Capítulo veintinueve.

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Dejé salir un suspiro y le eché un vistazo a Megan.

—Por mí no hay problema que vaya con nosotros. —Realmente no tenía pensado un lugar a dónde ir. Simplemente quería pasar tiempo con ella. Y la compañía de Chad no arruinaba mis planes; después de todo, me agradaba.

—¡Genial! —dijo él, colgándose la mochila en un hombro y nos esquivó efusivamente en dirección a la puerta—. ¡En marcha!

Reí brevemente y Megan sacudió la cabeza mientras ponía un frasco de vidrio con agua en medio de la mesita de la sala.

—De los tres, es el más entusiasmado. —Colocó la rosa dentro del frasco y me sonrió.

Sin poder resistirme, me acerqué a ella y la tomé de la cintura. Se sobresaltó, pero luego sus manos se apoyaron en mi pecho. Con una discreta sonrisa, incliné la cabeza en el hueco de su cuello y lo besé. Aspiré su aroma a vainilla y fresas, y disfruté de su esencia.

—No lo creo —susurré contra su piel que se estremeció.

Mi boca subió a lo largo de su cuello, recorriendo lentamente su mandíbula hasta que nuestros ojos se encontraron. Había algo en su mirada que me hacía sentir refugiado y con ganas de atravesar cualquier cosa que se interpusiera en mi camino. Lo haría por ella.

Posé mis labios en los suyos y prácticamente me olvidé de todos mis problemas. Quería permanecer así, saboreando y explorando la textura de sus besos por toda una eternidad. No me quejaría en ningún momento.

—¿Podrían dejar eso para después?

Me aparté y miré a Chad sobre mi hombro. Creo que necesitaba hablar con él sobre no aparecer en situaciones como ésta. Megan rió por lo bajo y cuando me volví para tomar su mano, estaba sonriendo. Besé su mejilla sonrojada y salimos del departamento.

(...)

Después de ir a comer y escuchar a Chad acerca de lo que hizo en éstos días, fuimos a la playa. Nos alejamos de los turistas y nos quedamos en un lugar tranquilo en donde solamente se percibía el ruido de las olas del mar chocando entre sí, y el sonido de las gaviotas que parloteaban por diferentes rumbos.

—Es un juego fácil de aprender, Dominic —dijo Chad, abriendo su mochila. Sacó un bate y una pequeña pelota de béisbol.

—¿Qué diablos traes en esa mochila? —Fruncí el ceño—. Se supone que debes traer solamente libros y cuadernos.

Alzó un hombro mientras me lanzaba la pelota. —Lo llevo al instituto para jugar con mis compañeros en las horas libres.

—Espero que en un futuro no tengas un reporte por haber roto alguna ventana —intervino Megan, sentándose en la arena.

Chad rodó los ojos y se puso en posición, sosteniendo el bate y recargando la base en su hombro.

—No estamos en un campo de béisbol —dije—. Así que ten cuidado con la velocidad, a menos que estés dispuesto a sacar la pelota del mar.

—Tranquilo. La lanzaré al lado opuesto.

—Entonces los turistas estarán en riesgo —escuché decir a Megan.

—No será mi culpa si ellos se atraviesan. —Volvió a encogerse de hombros y reí mientras Megan sacudía la cabeza, volviendo su atención al teléfono.

—Bien. —Me rasqué la nuca, soltando un suspiro—. Fingiré entender la finalidad del juego.

Sostuve la pelota y calculé la distancia que me separaba de Chad. Luego de que me diera la señal, la lancé a una velocidad óptima y a un ángulo que concordara con su altura. El bate golpeó la pelota y ésta voló al aire por encima de mí. No hice el esfuerzo de alcanzarla.

Heridas Ocultas ✅ | editando |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora