—Tenemos que dar otro empujoncito. Solo uno.

—¿Uno más? —Maprang casi suspiró con alivio. —Demonios, sí, estoy lista. Estoy lista desde hace cuatro horas.

—Entonces vamos allá.

El grito de Maprang hizo eco en el tímpano de Kongpob. Apretó su mano tan fuerte que sus dedos se pusieron tiesos y empezaron a volverse rojos. Kongpob observó mientras Maprang cerraba los ojos con fuerza y se le arrugaba la cara por la presión. Debajo, el doctor Prem estaba maniobrando con ella, preparándose para recibir al bebé.

—Buen trabajo, Maprang. Sigue así. ¡Sigue así! —Animó el doctor Prem

—Puedes hacerlo, —Kongpob afirmó, pensando que era seguro hablar de nuevo.

No lo era.

Maprang abrió los ojos solo para poder echarle una mirada asesina.

—Tú me hiciste esto. ¡No te metas!

Kongpob cerró la boca en ese mismo instante. Maprang le estaba haciendo el favor más grande que pudiera hacerle, e iba a respetar sus deseos.

—Aquí está la cabeza. Solo un poco más. Ya lo tienes, Maprang. Estás, haciendo un gran trabajo. —El doctor Prem maniobraba por debajo de las sábanas, pero Kongpob no se atrevió a mirar. Permaneció al lado de Maprang, aguantando la respiración.

El bebé estaba llegando. Iba a ser padre.

—Vamos. ¡Vamos! —El doctor Prem se echó hacia atrás en el mismo momento que Maprang jadeó. Se dejó caer en la cama, con los ojos abiertos, mirando al techo. Kongpob dejó de mirarla para ver qué estaba haciendo el doctor, cuando su corazón se detuvo. En los brazos del doctor había un increíblemente diminuto ser humano de color rojo brillante.

El hijo de Kongpob.

La mandíbula de Kongpob cayó abierta, y dio un pequeño paso hacia el doctor, abrumado. La personita en brazos del doctor Prem era alguien a quien había ayudado a traer al mundo, alguien que tenía sus genes y que llevaría su apellido. El amor, instantáneo e ineludible, golpeó a Kongpob como un camión.

Sonrió de oreja a oreja.

—Enhorabuena, es un niño. —El doctor Prem caminó hacia delante y dejó el bebé en los brazos de Maprang. Maprang lo acunó contra su pecho y dejó caer su bata de hospital por su hombro para descubrirse un pecho. El bebé no necesitó muchas pistas para encontrar el pezón y engancharse a él.

Al ver la piel arrugada, la cabeza ligeramente con forma de cono y el cuerpo de un doloroso tono rojizo, Kongpob se descubrió preocupado. Había manchas de una sustancia blancuzca en la piel del bebé.

—¿Está bien, doctor? —Preguntó Kongpob. —Está tan rojo, y tiene esa... sustancia.

—Vérnix, —dijo el doctor Prem. —Protege la piel. Se recomienda que lo frote, pero si lo prefiere, le lavaremos cuando haya dejado de tomar el pecho.

—No, Yo... —Kongpob vaciló. Con mano temblorosa se estiró para tocar el minúsculo humano acurrucado en los brazos de Maprang. Cuando la punta de sus dedos aterrizó en la piel del bebé, estaba cálido. Real. Maprang realmente lo había hecho. Era padre. —Puedo hacerlo. Solo quería asegurarme de que estaba bien.

Suavemente, más suave de lo que nunca había sido con nadie, Kongpob frotó la vérnix en la piel de su hijo. Se impregnó sin problema, y el bebé pareció disfrutar su toque.

Kongpob se derritió.

Había escuchado historias de padres que se enamoraban de inmediato, pero siempre había pensado que era inventos de los k-dramas. Ahora lo sabía mejor. La emoción de saber que era el padre de otra persona era increíble. Amaba a su hijo con todo su ser.

—Está hambriento, —Maprang comentó, mientras lo elevaba suavemente hacia su pecho. —Apuesto a que en dieciséis años comerá como un león, Kong. Será mejor que empieces a ahorrar para comida ahora mismo.

—¿Sí? —Kongpob rio. —Abriré una cuenta para alimentos a la vez que la de la universidad. Buena idea.

Ambos acordaron que Kongpob cortara el cordón, y el doctor Prem lo miró durante el proceso, y Kongpob hizo su mayor esfuerzo para no permitir que sus manos temblaran.

Después las enfermeras se lo llevaron para lavarlo, pesarlo y vestirlo. En su ausencia, Maprang expulsó la placenta.

Después, con el corazón latiendo tan fuerte contra sus costillas que el latido vibró en sus huesos, Kongpob tomo al bebé y lo sostuvo contra su pecho. Una mano diminuta se estiró y agarró la camisa de Kongpob, con una fuerza notable para alguien tan pequeño.

A Kongpob se le cayó la baba.

—¿Cómo se llama? —Preguntó el doctor Prem.

Kongpob sonrió. Mantuvo la mirada fija en el bebé que tenía en brazos.

Cuando respondió, su voz era equilibrada y madura de una manera que nunca antes había sido, la paternidad lo golpeó con fuerza y Kongpob no pensó que se recuperaría nunca.

Tampoco quería.

—Dae, —Kongpob dijo suavemente, acariciando la mejilla de Minyeon con un dedo. —Su nombre es Dae.

Vida de PapáWhere stories live. Discover now