010 l La bruja

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La pelirroja se había dejado caer sobre la cama de Morfeo, teniendo sus piernas colgabas. Ella posó sus ojos sobre la estrella que estaba en lo más alto del techo, donde el dios griego había puesto su sueño ahí. Así que suspiró con nostalgia, el tiempo no estaba a su favor, y la arena se estaba agotando.

Al menos, para su propio consuelo, Morfeo no la echó de su cama, ya que era un lugar sagrado para él y ella lo estaba invadiendo. El peliblanco la estaba tolerando.

—¿Qué ya te rendiste, humana? —mofó Morfeo, acostado sobre una nube blanca y esponjosa que flotaba a unos altos centímetros más arriba de Nicoletta—. Ya te puedes ir al mundo, si eso es lo que te hace sentir mejor.

La humana se levantó bruscamente, sacudiendo su melena, encorvó su espalda para poner sus codos encima de las rodillas, prestando atención en el reloj de la arena una vez más.

—Yo... Tú... —tartamudeo con nerviosismo, recia a rendirse.

Su mente empezó a divagar ideas sobre su cabeza, imaginando las posibilidades. Él no era un mortal como ella, por lo que sus remedios para dormir serán insuficientes para él. Un foco prendió sobre su cabeza, tenía una idea.

Él no era como ella, él era diferente ¿Y si su insomnio tenía un origen más... mágico que estaba fuera de su poder de entendimiento?

Luego, recordó lo déspota que había sido con ella. Las ovejas también parecían tener un cierto rencor, por lo que tal vez era así con todas las criaturas que se posaban en frente de él.

Tal vez alguien con más poder le había quitado lo más preciado que tenía Morfeo: su sueño.

—¿Te has peleado con alguien? —preguntó ella de golpe, con sus delgados labios rectos, sacando el aire de sus pulmones.

—No —resopló con un poco de indignación—. Todos me aman, ¿por qué la pregunta.

Morfeo dejó de estar sobre la nube para tomar asiento a un lado de la mortal. Ella lo observó por el rabillo unos segundos, prestando atención a los grandes brazos de la deidad que parecían tener unas marcas en forma de llamas de fuego que no se alcanzaban a notar en una simple mirada.

Morfeo irguió su espalda con irritación al sentir la mirada penetrante sobre los brazos.

—Tú me quitaste el sueño —afirmó Nicoletta, alzando la cabeza para conectar sus ojos verdes con los de él— ¿Alguien más pudo quitártelo a ti? —inquirió, acariciando su cabello para hacerse una cola de caballo en lo bajo.

De pronto, la habitación de Morfeo se inundó de sus propias carcajadas. Tal vez era muy mala para hacerlo dormir, pero las risas no estaban faltando. La humana inmunda era muy cómica, tal vez debería de abandonar sus estudios como médico para enfocarse en la carrera de comediante.

—No entiendo la gracia, realmente. Es una suposición. —Nicoletta se encogió de hombros, arrugando la nariz— ¿Por qué no puede ser posible? Hasta hace un momento yo solo creía que eras un mito y ya —refutó con la quijada ligeramente apretada.

—Porque nadie tiene razón, ¿quién podría embrujarme? —supuso con ironía, resoplando, rodando los ojos.

—La bruja —respondió la oveja negra, caminando hacia ellos.

La oveja blanca y la café intercambiaron una mirada con nervios, habían quedado que ese evento no iba a hablar de ello, porque le molestaba a su deidad. Sin embargo, la curiosidad invadió el cuerpo de Nicoletta. Morfeo había torcido sus labios, mostrando su insatisfacción.

La oveja negra lo tenía muy en claro, pero le gustaba llevar la contraria. Así que en lugar de retroceder como sus compañeras lo exigían, ella quería seguir avanzando hacia delante, pero las otras se lo impedían. Era indiscreto ver como el trío parecían inseparables, pero era más por decisión propia.

El capricho de Morfeo [CD #2]Where stories live. Discover now