— Como he dicho... antes... no escuchas.

Kiles se había quedado tan helado como ella, después de haberse dejado llevar por sus emociones más tóxicas, que acababan de invalidar todo lo que le pretendía decir y su honesta sinceridad. Respiraba con dificultad pero parecía que se había dado cuenta de que la bofetada había servido para relajarlos a los dos.

Se sentó en el suelo frente a ella, en silencio.

Ailén se había callado y no hacía un solo sonido.

— Yael y yo repartíamos cocaína y marihuana para Sentenza en Almas, eso ya lo sabes. Pero los dos planeábamos llegar mucho más lejos. No sé si por ambición, yo qué sé, era un plan suicida. ¿Usar la droga de Sentenza? En ese momento habíamos perdido la maldita cabeza, o estábamos demasiado drogados. Cuando tu amigo Tracer se fue de Almas y se volvió famoso decidimos aprovechar que le conocíamos para venderle. Él nos compraba cada tres meses, lo gastaba bastante rápido y nosotros hacíamos mucha pasta a espaldas de Sentenza.

Hizo una pausa para frotarse las rodillas y se levantó a desatar las cuerdas de las piernas que ataban a Ailén. Ella se encogió de miedo en el asiento, pero Kiles fue mucho más delicado quitándolas de lo que se había propasado con la fuerza anteriormente, así que su cuerpo se relajó.

— Es de cabeza, que no teníamos, algo iba a acabar muy, muy mal. Manteníamos a Sentenza contento con el dinero de la mercancía, haciéndole pensar que la vendíamos en Almas, cuando ganábamos el triple en Dagta. Pero también lo liquidábamos rápido. A Yael se le ocurrió un nuevo plan y quedamos con Tracer por última vez para sacarle todo el dinero posible.

El cuerpo de Ailén estaba tan cansado como su exhausta mente en esos momentos, incapaz de pensar más allá de la historia que le contaba Kiles. Solo quería que todo aquello acabara y que le dejara regresar a casa a salvo.

— ¿Mi hermano quiso hacerle eso a Tracer? ¿Por qué haría algo así?— Le preguntó sin ganas, con una voz muy débil.

— ¿Por qué no se lo preguntas a él si le ves? Te encantará saber que tu querido hermano no es como aparenta ser. Quedamos con Tracer la noche de su "supuesta muerte" en la que yo me llevé el cuerpo. Todo mentira. Pero ellos y la televisión necesitaban un villano a quién culpar, ¿no? Bueno, pues Yael y yo chantajeamos a Tracer siguiendo su plan. O pagaba un alto precio por la droga, hablo de millones, o revelábamos al público su adicción.

Kiles le desató las manos y le dejó parcialmente libre, pero ella no se movió de la silla. Hizo un gran esfuerzo por seguir el hilo de la historia, en la que el hecho de que su hermano hubiese amenazado a Tracer de aquella manera tan horrible, le parecía algo surrealista y poco acertado. Porque si aquello hubiese sucedido como decía él, Tracer se habría cobrado la venganza más grande del mundo con ella, ya que con su hermano no podría hacerlo.

Pero por el rostro de Kiles sabía que la historia no había hecho más que comenzar y ella sentía que sus piernas comenzaban a fallar, débiles.

— ¿Sabes qué es lo peor de todo? Que pensé que nos podía haber salido de puta madre cuando Tracer accedió sin más a darnos el dinero. Yo me decía: ¡ya está! ¡Así de fácil, nos ha tocado la puta lotería! Pero el maldito Tracer sacó una pistola, una pequeña que no sé ni de dónde coño la sacó, pero letal igualmente. Tracer, tu amiguito, disparó a Yael.

Ailén se llevó una mano a la boca, ahogando un sonido. Sus pensamientos daban vueltas y sus ojos se habían vuelto igual de nublados.

— No lo entiendo...

— Yael y yo nos escondimos. Arrastré su cuerpo hasta el coche y luego conduje a un edificio abandonado, en las afueras de Sagta. Estaba medio muerto... le curé como pude, no me acuerdo qué hice. Fue uno de los peores momentos que he vivido. Estaba todo oscuro, había mucha sangre y yo no sabía cómo pararlo todo. Cuando me desperté, al siguiente día, Yael no estaba tumbado en el suelo a mi lado. Se había ido y en la televisión me apuntaban como el asesino. Ailén, tienes que creerme, yo tampoco entendía nada. Ni cuando Tracer salió en los juicios para culparme.

A Ailén no le gustaba nada cómo estaba avanzando la historia, fuera la verdad o no. Los ojos de Kiles parecían sinceros, pero ella no quería creerle, porque eso significaba que las dos personas que más quería le habían traicionado como lo habían hecho con él. Y sentía que se caía desde la última planta de un edificio al vacío sin paracaídas ni segundas oportunidades.

— ¡Yael se había aliado con Tracer a mis espaldas!— Alzó la voz con los ojos llorosos, igual que los de ella.— ¡Por el dinero! Los dos me utilizaron como quisieron y me quitaron de en medio... Tracer conseguía la droga que quisiera de Sentenza, sin que supiera que era él, y Yael su parte y la mía del dinero.

Ailén rompió a llorar, sin soportar más la tortura psicológica a la que la anécdota de Kiles le estaba sometiendo. Cayó de rodillas, dándole a Kiles un motivo por el que sentirse malvadamente contento. Entre sus lágrimas se asomó una sonrisa, arrodillándose con ella para zarandearle de los hombros.

— Sí, ¡mírame así!— Su voz se rompió.— Siéntete como yo por caer en su trampa, Ailén. Ya hemos tenido suficiente con perderle de la manera más sucia posible. Voy a contraatacarles, por eso yo he escogido mi bando, al lado de los antisistema. Ahora toma una decisión, porque yo voy a matarles a los dos. Empezando por el traidor número uno, Yael.

Ailén se limpió las lágrimas que mojaban su seca piel y se encogió en sí misma. Con una mano temblorosa, recordó la pistola que escondía y se llevó la mano a esta, tratando de procesar toda la información. Ni siquiera recordaba en qué bolsillo de los que tenía la chaqueta estaba guardada. Cuando la encontró, sus dedos acariciaron la culata y se hicieron hueco en el pequeño espacio para empuñarla.

Había juntado las piezas de información en imágenes en su cabeza: los relojes de pulsera que Yael llevaba cuando llegaba a casa, las últimas zapatillas nuevas que le había regalado por su cumpleaños, que ella usaba hasta entonces, los caros medicamentos de la abuela... se había encargado de todo hasta que las drogas hicieron efecto en él y desapareció. Las dejó solas y ahora sabía cuál era la razón. El corazón de Ailén dolía cuando el sentido empezaba a ser real con las palabras de Kiles.

Después de haberle odiado, odiaba compartir la misma tristeza y sentimientos que él sentía por dentro. No quería tener ningún tipo de conexión con él y, aún así, el hermano que tanto intentó protegerla, acabó rompiéndola en pedazos.

— ¿Y cuál es ese bando, Kiles?— Se puso en pie, sorbiendo la nariz con la punta de su manga.— Te has aliado con Sentenza y le has contado todo, escondido detrás de una situación política como un perro en vez de dar la cara desde un principio.

— Me llamaron asesino por la calle, en todas putas partes. Y no hubiese buscado ayuda donde fuera, contra el maldito psicópata de tu hermano y el armado drogadicto de Tracer, hubiese terminado injustamente en la cárcel. Quien tendrá que salir de su escondite y pagar, es la rata de tu hermano, y tú me ayudarás a conseguir que eso pase. Sentenza contactará contigo.

Un escalofrío recorrió su espalda. Ailén estaba al borde de un ataque de nervios, la mano le picaba como nunca, pero esta vez no le daría satisfacción rascarla.

— No haré una mierda.

Ante sus ojos amenazantes, Kiles sonrió.

De pronto, los ojos de la chica empezaron a cerrarse y perder la visión. Como si tuviera muchas ganas de dormir, se sentían pesados, igual que su cuerpo.

— Solo es un pequeño favor... Luego no volveremos a molestarte... Harás como si lo que ha pasado hoy no hubiese existido nunca... nunca...

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