23 - El paraíso

Începe de la început
                                    

Amelia puso los ojos en blanco y fue a la cocina.


— Necesitamos champán.


Miguel miró a Luisita. — No bromea, ¿verdad?


— No, me quiere — afirmó, feliz como una colibrí y la siguió a la cocina.


Mientras Amelia abría la botella, Luisita fue por detrás, le rodeó la cintura con los brazos y le besó el cuello. Amelia cerró los ojos mientras se estremeció. Entonces Luisita fue subiendo la mano lentamente y le tomo un pecho.


— Ah, Dios, Luisita... no hagas eso ahora, cariño — gimió Amelia, temblorosa.


Luisita se alegraba de ver que no había perdido la práctica, porque había pasado mucho tiempo y las expectativas sobre cómo sería su primera vez la estaban matando.


— Has tenido mucha paciencia. Ya no voy a hacerte esperar más, mi amor... — murmuró Luisita, masajeándole el pecho muy despacio.


Amelia cerró los ojos de nuevo; tenía la respiración desbocada.


— Después de acostar a las niñas. Guarda una botella de champán — le susurró al oído antes de soltarla.


Amelia dejó escapar un gruñido de impotencia y se volteó hacia Luisita, que mordisqueaba una ramita de apio. Salió de la cocina y Amelia se quedó clavada donde estaba, paralizada y dominada por el ansia.


Amelia echó a Miguel y a Álvaro temprano y Lilian se partía de risa mientras se ponía el abrigo, hasta el punto de que Luisita se moría de vergüenza.


— Vale, vale, ya lo hemos pillado — les dijo Miguel, al salir por la puerta.


— Feliz Navidad — les deseó Luisita.


Los dos se despidieron con un gesto de la mano. A Lilian le dio un beso y meneó las cejas.


Pásenla bien — deseó, y besó a Amelia en la mejilla —. Espero no saber nada de ustedes hasta dentro de unos días.


— Te quiero, abuela — le dijo Amelia —. Pero ya te estás largando.


Lilian soltó una carcajada, les lanzó un beso a ambas y cerró la puerta.


— Amelia... — la riñó Luisita cuando se hubo marchado.


La morena la ignoró y cogió en brazos a Sofía, que dormitaba en el sofá. 


— Muy bien, pitufa, hora de irse a la camita — anunció, y llevó a la adormilada pequeña a su habitación.


Luisita cabeceó, pero se apresuró a apagar las luces, cerrar la puerta con llave y coger el champán. Dentro del baño, se contempló en el espejo que había detrás de la puerta.

Luimelia Vientos Celestiales - IUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum