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Noviembre, 1979

Xiao Zhen lo observó con miedo porque, sentado en la mesa del comedor, lo esperaba su padre. Tenía los codos apoyados en la madera y las manos cruzadas delante de su rostro. Lo miraba sin emoción alguna. Se encontraban solos en la casa, los empleados no estaban y los guardias habían salido a la calle apenas Xiao Zhen abrió la puerta esa mañana.

Siempre supo que la situación sería difícil de resolver.

Él también estaría furioso si su hijo no hubiese aparecido en toda la noche dado lo ocurrido el día anterior.

—Lo siento, señor —fue lo primero que dijo—. Yo... a-ayer no alcancé a llegar por el toque de queda y... y... y tuve que irme a la casa de un compañero. Él no tenía teléfono y...

—Cállate —le ordenó su padre.

Xiao Zhen lo hizo de inmediato.

Con las manos anudadas sobre el estómago, esperó.

Su padre continuó al otro lado de la mesa observándolo.

—¿Tienes idea de lo que me hiciste hacer?

No, no la tenía, pero sabía que, de igual forma, era el culpable.

—Lo siento, se...

El golpe en la mesa lo silenció.

—¿Te di permiso para que hablaras?

Tragó saliva, no sabía si debía o no responder porque le estaba haciendo una pregunta, pero a la vez le había ordenado que no hablara.

Esperó.

Abrió la boca.

El rostro de su padre se crispó.

Debía guardar silencio.

—Mientras había un caos político en el país, ¿sabes lo que estaba haciendo yo?

No respondas, se dijo.

No obstante, su padre continuó en silencio, eso quería decir que esta vez debía contestar.

—No, señor —susurró.

—¿Te dije que hablaras?

Negó con la cabeza.

Volvió a tragar saliva, su padre se había puesto de pie. Tenía las manos apoyadas en las esquinas de la mesa.

—Ayer tenía a la mitad de mi regimiento buscándote —avanzó hacia él, se detuvo a unos pasos—. ¿Y tú dónde estabas? ¿Dónde un amigo dijiste?

—Iba a llamar pe...

Una cachetada le dio vuelta la cara.

—Cállate, última advertencia.

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

Se sintió como el niño idiota que no aprendía a atarse los cordones. Se sintió como ese mismo niño idiota que no se podía memorizar las vocales y lloraba porque su padre le gritaba a su madre echándole la culpa. Se sintió exactamente igual.

La diferencia, ahora estaba solo.

No estaba su madre a su lado para tomarle la mano, ni para visitarlo a escondidas a su habitación mientras él lloraba en la cama. No estaba su consuelo ni sus besos, ni mucho menos su cariño.

—Eres un niño precioso —le habría dicho ella— y muy inteligente.

Estaba solo.

Tenía que enfrentar eso solo.

Mantuvo el rostro volteado intentando no pestañar, la mejilla le ardía. Pero cuando se era golpeado por alguien que querías, el dolor físico nunca era el que prevalecía. Lo que realmente dolía era aceptar que habías sido golpeado por alguien que se suponía debía quererte también.

—Estoy cansado de ti.

Quiso disculparse, rogarle que sería mejor, que iba a ser perfecto, que sería obediente, que se sentiría tan orgulloso de él que incluso (por favor) iba a llegar a quererlo.

—¿Tienes algo que decir?

Debió negarlo.

Debió.

Debió.

Debió hacer eso.

Pero no lo hizo.

Porque disculparse con su padre ya era parte de él.

—Lo siento, señor.

Como también prometer que cambiaría para ser mejor.

—No se repetirá.

—¿No se repetirá?

Malentendió el error.

—No se repetirá, señor.

—Claro que no se repetirá —su padre bufó—, porque vas a presentar en tu universidad una carta de renuncia.

Su lengua se convirtió en una masa torpe en su boca, apenas manejable.

—¿S-s-señor?

—No más libertades para ti.

—S-se-señor...

—Cállate.

—P-pero, s-s...

Recibió una nueva cachetada en la misma zona que la anterior. El sabor metálico de la sangre estalló en su boca. Un hilo se le coló entre los labios cuando se ahogó con ella y la saliva.

Su padre observó furioso las gotas rojas que mancharon la madera oscura del suelo.

—Limpia tu desastre.

Entonces, su padre se había marchado dando un portazo. Aun así, lo escuchó.

—Es un inútil.

Charles no entendió que estaba llorando hasta que la madera oscura también absorbió sus lágrimas.

Charles no entendió que estaba llorando hasta que la madera oscura también absorbió sus lágrimas

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora