CAPITULO 4 ARREPENTIMIENTO

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Rodolfo San Román
Acabo de ver algo que no puedo creer, mi hijo menor Darío se ha quedado dormido en el sofá de la sala, estudia y trabaja y comprendo que esté exhausto, me he acercado para despertarlo y pedirle que descanse en su habitación, tiene su computadora abierta, y me llama la atención la chica que sonríe desde la pantalla, es la misma que estaba al lado de Marcela, la esposa de mi socio Sergey Komarov, en esa ocasión estaban dos jovencitas, y me las presentó como sus hijas, no puedo creer que mi hijo esté relacionado con ellas, o cuando menos con la más joven, y si la tiene en la pantalla de su lap top, significa que su relación, va más allá de una simple amistad.

La verdad estoy más que complacido si así es, no entiendo por qué su madre me provoca un cúmulo de sentimientos, desde la primera vez que la vi, hace tantos años, en ese entonces era la esposa de Roger Miranda con quién tenía una sociedad, y a través de él y de su padre fue que la conocí, era una mujer tan encantadora, tan hermosa, tan refinada, siempre sentí admiración por ella, incluso estuve el día que dejó a su esposo, en medio de su fiesta de aniversario, fue todo un escándalo y me apené mucho por ella. Me hubiese gustado haber estado ahí para consolarla, pero desapareció y nunca más volví a saber de ella, hasta ahora, y sorprendentemente ahora es la esposa de mi principal socio. Y no me mal interpreten, no es que esté enamorado de ella o que me atraiga como mujer, soy casado y amo y respeto a mi esposa, el caso es, que me recuerda tanto a mi primera esposa, a la mujer que amé con todo mi corazón y que perdí tan prematuramente.

Sé que mi comportamiento en aquella época fue terrible, estaba tan dolido por su pérdida y tan fuera de sí, que repudié a mi hija, ni siquiera la conocí, simplemente la entregué y no volví la vista atrás, en esa época sentía que ella me había arrebatado al amor de mi vida, fue muchos años después, cuando me case de nuevo y la vida me sonrió otra vez, cuando de la noche a la mañana me convertí en padre de dos pequeños y otro que venía en camino, que volví a pensar en ella, pero no me atreví a buscarla.

Fue hasta que la conocí a ella, a Marcela, cuando el remordimiento y la culpa, se apoderaron de mí, y fue entonces cuando empecé a buscarla, fue entonces cuando horrorizado me di cuenta de la vida miserable a la que la había sometido, cuando investigando supe que fue de hogar en hogar, siendo rechazada cada vez, le seguí la pista hasta que dejo el lugar a dónde yo la envié. Después de ahí no pude averiguar nada más, es como si la tierra se la hubiese tragado, después de tantos años, estoy convencido de que, al salir de ahí murió, porque nadie puede desaparecer de esa forma, a menos de que esté muerto, aun así, a veces me asalta la duda, y la esperanza de encontrarla vuelve.

Cuando la vi por primera vez, mi mente me llevo de inmediato hacia ella y a su madre, y es que tiene cierto parecido a mi amada esposa, incluso algún gesto, algún movimiento me hacen verla reflejada en ella, pero no puede ser, su nombre y apellido no tienen nada que ver con los de mi hija. Además de que ella siempre vivió de forma humilde, mientras que Marcela es una mujer refinada, preparada profesionalmente y por su actuar, se ve que ha vivido en este ambiente de prosperidad, su desempeño ya sea como anfitriona o invitada es impecable, nada que ver con lo que mi hija sería, porque desafortunadamente ella vivió llena de carencias, lo que me avergüenza y me entristece, pero es imposible hacer algo para remediarlo, lo que pasó, ya pasó, y él hubiera no existe. Lo que no me quita la culpa y mucho menos la responsabilidad.

Reconozco que fuí un verdadero monstruo con mi propia hija y de verdad estoy tan arrepentido, no fue hasta hace poco, cuando me convertí en abuelo y que cargué por primera vez a ese bebé, que me di cabal cuenta de lo que había hecho, fue entonces, cuando vi a ese pequeño ser tan débil, tan indefenso y sobre todo tan ajeno al mundo al que estaba llegando, que entendí lo cruel y canalla que había sido con mi propia hija, con la hija de mi tan amada esposa, supe entonces que no tenía perdón de Dios, porque en realidad ella no tenía nada que ver con la muerte de su madre, ella ni siquiera tenía conciencia de lo que sucedía, fui yo, que estaba tan dolido y tan cegado por su pérdida, que me volví loco y no quise aceptar la realidad. Lo he lamentado tanto, porque por más de veinte años no me preocupé por lo que había hecho y dejado atrás, fue hasta que la vi por primera vez, tomada del brazo de su entonces esposo y después, sentada frente a mi escritorio, en mi despacho, preguntándome si tenía más hijos, que todo mi pasado se me vino encima y fue cuando empecé a buscarla, por supuesto tuve que confesarle mi pasado a mi esposa y a los hijos de ella, que adopté como míos. Todos me dijeron que había actuado mal, pero ninguno tenía nada contra mí, dijeron que entendían mi deseo de encontrarla y recuperarla y me ofrecieron su apoyo, y mi esposa, ella se puso triste, no me lo dijo pero su actitud para conmigo había cambiado, con el tiempo me perdonó, dijo que no entendía, como el hombre que le había tendido la mano en sus peores momentos, que le había dado todo a ella y a sus hijos que no eran míos, hubiese sido capaz de tal bajeza, y tenía razón, amé y cuidé a quienes no eran nada mío, mientras que mi hija sufría sola y desamparada, sin nadie que le tendiera la mamo, lo sé, era ruin y no merecía perdón, sin embargo, mi hermosa familia me perdonó y me apoyó, tristemente nunca logramos dar con ella, ni siquiera sé, si vive todavía y eso me angustia más, porque no sé si sigue padeciendo, si sigue vagando por este mundo o si logró ser feliz.

AMOR VERDADERO/No. 4 De La Serie: AMORESWhere stories live. Discover now