17. Rojas son mis caricias

Start from the beginning
                                    

Me vienen a la cabeza varios recuerdos: el rostro de Angus cuando habló de su papá, el anormal carácter de Charity y la necesidad constante de Raven de distraerse conmigo.

Me pregunto si he sido egocéntrica todo este tiempo y él está librando una batalla más dura que la mía.

—¿Te encuentras bien? —pregunto.

Duda. Se mueve, inquieto. Finalmente, se planta seguro.

—Sí, todo perfecto. ¿Puedes hablar?

Niego. Veo que no es el único con inconvenientes para mostrar sus verdaderas emociones. Quizás ambos nos pusimos la misma máscara, una máscara que te acostumbras tanto a usar que te olvidas que la tienes puesta.

—¿A las once de la noche? —Lo miro, escéptica.

—Te prometo que valdrá la pena—resuelve con la calma que su lenguaje corporal ahora no está expresando.

Se pone las manos en los bolsillos. Mira para todos lados del patio, indeciso. Su incipiente falta de seguridad me hace pensar que está arrepentido de haber venido. Definitivamente, su cuerpo me está pidiendo en una súplica tácita que lo deje subir y le dé una oportunidad.

—Mis papás van a matarme si se enteran que estuviste aquí —declaro.

—No tienen por qué enterarse. Soy bueno escalando.

Suspiro. ¿En qué momento mi vida se convirtió en un cliché de instituto?

—Si te caes y te rompes una pierna, no pagaré ningún gasto médico —respondo con esa acidez que debo seguir mostrándole por obligación.

Tengo que controlar mis niveles de vulnerabilidad porque por más que desee que Raven sea esa salida segura que ni siquiera sabía que había estado buscando, si voy demasiado rápido me estrellaré contra el muro de las expectativas.

—Trato hecho —dice con una sonrisa, aliviado.

Utiliza los caños exteriores de mi casa para treparse con una habilidad que, siendo completamente sincera, es exquisita porque me permite ver la forma en que sus músculos entran en acción. Le extiendo mi mano cuando está por lograrlo, lo que hace que él tome envión y ambos terminemos cayendo hacia atrás cuando por fin logra meterse a través de mi ventana.

Pienso en esa película que vi como distracción de todo lo que me hizo Wilder y recuerdo la historia de Raquel. Espero que la única coincidencia entre nuestras vidas sea que tenemos vecinos en los que estamos interesadas. El resto, no, gracias. Ese dios griego me estresó más de lo que me excitó con sus idas y vueltas.

Me pregunto qué pensarían Otto y Spike si entran ahora a mi cuarto y ven que tengo a mi vecino encima mío, respirando a centímetros de mi rostro. La cercanía es tal que puedo percibir su aliento a menta regocijando mi olfato y sus cabellos descontrolados rozando mi cuello. Su pecho sube y baja, tan tenso como agitado, haciendo presión sobre el mío.

Una expresión inequívoca de deseo nos encierra a ambos. Nos miramos por un tiempo que parece infinito pero que en realidad se trata de solo un instante. Sus labios están cerca de los míos, tan cerca que parece que están a punto de tocarse.

Se siente bien hasta que llegan los flashes del pasado. Recuedo el peso de Wilder, mis manos sobre su piel y el inútil esfuerzo que hice para apartarlo. La sofocación. El sudor. El calor de su aliento...El clima se destruye y la calma se convierte en agonía. Mis músculos se contraen como si estuvieran reaccionando a ese viejo ataque y mi mente hace lo mismo al compás del pánico que me genera revivir esa noche de mi vida otra vez.

—¡¿Qué haces?! ¡Muévete, idiota! —exclamo a medida que lo empujo y me levanto con brusquedad.

Cierro los ojos e inhalo rápido. Muy rápido.

Los vecinos de calle Arcoíris [PAUSADA]Where stories live. Discover now