40 - Colonia Basilia

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—Te amo, má. Mucho —le dijo con la voz un poco quebrada.

Aquella llamada movilizó cada partícula de su ser. Su pueblo, su gente, Tadeo. Todo volvió a tomar color en su mente y le fue imposible huir de los sentimientos. Había logrado dominarlos con el correr del tiempo. Después de estar viviendo en Valedai todos esos años y después de haber sumado más de un año en Arladia, se había terminado acostumbrando. Pero había días en que era imposible callarlos. Ellos latían ahí, muy fuerte con cada recuerdo.

A pesar de eso, jamás se había arrepentido de viajar hasta allí. Tampoco lo había dudado después del viaje a buscar su diploma. Había regresado porque allí latía su sueño.

Todo había empezado a ser más claro cuando había llegado y había empezado a trabajar junto a Belmont. Su amor por la pastelería creció y el disfrute de su día a día lo confirmaba aún más. A pesar del cansancio, su presente tenía un color hermoso. Trabajar junto a aquel hombre con tanta experiencia le había ayudado a perfeccionarse y aprender platos mucho más elaborados y exóticos.

La confianza que había depositado Belmont en ella la había llevado a estar a cargo de uno de sus cafés en la ciudad. Hacía pocos meses que había iniciado en ese lugar y estaba encantada.

Pero desde la llamada de su madre, las ganas de poder hacer una visita al pueblo habían ido incrementando.

Su gente empezó a mantenerla al tanto de los avances de la construcción del hotel y de todas las mejoras y cambios que Kerem había comenzado a hacer. También recibió algunas fotos y en medio del paisaje que podía observar, pudo ver también a Tadeo.

Le parecía increíble como las vueltas de la vida los había llevado a aquel presente. Ella tan lejos de Colonia Basilia y él ahí, apostando todo por el pueblo.

Era algo extraño lo que sentía cuando lo veía en aquellas imágenes. Por un momento, parecía que el tiempo no había pasado para sus latidos. Pero, por otro lado, los recuerdos que habían en medio de su adiós y el presente llegaban para confirmarle que habían quedado muy lejos de ser lo que eran. Aun lo quería, de eso estaba segura. Pero también era consciente de que, en esos momentos, él era alguien que ella no conocía por completo. Sin querer, sin desearlo, habían terminado convirtiéndose en casi desconocidos.

Aquella palabra dolía cuando la asociaba a su nombre. Dolía mas de lo que podía aceptarlo.

Los meses pasaron. El hotel comenzó a tomar más forma de cara a estar terminado para el inicio de la temporada de verano. Y Olivia logró tomarse unos días para viajar hacia allí.

Después de tanta espera, de tanta incertidumbre y de tanta curiosidad, se encontró armando el bolso para regresar por unas semanas a su hogar. Y con la alegría del reencuentro con su gente, se mezclaba el temor por el reencuentro con Tadeo.

Llegó al aeropuerto de Valedai y su familia la esperaba con un cartel hermoso: su padre, su madre, Pato y su novia. Mas atrás, pudo ver a Griselda junto a Waldo y se le llenó el corazón de alegría. Su gente, su hogar.

Se fundieron en un abrazo mezclado con lágrimas y sonrisas.

Después de intentar ponerse al tanto, se subieron al vehículo y fueron rumbo a Colonia Basilia.

—Te vas a encontrar con un pueblo reluciente —le dijo Pato antes de despedirse y subirse a su auto. Ellas llevarían a Griselda y Waldo, y Oli viajaría junto a sus padres.

—¿Qué tan cambiado esta todo? Me preocupa.

—El pueblo sigue siendo el de siempre, cariño. No te asustes —rio su madre.

—Hasta ahora la construcción fue más que todo en la isla y mejoraron un poco el camping. Tadeo no permitió que toquen la postal de Lago norte.

—Parece que se ha tomado en serio lo de cuidar del pueblo.

Una parada en Colonia BasiliaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ