Lo único que podía hacer era seguir adelante y maldecir a todas las personas responsables de su situación. Era evidente que esto no podía ser culpa de ella, pensó. Ah no, tú no eres la que está conduciendo un viejo coche deportivo con este tiempo. No, la culpa era de su madre por haberla convencido de que tenía la obligación de ir a pasar el día de Acción de Gracias con su familiar más cercano: una tía que Carina no había visto desde que era niña. También era culpa de Owen por haberle aconsejado que se comprara un MG deportivo de segunda mano cuando en realidad lo que ella quería era un cuatro por cuatro. También era culpa de su jefe por haberla retenido tres horas en el momento en que ella se marchaba de la oficina. Nunca fallaba; cada vez que Carina le decía que tenía que irse a una hora determinada, siempre surgía trabajo que terminar en una fecha limite y ella se sentía culpable, y, cuando por fin se iba, se sentía acosada y maltratada. Después, Jack aludía a su marcha precipitada durante varias semanas. «Si te hubieras quedado una hora más, sabrías por qué se modificó el proyecto...» 

 La habría obligado a quedarse hasta las doce de la noche si ella no le hubiera lanzado La Mirada. La Mirada le dijo a Jack que ya estaba harta de cambiar las especificaciones del CAD una por una y que, no, no pensaba hacer un nuevo juego de doce pruebas en color para tal cliente antes de irse. La Mirada le dijo que estaba harta de diseñar edificios en forma de cajas de cartón, de Jack y de los trabajos urgentes de última hora que cada vez la retrasaban más, encima que hacía un tiempo espantoso. 

 Sólo dijo que lo haría el lunes. De pronto él se volvió de lo más atento y expresó su preocupación por el largo viaje que le esperaba y el tiempo que hacía. «Una tía tiene que ser muy valiente —dijo—, para conducir durante seis horas por esas montañas tan altas.» Carina apretó los dientes. Jack siempre hacía una pausa antes de decir «tía», y ella sabía que en realidad quería decir «chica», a pesar de que ya estaban en los noventa. Le volvió a lanzar La Mirada y le dijo que no, que no creía que debía salir al día siguiente por la mañana. 

 Apretó el volante y se maldijo por haber sido demasiado cobarde y no haberle dicho que si se hubiera marchado a la hora prevista no habría tenido ningún problema. Pasó junto a una señal de altitud, mil quinientos metros, y siguió ascendiendo. Estaba segura de que se había perdido. Alargó la mano para subir la calefacción pero se detuvo, pues ya estaba a tope. El aguanieve se pegaba a los limpiaparabrisas. Una nueva ráfaga de aire gélido se filtró por la capota y Carina buscó en la guantera los finos guantes que Levi le había regalado. No estaban forrados, pero eran mejor que nada. 

 Frenó en la cima de la cuesta y le alivió ver señales de civilización a través de la nieve medio derretida del parabrisas. Aceleró hasta encontrar una señal que indicaba que había llegado a Bishop. Era un pueblo pequeño y lo atravesó en pocos minutos. No había gente a la vista y todas las casas por las que pasó parecían acurrucadas a la espera de la tormenta. Condujo con cuidado por la carretera y reprimió un temblor de miedo. Su tía le había dicho que desde allí sólo faltaban diez minutos de camino. Decidió que podría llegar hasta la casa. Su tía, naturalmente, no sabía que iba a nevar. 

No había luces en la calle. «Bicho de ciudad —se reprendió—, te has ablandado.» El MG no estaba preparado para ese tiempo, lo sabía, pero no tenía otra elección más que seguir adelante. La nieve amainó cuando subió lentamente otra cuesta. Mientras el cuentakilómetros avanzaba, se dio cuenta de que a ese ritmo el cálculo de su tía de diez minutos podía convertirse en media hora. 

 El temor y las dudas volvieron con redomada fuerza cuando llegó a lo alto de la primera cuesta. No se había dado cuenta de que la ladera la había estado resguardando del viento y la nieve. El MG se sacudió cuando lo golpeó la primera ráfaga de viento del Ártico y la nieve cubrió el cristal. Carina renunció al calor en los pies y dirigió toda la calefacción al parabrisas. Al menos, sirvió de algo. Redujo la velocidad y condujo el coche fijándose en los mojones de la carretera, agradecida de poder ver el borde. 

Pintando la luna //MARINA AU (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora