024 l El príncipe Eiden

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La luminiscencia de la luna se filtraba por la ventana de la sala. Morfeo se encontraba acostado en el sofá de paja con la mirada hacia el techo, pretendiendo dormir, escuchó nuevamente cómo el pecho de Elvira subía y bajaba con irregularidad, todas las noches había llorado con la muerte de su padre sin falta desde hace tres semanas.

Morfeo se había quedado con la humana, ya que seguía observando la manera en que Constantino acechaba el hogar de Elvira, y él no iba a permitir que se aprovechará de ella en ningún instante. Aunque le dolía escucharla sollozar en silencio desde entonces, entendía que debía desahogarse, pero sentía como su pecho se contrae con cada suspiro de melancolía.

Y le pesaba más que tan pronto salía el sol, parecía estar con una sonrisa gigantesca plasmada en su rostro. Las personas de la aldea acudían a la pelirroja por sus enfermedades, debido a que no contaban con otro curandero, y por los efectivos resultados, la voz se corría rápido y seguían yendo con ella.

Tal vez Fausto se fue de la peor manera, pero había dejado a una antecesora perfecta.

Elvira limpió los mocos que estaban escurriendo por su nariz con la manga de su bata cuando sintió como el hombre que estaba a un lado de la maca se levantó abruptamente hasta estar a la par de ella. Intentó contener la respiración y dejar de llorar, tal vez iba a ir por un vaso de agua y volvería a dormir.

—Ya, florecilla —susurró, acariciando su frente con delicadeza—. Me estoy martirizando escucharlos llorar.

—¿Os desperté? —titubeó, abriendo los ojos con lentitud.

—No, Elvira. Me duele veros así, y pretendéis estar bien.

—Es que, mi papá. Era la única persona que tenía en este mundo, y ahora estoy sola. —Las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas, apretó los ojos con fuerza, intentando que éstas cesaran, pero era en vano.

—Sé que no es lo mismo, pero siempre estaré yo.

Con cautela, extendió la hamaca de tela de la chica, chasqueó sus dedos por debajo, asegurándose que los extremos están fijos y no se caigan. Elvira prestaba atención al hombre que tenía enfrente, que lucía más como una silueta por la lobreguez del lugar.

—¿Qué es lo que estáis haciendo? —farfulló por la falta de aire, girando su cabeza.

La deidad se recostó a un lado de ella, colocando la cabeza en una esquina de la almohada, tratando de no hostigarla.

—¿Os puedo abrazar? ¿o queréis que me regrese al sofá? —Pasó saliva con nerviosismo, las palmas de sus manos empezaban a sudar, reincorporándose para alejarse.

Había sido una pésima idea acostarse con ella.

Aunque la pelirroja al sentir como él estaba dispuesto a irse, giró su cuerpo en un ágil movimiento, colocó toda la palma de su mano sobre su pecho y recargando su cabeza en el hombro del hombre.

—Abrazadme, y no me sueltes. —Echó un poco hacia atrás la cabeza en lo que Morfeo bajaba el mentón.

Los ojos verdes de Elvira resplandecían con deseo, por lo que se empujó un poco con los pies para depositarle un beso en la barbilla, sintiendo el calor acumularse en sus mejillas, agradecida que todo el lugar estaba oscuro para que no la observase.

Morfeo sintió un cosquilleo que seguía ardiendo en la zona donde depositó el beso, sentía como encajaban a la perfección hasta desconocer el lugar en que terminaba su cuerpo y empezaba el de ella. No soportó esas ganas que le recorrían por cada esquina, así que se inclinó hacia al frente hasta que se apoderó de su boca. Fue una caricia breve, dominante, pero deliciosa.

El capricho de Morfeo [CD #2]Where stories live. Discover now