CAPITULO 2: El problema del amor.

112 9 18
                                    

11 de septiembre de 2019.

—Si pudieras pedir un deseo justo ahora, ¿qué pedirías? — me preguntó Emma, acariciando mi rostro con una mano. Recostarnos en el piso del departamento por las noches era algo que se había convertido en parte de nuestra rutina. Podíamos pasar horas en la misma posición hablando sobre infinidad de cosas, cada día había algo distinto que debatir o sobre lo que qué charlar.

—Para ser honesta— respondí con total seriedad—, me quedé con hambre después de cenar, así que desearía otra pizza.

—¡Dijiste que podía comerme la última porción!— se quejó con clara indignación.

—Tus ojos brillaban al verla en la caja, estoy segura de que llorarías si me la hubiese comido— me defendí dejando un suave beso en la punta de su nariz.

—Vayamos por helado— propuso poniéndose de pie.

—¿Qué deseo pedirías tú? — le pregunté esta vez yo, imitando su movimiento para estar a su lado.

—Creo que en este momento no necesito más nada— respondió besándome tiernamente.

—Cursi— susurré contra sus labios antes de empezar a caminar hacia la puerta para poder ir a la heladería.

—Entonces pediría helado de limón.

—Ahora solo eres desagradable.


21 de mayo 2021.

La alarma suena anunciando un nuevo día, con la misma rutina solitaria, en el mismo trabajo mediocre, en la misma vida aburrida.

Había pasado una semana desde que fui al supermercado, desde entonces me mantuve firme en mi propósito de no dejar de lado mi alimentación y obligarme a hacer al menos tres comidas diarias (digamos que casi lo cumplo).

—Buenos días, León— saludo a mi gato saltando fuera de la cama.

Al fin es otra vez viernes, lo que significa que podría aprovechar y dormir toda la noche o... ¿acaso debería ir a la boda de Amanda? Hace meses no asisto a algún evento social, supongo que debo agradecer a mi clienta por haberme invitado, dado que eso me dará una oportunidad para distraerme. Prepararme para el evento y asistir a él, significa estar horas fuera de cama y eso me hará bien. También la comida y alcohol gratis son un buen incentivo porque además no tendría que cocinar, algo que detesto hacer (a veces me pregunto si mi problema con la alimentación deriva de no tener ánimos de cocinar y no el hecho de comer en sí, aunque sé que solo es una excusa). Sin embargo, el verdadero motivo por el que iría a la boda va más allá de todas esas cosas banales que mencioné antes.

Antes de ir al cuarto de baño, tomo mi libreta de quehaceres y anoto "Averiguar viandas de comida". Tal vez eso me ayudaría a comer adecuadamente y evitar que me encuentren desmayada en alguna calle de la ciudad por falta de energía. Cuando acabo de higienizarme, camino hacia la cocina, donde los análisis de sangre que me había hecho hace un par de semanas me miran desafiantes desde la pequeña isla, a modo de recordatorio de que debo cuidarme, así que me dispongo a elaborar un buen desayuno, uno que incluye tostadas con huevo y un tazón de frutas.

Debo estar sana y ser fuerte. Me recuerdo.

En el fondo sé que no lo hago por mí, pero lo importante es que lo estoy intentando, ¿no?

Paso el resto de la mañana en la tienda, asegurándome de hacer una pausa para almorzar un sándwich. El día no es diferente a cualquier otro en el trabajo: mujeres enamoradas, damas de honor entusiasmadas y otras obligadas, vestidos blancos y un montón de sonrisas falsas que ofrecer.

Nuestro cielo de colores (Lara Galeano) PRONTO EN FÍSICO Where stories live. Discover now