Capitulo tres

296 36 0
                                    

Habiendo dejado atrás a los otros, Aome y Shipo iban de lo más tranquilos y felices. Al fin tenían un poco de tranquilidad.
Aome estaba contenta y su aura reflejaba felicidad y su postura era relajada, aunque a la vez sus poderes estaban alerta por posibles ataques.
Al pequeño demonio le ocurría lo mismo, era tanta la alegría que salía de Aome que el también se contagió y sin poder evitarlo, sonreía de oreja a oreja.
Llevando un rato de caminata larga, Shipo se acurrucó en los brazos de Aome y distraidamente preguntó - ¿Falta mucho mami? - viéndola con ojos tranquilos - no mi pequeño, enseguida llegamos - revolviendole el pelo.
- Mami - con una sonrisa traviesa en el rostro - mum... - viendo esa sonrisa traviesa - ¿Qué estás tramando?. - nada... nada - poniendo ojos inocentes - solo me acordaba de lo divertido que fue Inuyasa.
- ¿¿Shipo?? - juguetona risa se le escapaba. - Es verdad mami - saltando en sus brazos de arriba abajo, tanto que olfateaba y okfateaba y ni cuenta se dió que estábamos casi al lado.
Me parece que la barrera que creaste es genial. Meneando la cabeza con diversión el acordarse de eso la Miko respondió - Claro que si, mi campeón - chocando su nariz con la suya - todo lo que eh estado aprendiendo me lo han enseñado los mejores. Cada esfuerzo, cada rasguño, cada lágrima, cada sufrimiento a valido la pena pequeño. Todo lo que he ido superando y todo lo que he perfeccionado a valido todo y si volvería a empezar no lo cambiaría por nada, por nada y por nadie, porque al final he podido distinguir la para del oro.
Dándole una mirada cariñosa y un abrazo tierno, la Miko Aome miró haciendo adelante dislumbrando un campo lleno de hermosas flores y árboles.
Era un lugar de ensueño lleno de hermosas flores y abundante hierba. Hierba que comía un dragón de dos cabezas mientras vigilaba su entorno.
En un árbol sentado y con el codo apoyado en su rodilla se encontraba el ser más poderoso de lo más relajada y por último una niña pequeña con una coleta de lado y un Kimono a cuadros que hacía coronas que intentaba colocarselas en la cabeza al pobre Kappa que le reñia irritado a la chiquilla.
El primero que se dio cuenta de la presencia de Aome y Shipo fue el que levantando su mirada lo dirigió a Rin.
Rin viendo esa mirada enseguida se dió cuenta que pasaba algo, dando la vuelta y viendo quién había llegado dejó de molestar al Kappa para correr al encuentro de la que consideraba su mamá adoptiva. Corriendo a los brazos que ya la esperaban grito.
- ¡¡Mamá!! ¡¡Mamá!! - saltando a sus brazos y llenando su cara de besos, besos que eran igual de recibidos. Cuando pasó la emoción de ver a su mamá, la niña cogió al kistune de la mano y juntos se fueron para jugar.
Otro que no pudo contener su emoción de verla (aunque suene imposible) fue el pequeño Kappa.
- ¡¡Ama bonita!! ¡¡Ama bonita!! - corriendo con emoción hacia Aome. - Señor Jaken - dándole una calurosa sonrisa.
Antes de que el Kappa pudiera decir algo más un gruñido de advertencia resonó haciendo que el Kappa retrocediera y se fuera a vigilar a los niños.
Una sonrisa cristalina y divertida se oyó por todo el claro mientras la susodicha se acercaba a él.
Haciendo amago de sentarse al lado de él, la Miko rápidamente se fue sentada en el regazo del Lord por él mismo.
Abrazándola con delicadeza enterró su nariz en la cascada de cabello azabache a la vez que olía su olor que lo relajaba a él y a su bestia. Por un buen rato se quedaron así, todo alrededor era paz y armonía.

En otro lugar de las tierras, para ser más exactos, en la tierra del sur, en un lugar buen escondido se encontraba el ser más malvado y repugnante que caminaba por estas tierras, un ser que no le importaba nada ni nadie. Un ser que segaba vidas y usaba las personas y demonios por igual.
Un ser que en este momento rezumaba ira por los cuatro costados, un ser que lanzaba juramentos y maldiciones contras las dos personas que más odiaba. Una, un demonio de nombre Sesshomaru y el otro, una Miko de nombre Aome. Era tal su odio contra ellos que rechinaba los dientes de puro coraje, lanzaba maldiciones a diestro y siniestro. Con sus tentáculos rompía todo lo que había a su paso. Era tal su frustración y malevolencia que su miasma tapaba todo el lugar en el que estaba, tanto era así que sus encarnaciones tenían que abrir todas las ventanas. Hasta que todo el miasma se iba dejando que el lugar más o menos oliera un poco mejor.

AMOR EN LA ÉPOCA FEUDALWhere stories live. Discover now