II

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El tiempo había pasado demasiado rápido. Para cuando Shikamaru quiso darse cuenta, el crepúsculo ya había caído. Lo notó al dejar su taza de té sobre la mesa y voltear hacia la ventana.

Tuvo que excusarse con Kurenai cuando esta regresaba de la cocina con la tetera dispuesta en una bandeja para servirle otra taza del humeante líquido verdoso.

Visitar a Kurenai los fines de semana también se había integrado a su rutina. Si alguien más había quedado devastado con la muerte de Asuma, esa era Kurenai Yuhi. Con casi doce semanas de embarazo, Shikamaru lo encontró bastante factible. No podía imaginarse cómo sería tener que criar a un niño solo, tener que ser el pilar absoluto del bebé que pronto vendría al mundo.

Lo que si sabía, era que, si Asuma aún viviera, aquel bebé se convertiría automáticamente en la pieza más importante de su vida. El rey, tanto en el ajedrez común como en el shogi. Por consiguiente él debía velar también por el bienestar y la seguridad de aquella pieza. Era su forma de agradecer a su mentor todo lo que había hecho por él.

Haciendo una rápida reverencia, Shikamaru abandonó la casa. Metió ambas manos en los bolsillos y echó a andar despreocupadamente por la aldea.

Anduvo sin rumbo fijo recorriendo la villa hasta llegar casi a la entrada. Entonces tomó asiento en el banquillo de piedra y extrajo el encendedor de plata del bolsillo derecho. Era uno de los pocos recuerdos que conservaba de Asuma. Desde su muerte, había empezado a fumar. Fumaba no porque le gustara o porque la sensación de sentir aquel humo atravesando su sistema respiratorio le proporcionará alguna clase de alivio. Contrario a ello, Shikamaru odiaba la tos que le sobrevenía en las primeras caladas, así como detestaba que el humo le hiciera llorar.

Fumaba simplemente para recordarlo. Para mantener a Asuma vivo en su memoria y para poder sentirse más conectado con él. Y hasta la fecha, bien que mal, le funcionaba.

De nuevo su estado anímico no era el mejor. Pensar constantemente en su sensei lo hundía en una miseria emocional.

Se levantó del banquillo con un chasquido de lengua. Se hacía tarde y había acordado reunirse con sus compañeros en Ichiraku hace horas.

-¡Eh, Shikamaru!

El tono agudo y entusiasta lo obligó a dirigir su mirada hacia la entrada de la aldea. A unos diez metros de distancia, Naruto le saludaba agitando el brazo en lo alto, esgrimiendo una sonrisa zorruna de oreja a oreja que le provocó un suave estremecimiento.

-Naruto- cerró los ojos, alzándose de hombros en fingida pose de indiferencia, memorando la misma sonrisa radiante del Uzumaki desde que cursaban juntos la Academia.

Tres años.

Habían transcurrido tres años desde que Naruto partiera de la villa con Jiraiya para entrenar. Y ahí estaba, retornando en un día cualquiera. Luciendo más alto y apuesto, su semblante más maduro y sin embargo, conservando la misma expresión ingenua de su infancia.

Inexpresivo, Shikamaru trastabilló, su cuerpo se paralizó al saberse tardíamente rodeado en un efusivo abrazo que transmitía a su vez un ansia de bienvenida.

Su rostro ganó color con aquel simple gesto y, aún sin comprender el motivo de su bochorno, dejó de tensarse entre los brazos de Naruto. Su mano subió hasta los mechones rubios segundos antes de alborotarlos.

-Que fastidio.

-¿Qué cosa?- preguntó Naruto al apartarse, manteniendo su eterna sonrisa tranquila y confiada. Así era su sonrisa. Incorruptible, ajena al dolor que había padecido a lo largo de su vida. Como si se hubiese propuesto llevar la contra a las tristezas que le llovían desde pequeño.

Intenciones ocultas.Where stories live. Discover now