Capítulo 2

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Ya entrada la madrugada, unos molestos ruidos me desvelan en mitad de la noche. Cuando consigo abrir los ojos por completo y ver nítido, Jen está también despierta, mirando por la ventana, entre las cortinas. 

—¿Qué ocurre...? —pregunto, con la voz un tanto rota. 

Jen da un brinco en la cama y ladea su cabeza para mirarme, descompuesta. 

—Joder, qué susto, cabrón. 

—Lo siento, lo siento... 

—Creo que son lobos —murmura, volviendo a mirar por la ventana. 

—¿Lobos? ¿Otra vez? Hace mucho tiempo desde la última vez que se acercaron por aquí. 

—Es normal, ha comenzado la primavera. 

—Bueno, pero las entradas están bien cerradas. Puedo ir a comprobarlas de todas maneras. ¿Desde cuándo se escuchan los ruidos? 

—Una hora. Al menos, desde que me desperté. 

—¿Una hora y no me has despertado? 

—No quería hacerlo, no quería molestarte. 

—Deja de hacerte la humilde, sabes que no es una molestia. 

—Y tú deja de hacerte el héroe. 

Niego con la cabeza al escucharla y resoplo, mosqueado. 

—¿Desde cuándo ayudar a alguien es hacerse el héroe? 

—Da igual, déjalo. 

Saco las piernas del interior de las sábanas y me levanto dela cama para sentarme en la de Jen, junto a ella, observando el exterior por una rendija de la ventana. Apenas se ve nada, una niebla densa obstaculiza la visibilidad, pero los aullidos se hacen más y más claros a cada minuto que pasaba. 

—¿Sonaban así cuando te has despertado? —pregunto, sin mirarla. 

—No, eran más débiles, pero se escuchaban lo suficiente como para interrumpir el sueño de alguien que apenas duerme. 

—Bueno, las puertas y ventanas están cerradas, así que no hay de qué preocuparse, puedes estar tranquila —alego, tratando de devolverle la paz a Jen. 

—Me seguirán asustando mientras sigan así. Están inquietos, puedo sentirlo. Y eso me inquieta a mí. No es la primera vez que veo algo como esto. 

—Está bien, entonces iré a darles caza —digo, en un intento de levantarme de la cama para salir a por ellos. Sin embargo, Jen me agarra del brazo con fuerza e inca sus uñas en mí, mirándome seriamente. 

—¡No! —se limita a decirme. 

—Vale, vale, pero deja las uñas en paz —me quejo, liberando mi brazo—. ¿Quieres que duerma contigo? 

Jen asiente nada más hacer la pregunta y se vuelve a tumbar en la cama. Yo me tumbo junto a ella y la rodeo con mis brazos para darle protección, mientras apoya su cabeza en mi pecho y cierra los ojos. Vuelvo a resoplar y me relajo un poco, intentando omitir aquellos aullidos antes de caer rendido de nuevo. 

A la mañana siguiente, nada más despertar, estiro el brazo izquierdo en la cama y hago una mueca al sentir que estoy solo. Jen me observa sentada desde los pies de la cama, mirándome con firmeza al nada más despierto. 

—¿Ocurre algo? 

—Deberías venir a ver esto... —responde, descolocada. 

Me levanto a prisa y sigo a Jen hasta el exterior de la cabaña, apenas me da tiempo a ponerme las botas cuando ella abre la puerta y aprieta sus labios con fuerza. 

El mundo oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora