Ese. Ese era el Yael que conocía. No el que jugaba un falso papel como si fuera el dueño del juego y solo él supiera las reglas. Era un chaval nervioso, idiota y perdido de 26 años que había metido la pata, no un hombre contenido y estratega que sabía exactamente qué estaba haciendo y las consecuencias de sus acciones.

Ailén había conseguido algo importante. Descontrolarle y exponerle como lo que era, lo que le llevó a un pequeño silencio de realización.

— No voy a poder salir bien de esta. Tienes razón, soy a quien tienes que culpar, yo he sido un hermano terrible, pero tú eres mejor. Puede que me pudra en la cárcel o alguien me mate antes de eso y no estás preparada esa carga. Te preparé para muchas cosas, pero no para eso. No quiero que te cambie. Pase lo que me pase.

Parecía una despedida.

Ailén se aferró con las dos manos al teléfono como si fuera una parte de él.

— Te quiero, Yael.

— Perdóname.

Ailén fue la primera en colgar.

****

"Abuela, mi yaya:
Espero que estés bien. Aquí, en Sagta, hace menos frío. Es raro pensar que, con todo el caos, empieza la primavera. Aunque mis amigas me han dejado quedarme con ellas estos días, me siento más sola que nunca. No es su culpa. No es culpa de nadie. Ni siquiera tuya. Ni una persona sabe ni debe saber que estoy aquí. Te quitaron a tu nieto, a tu nieta, y te sacaron de tu hogar sin entender qué pasaba. Solo puedo prometerte que lo recuperaré pronto y que volveremos a estar juntas. Ojalá pudiera darte esta carta.
Te quiere,
Ailén Dábalos."

****

En Sagta todo había cambiado. Las calles estaban inundadas de propaganda de revolución y carteles por todas partes. La limpieza y el orden por los que se caracterizaba la ciudad se habían extinguido. Entre los contenedores derribados y la cantidad de basura sin recoger, el número de personas sin hogar había aumentado considerablemente. Podía verlos reunirse para gritar palabras de anarquía desde las ventanas del piso.

Salieron del apartamento de Rubi sobre las cinco de la tarde para coger su coche. Como era habitual, ella conducía con Vera a su lado, dándose la mano, que la pelirroja besaba con cariño.

Era increíble como, en el mundo donde se encontraban, el cual se derrumbaba a gran escala, habían podido encontrar amor. Se les veía felices y, por lo que su mejor amiga le había contado sobre su pareja, aquellos días juntas habían sido tan intensos que parecía como si se hubieran conocido durante años.

Ailén sentía una pequeña punzada de celos al verles así. A diferencia de ellas, aunque había conocido ese tipo de amor, era algo que nunca pudo tener.

Le dejaron, como ella les había pedido, en la puerta de la estación central de policía. Se despidió de sus amigas y se adentró en el edificio acristalado con la mirada fija. A su alrededor los policías uniformados y de paisano subían y bajaban escaleras a toda prisa, sin detenerse a preguntarle qué hacía ahí. Parecía que las cosas en la ciudad se habían descontrolado y no había suficiente policía para detener lo que fuera que se había originado.

Consiguió llegar a la oficina de Lyanna antes de que alguien la detuviera.

— Hola, ¿podemos hablar en privado?

Lyanna se encontraba hablando con otros dos uniformados. Ellos le reconocieron al instante, mirándose entre sí para confirmar que era ella. La mujer levantó las cejas, sorprendiéndose de verla después de un tiempo y les pidió que las dejaran a solas. Después cerró la puerta y se ajustó la goma de pelo que ataba su cabello castaño en una espiral.

— Ailén, si te preocupa Jun estamos buscándole un hogar en una casa de acogida. Si vienes por tu abuela, puedo llevarte a la residencia pero te aseguro que se encuentra bien y tiene los mejores cuidados.

— No, gracias, lo creo. He venido a decirte que–

Alguien interrumpió a Ailén, que se calló para ver quién tenía la osadía de entrar de repente. Fue tan abrupto que la puerta sonó con fuerza al cerrarse y ella se quedó quieta.

Eryx se quitó la gabardina color crema, levemente mojada por unas gotas de lluvia, para colgarla del perchero en la entrada y luego se acercó a ellas. Examinó de arriba a abajo a Ailén con un aire de preocupación, pero todo lo que pudo ver ella fue cómo unos mechones de su oscuro pelo húmedo habían quedado enganchados a otros secos, tras quitarse el abrigo. Sus mejillas estaban rosadas del súbito calor de la estancia, haciéndole ver más nervioso e inquieto de lo que estaba.

Ailén quiso decirle tantas cosas en ese momento, pero se contuvo porque no estaban solos y se hizo la tonta.

— Estás despeinado.

— Estás bien.— Hizo ademán de ir hacia ella, pero tragó saliva y se mantuvo en sus sitio.— Tengo que preguntártelo, ¿qué vas a hacer?

Ella le asintió y se volvió hacia Lyanna, juntando sus manos.

— He venido a confesar. Mi hermano... Yael, está vivo.

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