032 l Renzo

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Stella miró el reloj de su muñeca con desesperación, iba tarde para su reunión de un proyecto de la universidad, y ni siquiera había salido por la intromisión de Bianca junto con su pequeño hijo, Renzo. Movió al bebé al otro lado de su cadera, echó la cabeza hacia atrás con preocupación.

Era un hecho que no le gustaban los bebés, nunca los iba a tener.

Para su fortuna, Morfeo introdujo la llave que Nicoletta le dio, pero antes que pudiera empujar la puerta, la rubia ya había abierto, le tendió al niño, el peliblanco lo sujetó sin entender la situación, mas la mujer no le dio la oportunidad de decir ni una palabra.

—Nicoletta al rato llega para cuidar al niño, lo único que necesitas es la pañalera que está allá, y en media hora hay que darle el biberón —indicó con las palabras corriendo y con un pie fuera del departamento.

—Stella —refunfuñó entre dientes cuando ella ya cerró la puerta.

Morfeo agachó la mirada, el bebé poseía grandes ojos marrones que lo miraban con curiosidad, no pasaron muchos segundos cuando Renzo esbozó una sonrisa, dejando ver que solo tenía un diente.

—¿Qué se supone que tengo que hacer contigo? —farfulló, mordiendo el interior de su mejilla, colocando sus brazos debajo de su trasero.

El bebé que no entendía lo que estaba pasando, carcajeó, le gustaban las personas, y este sujeto parecía ser agradable. Sus pequeñas manos regordetas empezaron a explorar el rostro de la deidad con curiosidad.

—No me estés tocando, bebé —advirtió, pero el bebé hizo caso omiso.

Morfeo dio unos pasos hasta llegar al sillón, inclinándose hacia delante para dejarlo en una esquina. Abrió la pañalera y sacó unos juguetes de plástico para que se entretuviera en lo que averigua qué se supone que debería hacer con un bebé.

—No puedes dejar a un bebé sin supervisión —regañó una voz profunda en lo que la deidad daba una media vuelta—. Puede caerse, no tienen buen soporte en su columna, caer al frente, golpearse la cabeza y tal vez, morir.

—¿Por eso estás aquí? ¿Vienes a recoger el alma de ese bebé? —Volvió a voltear, soslayando a la parca, que tenía las manos puestas sobre el pecho de Renzo.

—No, su mamá lo ama mucho, a pesar de las complicaciones. —El pelinegro se sentó a un lado, colocando una de sus piernas encima de la otra—. Me gusta recoger las almas de los bebés cuando estos no son deseados, así los mortales se ahorrarían muchos problemas —concluyó, encogiéndose de hombres y restándole importancia.

—¿Entonces? ¿Qué es lo que quieres? —Cruzó los brazos sobre su pecho, arrastró un banco hasta sentarse a un lado del sofá, sin despegar sus ojos del bebé que estaba deslumbrado por la parca de a un lado— ¿Por qué te mira así?

—Me puede mirar, ellos pueden ver lo que los adultos no, y supongo que le caigo bien —aseveró con un aire de superioridad—. Será un pequeño secreto entre nosotros. —Con el dedo índice sobre sus labios.

—No sabía que los recolectores de almas eran perfectos niñeros —farfulló la deidad, recargando sus codos sobre las rodillas.

—Y no lo somos... De todo, lo que, si me da curiosidad, es que todos están hablando que te has recuperado tus recuerdos, ¿cómo es que eso te hace sentir?

No recordaba que nadie le hubiera hecho esa pregunta, los seres pensantes daban por sentado los sentimientos de otras personas, por lo que estaba confundido en ese instante.

—¿Por qué pone esa cara?

—Pues es la que tengo, no me la puedo estar cambiando —replicó Morfeo, resoplando.

El capricho de Morfeo [CD #2]Where stories live. Discover now