12. El poder de Tenseiga

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Él lo comprendía ahora. Todo había tenido sentido al final, cuando ya era demasiado tarde. Cuando ya no podía hacer nada.

La había alejado para evitarlo, la dejó atrás creyendo que aquello desaparecería con el tiempo, como si nunca hubiera pasado. Había temido aferrarse a ella de tal manera que le fuera imposible ya mantenerla lejos de sí, ser dependiente de su presencia, como había estado a punto de serlo antes. Como sabía muy bien que podría ser en el futuro si no se detenía.

Y esos pensamientos no sólo eran impropios para él, eran imposibles. El Gran Sesshomaru no podía darse el ridículo lujo de sentir debilidad hacia otro ser, mucho menos por uno de una raza tan inferior.

Él era un ser de poder, de conquistas, atado para siempre a un campo de batalla y a su fiel espada.

El sólo hecho de viajar hasta aquella villa para vigilar su progreso era en sí impropio, una distracción de la que debía deshacerse. Los humanos no pueden seguir los pasos de los demonios, especialmente cuando éstos están tan manchados de sangre.

Por esa razón decidió darle la espalda. No cumplió su promesa, ni se despidió. Sólo se fue.

Rin tendría que adaptarse a su vida en la aldea y acostumbrarse de nuevo a su gente. Y él regresaría adonde siempre perteneció: a las luchas de poder.

Aquella niña alegre que mantuvo a su cuidado no volvería a saber de él. Aquellos días se habían terminado.

Sesshomaru oprimió la pequeña mano entre la suya con una fuerza innecesaria, y sin haberlo notado, un estremecimiento de rabia se apoderó de su cuerpo.

Qué manera de pensar tan estúpida. Se había convencido de que eran las verdaderas razones, para luego no pensar nunca más en el asunto. Pero se había engañado a sí mismo todo ese tiempo, aunque inconscientemente conocía la verdadera razón para separarse de esa niña que echaba de menos en secreto.

Temía convertirse en su padre. Temía llegar al punto de que Rin fuera tan importante para él como para sacrificar su vida por ella, como para ponerla por delante de todos sus objetivos. Él tenía sus metas muy claras y no quería ―no permitiría― que nadie se interpusiera en su camino.

―Despierta, Rin ―le ordenó firmemente, sabiendo que esta vez no lo obedecería.

Un sonoro crack se escapó de su agarre tras un silencio sepulcral. Había roto su mano por tanta fuerza que aplicaba en ella. Miró los blanquecinos dedos que sostenía, para después mirar su rostro que parecía dormido. Ella no lo sintió, ya no podría sentir nada más.

Con un peso alojándose en el pecho la contempló unos instantes. Se había ido. Realmente se había ido para siempre.

Pegó su frente a la de ella, cerrando los ojos para aspirar su aroma dulce, como miel mezclada con hojas recién sacudidas por la lluvia. De nuevo apretó su mano al darse cuenta de que no volvería a sentir su aroma de nuevo, ni volvería a verla sonreírle tan cándidamente.

Eso no podía terminar así.

Abrió los ojos con decisión; se habían vuelto completamente rojos.

Los moradores del inframundo seguían ahí, siseando y observando la escena con macabra euforia. No tenía que verlos para saberlo.

Descubrió sus colmillos mientras su boca se ensanchaba en una mueca de furia. Respiraba pesadamente, pero todo lo que se oía salir de él eran exhalaciones cada vez más profundas y apresuradas que se convertían poco a poco en gruñidos guturales.

Se puso en pie de un rápido movimiento, recorriendo el lugar con la mirada carmesí. Con el mango de Tenseiga fuertemente agarrado en su puño, podía ver a los monstruos de humo con claridad, justo como había supuesto que estarían.

Fragile SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora