Prólogo

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2 de agosto de 2017.

Llevaba al menos seis horas en la misma posición, mis piernas se habían dormido por enésima vez y el dolor que comenzó en los hombros ya se había extendido por el largo de mi espalda. Fui bastante optimista el tiempo suficiente como para arruinar diecinueve bocetos, pero el hecho de llegar al número veinte estaba comenzando a fastidiarme.

—Mis diseños son una mierda— me quejé arrancando del cuaderno y haciendo un bollo el último dibujo en el que estaba trabajando. Lo arrojé al cesto de basura y, como era de esperarse, rebotó porque se encontraba lleno de otros papeles que yo misma había botado.

—Eres una diseñadora increíble— intentó darme ánimos Emma, acercándose a mí de manera sigilosa, como si temiera que culpa de mi humor fuera capaz de arrancarle la cabeza a alguien, a pesar de que yo era incapaz de dañarla.

—Si lo fuera, esas hojas no estarían en la basura— señalé sintiendo el familiar dolor en el pecho que aparecía siempre que estaba decepcionada de mí misma, justo como lo estaba ahora.

—Están en la basura porque tú los pusiste ahí— sentenció llegando finalmente a mi lado. No es que como si la distancia que nos separara era abismal, al fin y al cabo, solo nos encontrábamos en mi pequeña habitación, en la residencia que compartíamos con otras dos chicas.

Llevaba ya dos años viviendo en Valle de agua y sin arrepentirme de dejar mi pueblo para estudiar diseño de indumentaria en esta ciudad universitaria. Sin embargo, en ocasiones previas a entregas finales de trabajos, dudar de mi capacidad era lo primero que hacía. Era una suerte que Emma estuviera ahí para mí.

La atracción entre Emma y yo fue casi instantánea, pero claro que el amor tardó un poco más en llegar. Los primeros meses solo hacíamos bromas sobre estar juntas o compartíamos insinuaciones falsas, pero con el tiempo todo comenzó a sentirse más real. Emma era estudiante de arte y, desde el día en que me oyó lloriqueando acerca de no saber todas las técnicas de representación gráfica que debería y se ofreció a enseñarme a pintar con acuarelas, sabía que íbamos a terminar desnudas en la misma cama eventualmente. Tal vez por la manera en que rosábamos nuestras manos de forma intencional cuando me tendía un pincel, tratando de que pareciera una coincidencia, o por las miradas furtivas que dedicaba a sus labios mientras me explicaba algo, cuando creía que no estaba viéndome.

La cosa es que a partir de ese momento, mi relación con Emma empezó a fluir y, antes de darnos cuenta, nos habíamos enamorado tanto que aunque sonaba cursi incluso para mí, todo se sentía mágico a su lado. Como si nuestros corazones fueran piezas de un rompecabezas que fueron diseñados para encajar a la perfección.

Emma era el tipo de persona que siempre sabía que decir. Si necesitabas una palabra de aliento, ella te la daría; si estabas triste o aburrido, sería ella quien pudiera hacerte reír por horas. Era impulsiva pero sensata, tierna pero seductora, podía ser amable la mayor parte del tiempo, pero un demonio si te metías con quién amaba. Era todas las combinaciones posibles en una sola mujer.

—¿Por qué no me dejas que te dé un masaje? — me preguntó acariciando mis hombros con sus manos robustas y suaves—. Estás muy tensa.

—Sabemos cómo terminará eso, necesito acabar el proyecto— respondí con obviedad.

—No puedes acabarlo si estás así, debes relajarte, llevas horas en esa silla. Déjame aliviar tu tensión a mi manera — dijo riendo—. Y si te robo tiempo, prometo ayudarte con tu entrega. No dormiremos hasta que lo hayas acabado y quede tal como te guste.

Sabía que lo haría. Emma me había apoyado en cada noche de desvelo de mi carrera, había limpiado cada lágrima y me había consolado cada vez que quise bajar los brazos. Su carrera era igual de demandante que la mía, así que yo también estuve ahí para ella en cada ocasión, pero a diferencia de mí, Emma siempre parecía tener el control de la situación, por más que faltara un día para su entrega.

La mayoría de las personas suelen subestimar al área del arte, pero lo que ellos no entienden, es que el objetivo del artista no es solo saber hacer algo bonito, sino que además se trata de poder impactar en la vida del espectador y hacerlos sentir algo, tocar sus corazones. Si nosotros nos quedamos sin inspiración o carecemos de creatividad, no podríamos llegar muy lejos, no hay un libro o un manual al que podamos recurrir para adquirirlo, como en las matemáticas o la química.

No obstante, a diferencia de algunos artistas, yo tenía un lugar seguro en el cual buscar mis respuestas. Tenía mi propia fuente de inspiración, mi musa.

—¿Lo prometes? — pedí haciendo sobresalir mi labio inferior como si fuera una niña pequeña.

—Lo prometo.

—Entonces salteémonos el masaje, sólo bésame.

Y lo hizo. 

Nuestro cielo de colores (Lara Galeano) PRONTO EN FÍSICO Where stories live. Discover now