Capítulo 15: Miedo

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¿Dormir? Imposible.

Los ojos de Kian no se cerraron, ni siquiera por un minuto.

Había tenido malas noches recientemente, pero nunca desde hace años una donde no pudiera dormir absolutamente nada de nada.

Jennifer se había rendido tras la puerta luego de que él salió del baño, pero había tardado una hora ahí dentro, la mayor parte del tiempo botado en el suelo como un envase vacío, y el resto con el chorro de la ducha caliente sobre su cabeza, sin saber qué hacer además que estar ahí parado, mirando perdidamente los comandos de la temperatura y la presión del agua sin prestar la mínima atención porque no paraba de darle vueltas a lo que había sucedido en casa de los Gellar.

Sus movimientos seguían siendo automatizados, y tras ponerse unos bóxer, se dejó caer en la cama para enfrentar la larga noche que le esperaba.

No había respuesta para la única pregunta que tenía: ¿Qué había pasado? Esa duda dominó su mente la mayor parte de las horas, pero hacia el amanecer una nueva surgió: ¿Olivia estaría bien? Kent y él se habían conmocionado, pero ella le había parecido aterrada y tan perdida como ellos. Sin duda debía estar afectada, pero le carcomía no saber en qué forma. La única persona que no parecía ser una víctima era la señora Gellar, ¿Olivia estaría en alguna clase de peligro con su madre?

Mierda.

Entre más escarbaba en lo inexplorado, más turbias se volvían sus conclusiones. Además, no dejaba de ser consciente del tiempo, y mientras más cerca estaban las horas del amanecer, se sentía más y más ansioso porque se acercaba la hora de ir a la escuela.

Dios, no. No podía ir allí. No sabía si Olivia se presentaría, pero..., ¿y si lo hacía? ¿Qué podría hacer o decirle? Desde luego ella vio lo mismo que él había visto, y sus miradas se cruzaron en ese momento, así que no podía ser tan sencillo hacer como si nada hubiera pasado. Pero tal vez si él faltaba ese día, tendría más tiempo para procesar...

Hacia las siete de la mañana, los aporreos en su puerta lo hicieron cambiar de opinión.

—Kian, sé que estás ahí. Si no abres la puerta haré que la tiren —advirtió Jennifer, y aunque en su voz había una insulsa calma, Kian sabía que solo era una fachada y no lo dejaría en paz el resto del día.

Mientras ella continuaba lanzando tretas, él se levantó de la cama, apresurado, y comenzó a moverse por la habitación para vestirse y recoger sus cosas. Al cabo de unos minutos estaba listo, y abrió la puerta tan abruptamente que Jennifer casi le aporrea el pecho, pero detuvo la mano en vilo, sorprendida por un momento de que sus ruegos hubieran funcionado para hacerlo salir. Sin embargo, la sensación de triunfo le duró poco cuando Kian comenzó a alejarse rumbo a las escaleras.

—¿A dónde crees que vas? ¿Vas a ignorarme otra vez? —inquirió ella, con sus pasos resonando detrás.

Kian apresuró la marcha al bajar.

—¿Te das cuenta como es que contigo no se puede hablar? —continuó Jennifer— Yo solo trato de que nuestra comunicación mejore, pero tú no pones de tu parte. ¿Cómo puedo ser una buena madre si tengo al peor hijo? ¿Tienes idea de lo mucho que me lastimas? ¡Escúchame maldito ingrato...!

Las puntiagudas uñas se le clavaron cuando ella lo agarró del hombro, y aunque la fuerza de Jennifer no era suficiente como para detenerlo, de todas formas él lo hizo, volviéndose hacia ella, y con una furia que dejó de contenerse le gritó:

—¡Ya basta! ¡No todo gira alrededor de ti!

La voz de Kian, como un trueno, causó tal golpe en su madre que esta lo soltó de inmediato, mirándolo con los ojos bien abiertos por la sorpresa. Kian también estaba sorprendido por la vehemencia con la que había soltado aquello, pero sabía que no lo estaba demostrando en el rostro fruncido por el enojo.

TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora