Prologo (La Sospecha)

531 49 11
                                    

Desde que comencé el primer semestre de especialización en arqueología me he distanciado de muchas personas. Me tomo demasiado enserio mis estudios, y casi no tengo tiempo para mis amigos, o para mi novio...

-Te digo que este fin de semana no puedo.- le dije a Bairre mientras caminábamos por el pasillo de la universidad - Tengo mucho que estudiar, amor.

-¡Por favor, _____! Llevamos un año saliendo, ya es hora de que vengas a conocer a mi familia.- insistió.

-¡Iré cuándo termine el semestre!

-¡Pero yo quiero que sea este fin de semana!

-¡Bairre, deja de insistir!

Llegamos donde la puerta principal y Bairre la abrió para mí. Fuimos a sentarnos en el césped para almorzar allí, y mientras comíamos los sandwichs sin hablar de nada en absoluto comencé a estudiar en uno de mis libros. Bairre me observó en silencio por un rato, hasta que ya no pudo con la condición y volvió a insistir.

-_____... Realmente es importante para mí presentarte a mi familia.- me dijo.

-Lo sé.- suspiré, cerrando mi libro para mirarlo.

-¿Entonces vendrás a casa conmigo este fin de semana?-sonrió.

-¡Que no! iré al final del semestre, te lo prometo.- le dije.

-¡Por el amor de Dios, _______! ¡Te la pasas estudiando, necesitas despegarte de los libros de una vez!

-¡Cálmate, sólo faltan tres semanas para el final del semestre, te digo que iré en cuanto pasen estas tres semanas!- le dije, ahora algo molesta por su actitud.

-¡Ah, vamos, ¿ahora te enojas?! ¡Yo debería estar enojado!

-¡Por supuesto que lo estás, tu comenzaste a gritarme!

-¡Oh, claro, ahora tengo la culpa porque soy el hombre!

-¡Eres un pesado!

-¡¿Eso crees?!

-¡Sí, creo que eres un pesado exagerado que se hace la víctima sólo porque no se sabe esperar tres semanas!

-¡¿Ah sí?! ¡¿Sabes qué es lo que yo creo?! ¡¡Que quieres más a los estúpidos libros de estudio que a mí!!

-¡¡Los "estúpidos" libros de estudio no me gritan por cualquier cosa!!

-Bien, ya entiendo, no me quieres cerca...- se levantó.

-Bairre, por favor, no he querido decir...

-¡No, no! ¡no te preocupes! Quédate a solas con tus queridos libros, se nota que no te hace falta ninguna otra compañía...

Antes de que pudiera decirle cualquier cosa, Bairre se fue, dejándome sola. Me puse de pie y recogí mis cosas lo más rápido que pude para ir detrás de él, pero lo perdí de vista y comencé a vagar sin rumbo por el patio de la universidad.

Bairre siempre hacía lo mismo cuándo se molestaba, me dejaba completamente sola después de gritarme he iniciar una pelea absurda. A veces no comprendo por qué sigo saliendo con él, después de todo es un idiota y últimamente sólo sabe hacerme sentir mal... No pude evitar el comenzar a derramar lágrimas, hundí mi cabeza entre mi pecho y los libros que traía en brazos y continué caminando sin ver a dónde me dirigía, hasta que tropecé con alguien y caí al suelo.

-¡O-oye, fíjate por dónde...!- me dijo un chico (a juzgar por su acento era británico al igual que yo), bastante molesto, antes de ver quién era y notar que estaba llorando -¡Hey, no llores!

-L-lo siento mucho...- dije recogiendo mis libros sin siquiera dirigirle la mirada, intentando secar mis lágrimas sin tener mucho éxito.

-O-oye... Al menos deja que te ayude...- él se oía molesto, pero de todas formas se arrodillo frente a mí y recogió uno de mis libros, extendiendo su mano hacia mí para entregármelo.

-Gracias...- le dije tomando el libro.

Al tomar el libro, aquel joven tomó mi mano y se puso de pie, ayudándome a pararme. Levanté mi mirada para verlo a los ojos, se trataba de un muchacho rubio, de ojos verdes y con cejas pobladas, pero para nada feo.

-Vamos, deja de llorar, no seas idiota...- me dijo al ver que seguía derramando lágrimas e incluso intentó secar mi mejilla, sonrojándose un poco.

El que hiciera esto me trajo un recuerdo de la niñez que hizo que dejara de llorar...

 Flashback: Londres, 12 años atrás.

Estaba llorando al borde de la vereda. Mi perro se había salido corriendo hacia la calle y un auto le había atropellado. Por mucho que mamá intentó calmare y hacer que entrara a la casa yo no me movía de allí, sólo veía los restos de mi perrito y lloraba como si no hubiera un mañana.

 Fue entonces que llegó ese hombre rubio, de ojos verdes y cejas pobladas, de no más de 20 años, llevaba una caja en sus brazos y se detuvo al pasar por mi lado.

 -¿Qué pasa, pequeña?- me preguntó.

 Sin importarme que fuera un desconocido, le conté entre lágrimas y sollozos lo que le había pasado a mi perrito. Él secó mis lágrimas y sacó algo de su caja: un pequeño unicornio de juguete.

 -Deja de llorar, toma esto, te lo regalo.- dijo, extendiendo su mano hacia mi para darme el objeto. -Se que no es lo mismo que tu perrito, y no puedo hacer que vuelva, pero al menos acepta esto y ya no llores...

 Lo observé un momento. Me avergoncé de que un extraño me hubiera visto llorar, y al mismo tiempo su gesto y sus palabras me hacían sentir un poco mejor, así que tomé el regalo que me ofrecía con timidez y vi como una sonrisa se dibujaba en su rostro. Se puso de pie y se despidió, diciéndome que pronto me sentiría mejor y que ese regalo me ayudaría. Cuando comenzó a caminar corrí hacia él y le abrasé la pierna.

 -Gracias...- dije por lo bajo.

 Él respondió con su rostro teñido de rojo y frunciendo levemente el ceño.

 -N-no tienes que darme las gracias... Pequeña tonta, me haces ver como un idiota...- al final me sonrió y despeinó un poco mi cabellera castaña antes de irse.

Todavía tengo ese unicornio de juguete guardado, se volvió muy valioso para mí, tanto que cuándo vine a estudiar a Dublin lo traje conmigo y lo tengo guardado en mi habitación, pero eso no importa ahora. Lo que importa es que ese hombre joven que me hizo sentir mejor aquella vez y el estudiante de universidad que estaba frente a mí ahora, al parecer son la misma persona.

-Oye... ¡¿Me estás escuchando?! Te pregunté cuál es tu nombre.- dijo picándome levemente la frente, haciendo que saliera de mis pensamientos.

-¡L-lo siento! Soy ________ Allard... ¿Tú nombre...?

-Arthur Kirkland.

-Mu-mucho gusto.- dije algo nerviosa, dedicándole una sonrisa triste, ya que aún me sentía de esa forma en ese momento.

-Cómo sea. ¿Puedo saber por qué llorabas?

-... Es que mi novio y yo discutimos, y me dejó sola...- bajé la mirada.

-¡¿Y estabas llorando por un idiota que te deja sola?! ¡No seas idiota!- volvió a picarme la frente-¡Termina con ese idiota, un caballero no hace sufrir a una dama ni la abandona, y menos aún si la quiere!

-Pero...

-No tienes remedio, ______...- suspiró frustrado -Como sea, tengo cosas que hacer. Deja estar por ahí llorando por ese idiota, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza y dejé que comenzara a alejarse, observándolo desde ese mismo lugar. Su voz y su físico no han cambiado desde aquella vez... Es como si el tiempo no tuviera efecto en él.

-Arthur... ¿Qué eres tú...?

El Secreto de la Universidad de Dublin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora