— Os dejaré un momento. Acompáñame luego a testificar, Ailén.

Ella le asintió, mordiéndose el labio, y Lyanna les dejó solos. Eryx no perdió un segundo en hablar con ella de forma más privada cuando vio la sombra de la mujer desaparecer de la pared al otro lado de la puerta.

— Me alegra que haya salido bien. ¿Pudiste conseguir su confesión, verdad?

— Sí...

La mano de Ailén decía todo lo contrario cuando comenzó a rascarse desesperadamente de picor. El trozo de piel entre los nudillos era de los pocos libres que le quedaban sin herida o enrojecidos.

— ¿Ocurre algo?

— Estoy normal.

— No, qué va.

— Es que... tengo miedo de perder a todo el mundo. ¿Quién me va a quedar cuando esto acabe?

— Es el precio a pagar por la justicia. Pero se hará, tienes que confiar. Y me tienes a mí.

Ella asintió sin mirarle, pero él continuó sospechando que algo más le preocupaba. Aún así decidió no agobiarle y no preguntar más sobre el tema si ella no quería hablarlo. Su mente barajó varias ideas sobre lo que se trataba, basándose en los eventos que habían sucedido hacía poco. Fuera lo que fuera, estuvo seguro de que, lo que fuera, si ella había regresado para hacer lo correcto, había acabado en Dagta.

— No puedo no decírtelo. Marcos y yo...

— ¡¿Marcos y tú?!

La voz de Eryx se había alzado tanto que parecía que, de solo pronunciar su nombre, tiraba rayos por los ojos. Aquello bloqueó a Ailén, que a pocas cosas temía de verdad. Vio la violencia en sus pupilas, que se concentraban en una nube negra sobre la tranquila marea que sus ojos suponían. Tuvo miedo de haber provocado en Eryx algo que no debía haber cambiado. No le temía a él, con sus brazos cruzados y sus cejas juntadas, sino al profundo dolor que podía hacerle sentir. Pero le debía sinceridad, por todo lo que Eryx hacía por ella.

Entonces él mismo se dio cuenta de lo que realmente había pasado en Dagta con Tracer. Relajó levemente el rostro, dejando soltar un suspiro molesto por la boca abierta.

— Él. No me lo cuentes.

— Vale.

El chico se dio media vuelta y se fue.

Ailén dejó de rascarse para pasarse una mano por el pelo y maldecir, admitiendo que escoger las palabras adecuadas para expresarse no era lo suyo. Después salió corriendo detrás de él.

— ¡Eryx!

Por mucho que le llamara escaleras abajo, esprintando para poder alcanzarle, no se giró. Los policías de la estación que se encontraba les miraban como si aquello fuera lo más entretenido que había pasado allí en mucho tiempo. Hasta un pequeño grupo paró en para intentar averiguar quién era la chica que había enfadado al hombre de hielo y cuál había sido el motivo. Pero Eryx no paró su paso rápido hasta cruzar la puerta de la salida de emergencia, en la parte trasera de la estación. Quería salir a algún sitio para evitar las miradas y consiguió dar con el lugar correcto.

Cuando Ailén salió se encontró en una estrecha calle entre edificios de ladrillo y diminutas ventanas cerradas. La verja alta que rodeaba el edificio dividía la calle con un pequeño parque vacío.

— ¿Significa eso que estás de su parte? ¿Vas a encubrirle y acabar como él?

Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta para encontrar confort en la grabadora cuadrada, que cabía en su palma, antes de dirigirse a él para discutir.

— ¿Qué? ¡No! ¡Yo no he dicho eso!

— Ailén, lo último que te pido es que no cometas una estupidez por él.

— ¡No lo haré! Pero entiéndeme, por favor.

El vaho que dejaban sus voces en el aire helado se entrelazaba al quedar de pie a dos pasos de distancia.

— De acuerdo. Dame la grabadora, yo lo haré por ti. Créeme que tengo la fuerza de voluntad suficiente para encontrarla y hacerlo yo mismo.

— No la tengo.

Ailén no quería mentirle, pero estaba tan nerviosa en ese momento, que no le quedó otra que distraerle como fuera. Acortó la distancia entre ambos y, lo primero en lo que se fijó, eran sus blancas manos. Cogió una con la mayor delicadeza posible, notando el frío mientras rodaba sus largos dedos con ella. Eryx le miró con unos ojos indescifrables, centrados únicamente en los suyos, a pesar de que a lo lejos sonaba una sirena y las hojas secas del suelo se revolvían en un remolino bajo sus pies.

Y, sin darse cuenta hasta que sintió su contacto, él deslizó su mano libre hasta su cadera, por encima de sus vaqueros.

— Sé lo que quiero.— Dijo soltando su mano para colocarla en el hombro de Eryx.— Solo es que no soy tan valiente como creía.

— Acabarás siéndolo cuando llegue el momento. Yo sí creo en ti.

Él le acarició la cara antes de separarse de ella y entrar de nuevo en el edificio.

Ailén se encogió dentro de la chaqueta en un escalofrío. ¿Acababa Eryx de dejarle con ganas de un beso como castigo? No estaba segura de ello, pero eso creyó.

Dio unos pasos hacia adelante y hacia atrás con la mirada perdida al final de la calle, en los toboganes azules del parque y rió entre dientes. Luego se calentó con el vaho de su aliento las manos y las metió en los bolsillos. Entonces llegó a la realización de la jugada que Eryx Angeli había estado jugando para quitarle la grabadora sin que se diera cuenta y la sonrisa se desvaneció de su rostro.

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