20._Elección

345 82 8
                                    


-No, no lo sé. Pero me atrevo a decir que se trata de algo extravagante- respondió Dai.

Mary no contestó y sonriendo miró por la ventana. Hace mucho no dejaba el pueblo. Bajó el cristal para poder respirar el aire fresco. Se desprendío de la mano de Dai para poder girarse mejor hacia el paisaje nocturno, que eran colinas oscuras contra la luz de la luna.

-Fue una buena idea venir en automóvil y no sólo aparecer allí- comentó la mujer- Aunque la verdad, la idea de salir a comer no me suena atractiva.

-Lo sé, pero creo que esta cena te será agradable- le contestó Dai.

Hace días Mary venía pensando algo, pero se le hacia inverosímil y preferiría ignorar sus suposiciones.

-Duerme un poco- le sugirió Dai- El viaje es un tanto largo.

-Prefiero disfrutar del paisaje-  respondió Mary volviendo sus ojos a él- ¿Te importa si pongo música?

-No.

-Genial- exclamó Mary y comenzó a buscar que oír terminando por poner una estación de radio que hizo a Dai arquear una ceja- ¿Qué? A mí me gusta... Y no me salgas con eso del que conduce es el que escoje lo que se escucha.

-No pensaba a hacerlo- le dijo y de quedó viendo como Mary murmuraba la canción, fingiendo tocar una guitarra.

Dai la había visto hacer eso decenas de veces. La había visto hacer muchas cosas durante los años que la observó. Sabía que esperar y que no esperar de ella, pero todavía podía sorprenderlo de vez en cuando. Mirándola de reojo se sonrió y aceleró un poco. Él tenía todo el tiempo del mundo, pero las noches duraban sólo unas horas. Después de casi noventa minutos, llegaron al océano. La luna parecía colgar sobre esa masa de agua oscura, sobre la cual el viento soplaba cansado. Mary esperaba un restaurante cerca de la playa, pero terminaron en una solitaria franja de la costa.

-Considerando que lo suntuoso es algo que no te impresiona, he decidido improvisar un poco- le dijo Dai al abrir la puerta del vehículo para que ella bajara.

-Tú improvisando... Eso si que es una sorpresa- comentó Mary mientras se quitaba los zapatos para caminar en la arena.

Dai no contestó y la invitó a seguirlo hacia un sitio entre las rocas. Allí, en un parpadeo, monto un picnic sencillo para los dos. Mary parecía tener buena disposición para lo que él proponía, pero era evidente que mantenía cierta cautela y  varias preguntas entre sus pensamientos, mas guardaba silencio. El murmullo del mar besando la arena era el único sonido a kilómetros y la luna la única criatura que parecía estarse moviendo en el mundo entero. Era un momento pacífico, pero un tanto singular.

-¿Vino?- le ofreció Dai y ella aceptó.

Mary se quedó viendo el líquido en la copa antes de beber un poco, momento que Dai interrumpió para proponer un brindis por un motivo que no dejo de llamar la atención de la mujer.

-¿Por las elecciones?- le cuestionarian Mary.

-Sí. Las elecciones que hacemos nos pueden cambiar la vida- le respondió Dai.

-¿No se suele decir que son las decisiones las que..?

-Una decisión, al fin y al cabo, es una elección. Le dices si o no a las opciones ante tí- la interrumpió Dai.

Él no solía interrumpir a nadie al hablar. Cuando lo hacía era por un buen motivo y siempre ajeno al argumento a exponer.

-¿Qué elección importante has tomado en estos meses?- le pregunto Mary viéndolo fijamente.

Dai se sonrió para llevar la copa a sus labios y viendo la luna recordó...

Cuando el señor Edgar enfermó gravemente, perdió la vista y se quedó encerrado en su habitación. Él le había ordenado a Dai, que el día de su muerte se lo señalará poniendo rosas blancas en su mesa de noche. Él se negó, pues advertir a los hombres de su muerte era algo que no podía hacer.

Tomates azules.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora