos, que eran más que cortes, caricias.

«Solo entonces podré entender la verdad» —pensaba.

Cuando trataba de recordar cual era la verdad que perseguía sin embargo, era imposible, era todo una bruma tan densa que no se podría siquiera caminar por ella.

Llegó al claro en total sigilo; el coche lo dejo dos kilómetros atrás. Si alguien había de ser sorprendido sería el otro, si alguien había de ser emboscado sería el otro, y si la sangre de alguien había de correr, sería la del otro. Así que se acercó a la casa caminando entre los árboles en total oscuridad, como un espanto. Las raíces salientes del suelo hubiesen hecho caer al expedicionario más experimentado, pero de noche podía verlo todo tan claro como Nero de día. Podía ver las ramas desnudas a lo alto, el riachuelo abriéndose paso entre las piedras, los sapos y su prole, el olor de la noche... extrañaba respirar noche y embriagarse con su aroma, de muerte fresca. Pudo entrar a la casa sin noticias del otro, estaba por ahí, cerca; puesto que podía olerlo como si estuviese en la casa. Debajo de la cama había una pequeña caja de zapatos, la abrió, un pañito azul escondía su contenido, el ser que habita lo retiró con un ademán de desprecio, ni siquiera reparó.

—¡Maricón! —gruñó.

La caja contenía dos cuchillos: uno pequeño y ágil; estaba limpio, su brillo lo diferencia por mucho del otro; el grande yacía arriba de este, estaba cubierto en sangre cristalizada, era marrón y polvorienta, un vestigio de una última víctima, un recuerdo amargo a la luz que llevaba quince años macerando en el contenedor; atormentando las noches de Nero. Con resentimiento limpió el cuchillo y renovó su filo, hasta que no hubo rastro del crimen pasado, y su acero brillaba de nuevo, hambriento de carne. Se puso en marcha sin demora, dio dos vueltas a la propiedad muy parecidas a las que de día diera Nero, y tampoco pudo encontrar al bastardo, pero su olor estaba tan impregnado en el aire como la luz de las estrellas, así que no cabía duda alguna, el que ronda había venido a jugar. Entró a la casa de nuevo más entusiasmado que frustrado; la idea de una partida del escondite antes de entregar la caricia de la muerte se le antojó novedosa. Se hizo con creyones y lápiz, y de forma tan laboriosa como un niño en su primer día de clases empezó a diagramar, usando el papel como apoyo a su turbulenta mente.

—Nero Nerito Nero —decía abstraído dibujando—, si querías darle caza a una rata, tenías que liberar al exterminador, tenías que llamar a un experto.

Dibujó un croquis de la casa: la colina se elevaba hacia el norte y caía en consecuencia hacia el sur, obviamente. Esto quedó indicado con una brújula mal dibujada con un creyón de cera negro. La construcción estaba dispuesta con la puerta de entrada al sur, y la habitación de Nero al norte, y por las noches el aire frio bajaba de lo alto de la montaña. Fueron estas las elucubraciones que lo llevaron a asegurar que el que ronda no estaba en verdad en las cercanías, ya que la ventolera se llevaría su podredumbre a otra parte y perturbaría las noches de otros.

NeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora