KATE

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Trece chicas se adentran en un paraje fangoso y húmedo. Llevan más de doce horas sin llevarse nada a la boca y andando sin parar en ese bosque.

Una de las chicas se derrumba en el suelo, muerta de cansancio y hambrienta. Todas se detienen excepto la más joven, de unos 12 o 13 años, que iba en cabeza.

- Mi señora. - la llama una de las chicas.

Artemisa para en seco.

- ¿Qué pasa, Sabina? - pregunta. Su cabello pelirrojo se mueve con el viento, y sus ojos plateados no muestran precisamente afecto.

La llamada Sabina señala a la cazadora caída con la mirada.

Artemisa suspira.

- Montad el campamento. Ya es hora de descansar un poco. - ordena. Guarda su arco de plata y se acerca a sus cazadoras.

Necesitamos algo de comer. - piensa la diosa observando a la cazadora que había caído agotada.

Sabina la mira dudando. Conoce a su señora, no va a irse a dormir dejando a sus cazadoras con el estómago vacío.

- Vamos juntas. - se ofrece.

Artemisa le sonríe.

- Primero dejemos a Maya en un lugar seguro. - dice la diosa, acariciando el cabello de la cazadora que se encontraba en el suelo.

Entre Artemisa y Sabina colocaron a Maya en una de las tiendas ya montadas por las demás cazadoras. Luego agarraron sus arcos con decisión y empezaron a andar.

Artemisa fue detrás de Sabina todo el rato. Admiraba a esa cazadora, joven, astuta y decidida, una semidiosa, hija de Poseidón. Su cabello negro iba recogido en tres trenzas, que a su vez formaban otra. Su andar era seguro, como si conociese el bosque perfectamente.

Artemisa la detiene con un silbido por lo bajo. Sus ojos se posaron en un ciervo adulto, una presa fácil para la diosa de la caza.

Prepara su arco y dispara, dándole al animal en la barriga.

Sabina se acerca al ciervo y le da con una flecha en la cabeza, dando el golpe definitivo.

- Buen golpe. - le dice a Artemisa. Pero la diosa no la está escuchando. - ¿Mi señora?

Artemisa da media vuelta y echa a andar el la dirección contraria a Sabina. La cazadora la sigue confusa, ella sola no puede cargar con el ciervo, y la diosa se aleja de ella, como hipnotizada.

A los pocos metros, Sabina escucha lo mismo que Artemisa. Un bebé que llora.

La diosa sigue andando hasta que encuentra un bulto en el suelo. Se trata de un bebé abandonado envuelto en una manta blanca.

Artemisa no puede evitar sentir lastima por el pequeño abandonado. Lo coge y lo acuna en sus brazos.

Sabina llega junto a ella.

- ¿Qué es eso, señora? - pregunta.

- Algún mal padre ha abandonado a este angelito. Es una niña, no tiene más de un día. - dice Artemisa. - Pobrecita, debe tener hambre.

- ¿Puedo verla? - pregunta Sabina acercándose a la diosa, qué sostiene al bebé como si fuese suyo. Al apartar delicadamente la manta de la carita de la pequeña, ve la cosa que menos se esperaba.

Es preciosa - piensa Sabina.

Tenía unos ojos grises como la tormenta, y un cabello rubio platino.

- No se que tipo de malnacido te ha podido dejar aquí. - le dice Artemisa al bebé. - Sabina, vamos a por el ciervo, las cazadoras deben estar esperándonos.

- ¿Vas a llevarte al bebé? - pregunta Sabina.

Artemisa asiente. Su instinto maternal se acaba de disparar.

Cuando llegan al campamento, las cazadoras observan atentamente al bebé, extrañadas y confusas.

Cenan y se retiran a dormir.

Artemisa aún no había soltado a la niña. Se la llevó a su tienda y se sentó en su cama de pieles con ella en los brazos.

Alguien entra en la tienda.

- Señora, Maya se encuentra mejor. - informa. Al encontrar a la diosa con el bebé, añade - Tal vez debería hablar con su padre, Zeus.

- Sí. Esta niña es una semidiosa, no cabe duda. Debe ser retormada con su familia mortal o su padre divino. No es mía, por lo que no tengo que ser yo quién la críe.

- ¿Y si nadie la reclama? - pregunta Sabina.

- Entonces crecerá como una cazadora y le daré la inmortalidad cuando tenga edad. - explica la diosa.

- Me parece lo mejor. De todos modos, espero que su progenitor divino la reclame, no estamos ahora para cuidar de un bebé. - opinó Sabina saliendo de la tienda.

Artemisa volvió a fijar sus ojos en la pequeña. Sentía que debía protegerla. Ese sentimiento que nunca antes había experimentado, ahora crecía por momentos.

Le teletransportó al olimpo, quería hablar con Zeus.

El rey de los dioses estaba sentado en su trono junto, al lado del de Hera. Solo estaban ellos dos, no había nadie más.

Discutían.

- Si sigues con ese comportamiento, tendré que acabar con otras de tus amantes. Y atizar a algunos de tus hijos, para ver si de una vez dejas de pórtate así. - dice Hera enfadada.

- No puedes atizar a mis hijos. No te han hecho nada. - replica Zeus.

- Eso lo dirás tu.

Artemisa carraspea.

- ¡Artemisa! - exclama Zeus - ¿Qué ocurre, hija?

- ¿Cómo van los moratones de la última vez que nos vimos las caras? - pregunta Hera entre risas.

- Para tu información, bien. Ya no tengo. - responde Artemisa. - Padre, me he encontrado a esta semidiosa en medio del bosque en el que hemos acampado.

- ¿Una semidiosa?

- ¿Es que no puedes estarte quieto, Zeus? - grita Hera indignada.

- Esta no es mía, te lo juro. - dijo Zeus. - Mi último hijo fue ese niño al que intentaste matarlo con unos escorpiones.

- ¿Y tú que sabes? - espeta Hera. - Dame a esa criatura, que la mato.

Artemisa se acerca la niña al pecho.

- Ni lo sueñes.

- Hera, esa niña no es mi hija. - repite Zeus. - Artemisa, hija, ¿conoces a su padre o madre divino?

- No. Por eso venía.

Yo sigo pensando que es Zeus, él es tan idiota que no es capaz de reconocer a un hijo suyo. - piensa Hera.

- Déjame verla. - pide Zeus.

Artemisa se acerca a su padre indecisa, y pone a la niña en su regazo.

Zeus le quita la manta y observa los rasgos de la niña con interés.

- No es hija mía. - dice al fin. - No sabría decirte quién es su padre, así que te la quedas mientras nadie la reclame. Puede ser una de tus cazadoras, si lo deseas, pero si en algún momento su padre divino la reclama, debes devolverla. - sentencia Zeus, devolviéndole la niña a Artemisa. - Toda tuya. - añade.

- Padre, yo no tengo tiempo para cuidar de bebés. - replica Artemisa, agarrando a la pequeña.

- Tu problema. - dice Zeus. - Cuídala bien, sé que al final la querrás como si fuese tu hija.

- Pero no es biológica. - añade Artemisa.

- Sigues siendo doncella, no te preocupes. - ríe Zeus. - ¿Cómo la llamarás?

Tras unos momentos de silencio, Artemisa responde:

- Kate.

HUNTER OF ARTEMISWhere stories live. Discover now