17.➖ Vivir el momento ➖

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Deiro le enseñó a Harald a ser quién es ahora, sujetó su mano sin tocarlo, lo abrazó sin tocarlo, le demostró que lo quería sin decírselo... aunque Harald aprendió a decírmelo todos los días. Harald aprendió gracias a Deiro sin perder su personalidad en el intento.

Y así con Estela. Deiro estuvo con Estela cuando la sociedad la miraba como; la princesa fea. Por esas "imperfecciones" que todo el mundo tiene y que es normal si eres un ser humano, pero la sociedad tenía sus estándares de belleza muy por arriba de Estela basándose en las revistas de chicas sin ningún barro en la cara.

Con Isabel fue diferente. Le dijo te quiero cuando estaban en el altar. ¿se lo dijo después de su boda? No tengo ni idea.

Así era Deiro. Y lo entendimos después de contar su historia verdadera. Escondiéndola por ser criticado, no entendiendo el significado del miedo, protegiendo a las personas que amaba cuando se dio cuenta de lo que pasaba en esos dos chicos que corrían de un lado hacia otro con ganas de tomarse de las manos.

Los recuerdos de su infierno lo invadieron por completo cerrando cada puerta del palacio para que nada les pasara a esos dos chicos. Aunque a uno le abrió la puerta, y a otro se la cerró.

Malas decisiones nos llevaron hasta aquí, siempre nos arrepentimos de muchas cosas en esta vida, siempre nos equivocaremos y seremos imperfectos.

Porque la perfección no existe. Las personas solo se la imaginan.
La perfección es una fantasía más en la realidad.

¿Quiere una taza de té señorita Estela?— Arturo desapareció el silencio que se había formado por casi cuatro horas completas.

El sonido de la chimenea de su leña siendo carbonizada con ese aroma inusual que siempre preguntaba por su olor verdadero, el reloj enorme de esa madera costosa que movía su aguja de oro de un lado hacia el otro, sonando el típico: tic tac de las películas. El ruido fuerte de esa tormenta gris, resaltando los estruendos y las gotas de lluvia a la hora de hacer contacto con la tierra. Era lo único que se escuchaba en esta fría noche.

En esta sala tapizada de una seda costosa y reliquias que valen una fortuna, estaban todos en silencio. Estela estaba a mi lado, sentados los dos en uno de los sofás grandes, recostada en mi hombro mientras la rodeaba con mi brazo. Detrás de donde estaba sentado Arturo, teníamos enfrente el gran ventanal que daba a uno de los balcones, las cortinas estaban separadas, así que estaba viendo en un punto fijo hacia las nubes, visualizando y contando los cuarenta y... seis rayos que se habían hecho presentes durante estas cuatro horas. Claudia estaba sentada en otro sofá a mi derecha con Frederick, uno en cada esquina, como si estuvieran peleados. Isabel estaba leyendo en una esquina de la habitación, sentada en un sofá para una persona, siempre leía cuando algo le inquietaba, molestaba, entristecía, o le preocupaba. Como yo con la música. La acompañaba sus lentes y esos cuatro libros que se dejó pendiente en esa mesa pequeña que tenía enfrente. Isabel solo quería leer. Arturo estaba frente a nosotros, lleva tomando dos tazas de té.

Estela asintió. Arturo no dejó que la mucama la llenara esta vez, él lo hizo poniéndose de pie, llenó la taza de cristal con estampados de flores del mismo té, levantó esa misma taza con el pequeño platillo debajo para después entregársela a Estela cuidadosamente de no derramar nada. Estela se separó de mi hombro sujetando la taza.

Gracias.

Arturo asintió dándole una media sonrisa.

Claudia miró su reloj por décima vez.

No sabía qué hora era, aun teniendo un reloj enorme a mi derecha. Hoy no importaba la hora, hoy no importaba nada.

Rayo número cuarenta y siete de color gris. No era el azul.

Los dos Príncipes. [part 2]Where stories live. Discover now