Problema

35 1 0
                                    


D'artagnan se encontraba en el hostal que le servía de vivienda. Tenía dinero y una casa a orillas del Sena pero aun así prefería estar a pocos pasos del palacio por si le necesitaban en sus días libres.

— Parece que tendremos tormenta toda la noche. —

Los ojos claros del mosqueteros se detuvieron un momento en la figura de su casera.

Madeleine es una mujer hermosa, atenta y que sería quizás una buena esposa para él sino fuera que ya era la esposa de alguien más. Una vez más en su vida quedaba al descubierto que no sabía elegir en cuanto a mujeres.

— ¿Por qué tanta preocupación? ¿Es que esperas a alguien?

La pregunta de D'artagnan estaba lejos de ser maliciosa, él sabía a la perfección que Madeleine esperaba a su marido. Aquel que se fue y que solo Dios sabía cuándo volvería aparecer.

Pero aquella preguntaba había sido hecha con un tono de filtreo, no es que le estuviera haciendo caso a Porthos ni muchos pero la vida en Paris resultaba demasiada aburrida por momentos y tenía derecho a divertirse también. Las damas en la corte podían servir de distracción pero teniendo en cuenta su posición solo servirían como un nuevo dolor de cabeza.

— No... — los ojos de la casera se encontraron con los del gascón. — ¿Usted si?

El mosquetero estaba a punto de responder cuando se escuchó un fuerte golpe en la puerta de entrada.

— Pues uno de los dos parece ser que está mintiendo — respondió él con soltura.

No esperaba visitas y lo más probable es que se tratara de algún nuevo huésped o alguien que quisiera refugiarse de la tormenta.

Casi de forma infantil y dejando aquel duelo de miradas Madeleine camino hasta la puerta de entrada para abrirla. Ni siquiera se había preocupado en preguntar quién era, quizás era un nuevo huésped, su marido o quien sabe quién más.

— Busco a M. D'artagnan. — dijo una voz grave y autoritaria.

La sonrisa juguetona en el rostro del mosquetero desapareció.

Dejo su vaso sobre la mesa y se encamino cerrándose un poco la camisa para estar más presentable.

Madeleine no tuvo siquiera oportunidad de llamar a su huésped, ya que este había aparecido detrás de ella en un abrir y cerrar de ojos.

— M. LaPorte, por favor entrad. —

D'artagnan no necesitaba ser listo para darse cuenta que algo malo estaba pasando. De todos los amigos que podían tener Ana de Austria en el palacio, al que menos en gracia le caía era su ayuda de cámara. Algún día se enteraría bien porque aquella noche por lo visto no seria.

El hombre entro quitándose el sombrero. Lo hizo más por ser cortes que por otra motivación. Su mirada observaba todo. Como buen cortesano, a LaPorte no había nada que se le pudiese escapar y había entendido muy bien la familiaridad que tenía el mosquetero con su casera. Quizás se trataba de un fetiche del gascón.

— ¿Desea vino caliente? — preguntó el mosquetero con cuidado. No era esa la pregunta que quería hacer pero sospechaba que de todas formas otra no tendría respuesta.

— No Gracias. —

D'artagnan no quería demostrar que la falta de comunicación de aquel hombre lo estaba poniendo nervioso, pero también era consiente que Madeleine debía desaparecer de la escena.

— Por favor Madeleine podrías ir a buscar mi casaca de mosqueteros y mi sombrero. — aquello fue dicho con aquel tono suave pero autoritario.

Una vez que los hombres quedaron solos en la habitación, la mirada azul del mosquetero se intensifico.

— Su majestad lo necesita en el palacio. — LaPorte habló en español manteniendo la mirada un momento para terminar desviándola hacia la entrada al comedor. — Dice que es urgente.

El mosquetero a pesar de tener el español en aquel estado de oxidación por falta de uso entendió. Entendió demasiado bien a que se refería. Se maldijo internamente por varias cosas; la primera por que los oídos de Madeleine eran molestos en aquel momento y segundo por no haber estado en el palacio.

El mosquetero asintió con la cabeza como si se tratarse de una orden.

— Iré detrás de usted. — dijo abriéndole la puerta para apurar al tiempo.

Otra mirada entre ambos hombres y el ayuda de cámara salió a la calle donde lo estaba esperando un carruaje negro sin ningún tipo de símbolo que hiciera alusión a la casa real.

D'artagnan se encontró con su casera a mitad de escalera, sin mediar siquiera alguna palabra o dar alguna explicación bajo los peldaños que le quedaban mientras se colocaba la casaca de los mosqueteros y su sombrero. La espada siempre se encontraba en su cintura.

A las afuera de la casa, la lluvia parecía ser más que intensa y así como si se tratase de alguna metáfora las gotas caían junto a sus pensamientos. ¿Qué era lo que estaba pasando para que fuera llamado por LaPorte? ¿Por qué Ana de Austria lo llamaría después de tanto tiempo?

Mientras caminaba hacia el establo para agarrar su caballo, él único pensamiento que vino a su mente fue sobre Mazarino. No volvería a servirle al italiano aunque se tratarse de algo sumamente urgente. El juramento hacia la corona tenía un límite y la devoción que sentía por la reina también.

El carruaje partió a toda velocidad con dirección al palacio y Hércules, el caballo del mosquetero, le siguió al mismo ritmo.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jun 10, 2022 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Dartagnan LoveWhere stories live. Discover now