—No está tan lejos de la realidad, señorita. Hace unos siete u ocho años, estaba comprometida con alguien, un matrimonio que beneficiaría a las dos familias o eso creía—la voz se quiebra y hay un deje de soledad en ella—el matrimonio se llevó a cabo, un ministro del rey nos casó, dijo que nuestro matrimonio era bendecido por los dioses. ¡Dioses! —esa exclamación sale en un tono burlesco y con reproche, dolido por algo lo cual aún no entiendo. —mi familia, no, con quien comparto sangre entregaron y recibieron lo que necesitaban. Canjearon objetos a merced de mi persona, cuando cada uno consiguió lo que necesitaba sucedió el verdadero terror.

Un hipido agita su cuerpo con fuerza, las manos temblorosas tratan de abrazarse a ella misma; buscando el consuelo y apoyo, el cual le negaron hace años. Y lo necesita, necesita alguien que la abrace y estreche con fuerza en la calidez de unos brazos, porque las siguientes palabras las cuales salieron de su boca son desgarradoras. Dolorosas como ninguna otra. Gateo hacia Meria, atrayéndola hacia mí, sostengo su cuerpo con cuidado y miedo a romperla. En este momento esta mujer de piel trigueña parece pequeña y frágil, un alma en pena que se sostiene con sus últimas fuerzas.

—Él nunca quería casarse conmigo, pero el cambio era más impórtate que su deseo o el mío. Aunque eso no basto para detenerle, encontró la única forma de anular el matrimonio—no necesita seguir hablando para que a mi mente venga los únicos casos en los cuales un matrimonio podía ser anulado—me llevo fuera de su casa, arrastrándome hacia el bar más cercano. Aún puedo recordar el olor y los gritos como si hubieran sido ayer; no recuerdo cuantas personas me tocaron, pero sentía muchas manos recorrerme de pies a cabeza. El vestido fue abierto a girones, quedando destrozado, las manos jalaban con ímpetu de la tela que aún permanecía adherida a mi cuerpo, cubriendo mi dignidad.

No sé en qué momento comencé a temblar, cuando sentí su dolor y la rabia que le recorre en mi propio cuerdo. El momento exacto que sujeté su dolor como mío y decidí unirme con ella en él. Aunque este acá, sujetándola y maldiciendo por ella, nunca entenderé cuan profundo es el daño causado, no importa cuántas veces lo imagine; la mente nunca será lo suficiente ingeniosa para recrear ese dolor sin vivirlo.

—Lo que viene es historia, usaron mi cuerpo virginal como el de una cortesana, desvirgaron y macharon cada parte de mí sin remordimiento—una risa tosca escapa de sus labios—eran animales desenfrenados, en celo, iracundos por un coño dispuesto a sus necesidades. Pero ahí no término la travesía de esa noche, él tenía que llevarse su parte, derramarse sobre y dentro de mí, para decirme al final que era una buena cortesana.

—Maldito hijo de perra—mascullo sin controlar mi lengua, Meria ríe entre lágrimas desbocadas. Su voz se alza entrecortada para regañarme por el insulto.

—Aún recuerdo su rostro al moverse sobre mí, las palabras que salieron de sus labios y él desde con el cual me decía que todo era merecido. Pero señorita, no todo fue malo. Hui esa misma mañana apenas recobré el conocimiento, corrí muy lejos de esa ciudad sin mirar atrás hasta el punto de desfallecer; pero la promesa de vengarme me mantenía en pie hasta que no pude más—su voz toma un tono más relajado, tranquilo y con un toque de alegría—usted apareció y me brindo una mano cuando estaba a punto de morir. Me encontró hambrienta, débil y sucia, pero no le importo si se ensuciaba u olía mal, cargo conmigo hasta el carruaje y lo último que recuerdo es despertar en la mansión del conde.

Los ojos oscuros de Meria me miran con agradecimiento y una devoción que en el pasado nunca había visto, solo alguien que te quiere y estima demasiado té miraría de esa manera. Y yo no tenía a nadie que me quisiera realmente en el futuro; esta época está demostrando darme muchas cosas de las cuales carecía, pero también está quitándome muchas otras.

— ¿Quieres que me encargue de él? —pregunto con la mayor sutileza que poseo, la cual es escasa. Meria niega, pero me sonríe agradecida.

—No, señorita, aprecio su ayuda, pero algún día yo misma me encargaré de ese hombre.

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