Prólogo

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La muerte rondaba por el aire esa noche.

¿Qué cómo lo sé? Lo sé porque podía sentirse en el frío que calaba hasta los huesos; un frío húmedo que acompañaba a una niebla inusual en aquella época del año.

El llanto desesperado de los niños pequeños delataba su presencia, así como los aullidos de los perros que conseguían que la piel de más de una persona se erizara. Las aves callaron.

Sabían que estaba ahí. Había llegado para sembrar una desesperanza que no se iría pronto, hasta que todas las flores se marchitaran y los campos de cultivo terminaran por secarse. Hasta que la última pieza de ganado terminara por desfallecer de hambre. Hasta que cada alma se llenara de desesperación. Hasta que muchas de esas almas abandonaran sus cuerpos.

La niebla llegó para quedarse, y ni siquiera los primeros rayos de sol conseguirían hacerla desaparecer. El sol no volvería a brillar.

La muerte rondaba en el aire esa noche.

¿Qué cómo lo sé? Lo sé porque yo soy la muerte misma.

La puerta de la Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora