━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈: Amargas despedidas

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Ojalá no hubiese sido tan estúpida e impulsiva. De haberse callado, ahora las cosas no estarían tan tensas entre su progenitora y Lagertha. Porque sí, no era ningún secreto que la situación entre ambas estaba bastante mal; peor que nunca. Y aquello, como cabía esperar, no había tardado en convertirse en la comidilla de toda Kattegat.

La noticia del distanciamiento entre la reina y su segunda al mando se había propagado a una velocidad pasmosa, generando cierta inquietud entre los hombres y mujeres que conformaban el ejército. Y es que aquella brecha en su relación no podía haberse producido en peor momento.

Y todo por su culpa.

Aunque la realidad era que no se molestó en detener a su madre cuando esta, con el fuego de la ira relampagueando en sus iris grises, la dejó en compañía del esclavo para poder rendir cuentas con Lagertha. Una parte de ella —la que predominaba en aquellos instantes repletos de tensión e incertidumbre— no quiso hacerlo, resentida por el trato que había recibido por parte de la rubia. Pero ahora que lo pensaba en frío se arrepentía enormemente de haber involucrado a su progenitora en todo aquel asunto.

A Ubbe, en cambio, sí había tenido que contenerle para que no se presentara en el Gran Salón y montase un escándalo. Aunque gracias a los dioses no le costó demasiado, dado que a su marido le pudo más su preocupación por ella que sus ansias de echarse a la yugular de la afamada skjaldmö.

Suspiró, tratando de dejar su mente en blanco.

Ya habían pasado dos semanas desde entonces, desde que Lagertha le había dejado clara su postura respecto a su relación con Ubbe. Y en esos catorce días se había sentido tremendamente mal consigo misma. Al fin y al cabo, ella era la causante de todas esas divisiones en su propio bando. Divisiones que no les beneficiarían lo más mínimo de cara al enfrentamiento que tendría lugar en dos días.

La presencia del cristiano a su lado la distrajo, haciendo que emergiera de sus turbulentas cavilaciones, de aquel pozo negro que amenazaba con engullirla. Drasil lo observó por el rabillo del ojo, detallando todos y cada uno de sus movimientos. El sajón la estaba ayudando a acomodarse el peto de cuero endurecido, atando los cordones laterales del mismo, por lo que estaba completamente centrado en su tarea.

La hija de La Imbatible esbozó una tenue sonrisa.

El thrall había cambiado, pero para bien. No era el mismo hombre esquivo y retraído al que había sacado de Inglaterra hacía medio año, y tampoco parecía desconfiar tanto de ellas como al principio, cuando apenas era un extraño en Kattegat. Es más, a veces Drasil tenía la impresión de que hasta disfrutaba de su compañía y de las largas charlas en las que hablaban —o al menos hacían el intento— de su cultura y costumbres.

Por no mencionar que el día que tuvo su disputa con Lagertha, el inglés se mantuvo a su lado en tanto su madre acudía al Gran Salón para hablar con la soberana. La había apoyado a su manera, haciéndole saber con su silenciosa presencia que, fuera lo que fuese lo que la tuviera en ese estado, no estaba sola. Que podía llorar y desahogarse todo lo que quisiera, porque él no iba a juzgarla.

—¿Sabes lo que va a ocurrir en los próximos días? —preguntó la muchacha, rompiendo el aciago silencio que llevaba acompañándolos desde hacía unos minutos. No habían hablado directamente sobre ello, pero estaba convencida de que el cristiano sabía algo. A fin de cuentas, el conflicto civil había sido el único tema de conversación en la capital esas últimas semanas.

Sin apartar la mirada de la armadura, el esclavo realizó un movimiento afirmativo con la cabeza. Lucía tranquilo, como si nada ni nadie pudiera perturbarlo, pero la forma en que apretó los labios en una fina línea le hizo saber a Drasil que no estaba tan sosegado como aparentaba.

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