Abrí los ojos y conseguí despertar cuando golpeé contra el suelo de roca.
Poco a poco mi visión fue aclarándose y pude ver que frente a Irina había aparecido un hombre que llevaba una larga túnica negra, que parecía arremolinarse a su alrededor como retazos de noche.
Arian, como ella lo llamó, tenía el rostro lleno de una seriedad mortal mientras sus ojos fueron a parar a Jair.
—Jamás creí que te harías amiga de una sombra. ¿De verdad caíste tan bajo para tener a un demonio a tu servicio? —recriminó con odio, un odio frío y calculador que permanecía oculto bajo su máscara de seriedad.
Jair pareció transformarse con sus palabras: su cuerpo se convirtió en el de una criatura que solo había visto en los libros, con la piel negra como el carbón y los brazos delgados y largos, terminados en garras. Sus ojos eran solo dos inquietantes esferas rojas.
Sentí horror y estuve a punto de vomitar. ¿Esa cosa había estado junto a mí tanto tiempo?
—Es hora de completar el hechizo —replicó Irina—. Jair, la llave —ordenó.
Sin embargo, Arian alzó una mano y, como si el aire se moviera a su voluntad, lanzó a Jair con fuerza contra la ladera de la montaña y luego lo hizo caer al suelo, a unos diez metros de donde me encontraba tendido.
—Se te olvida, Irina, que la muerte y las sombras siempre me responden a mí —objetó con voz letal, antes de girar la cabeza y llamar a la nada—: Remy...
Mi corazón se detuvo por un momento cuando una levísima luz verde, como la de una aurora boreal, apareció y desapareció en un instante, antes de que apareciera la pequeña silueta que tan bien había conocido.
—Remy —murmuré, pero ella no me miró mientras se acercaba a Jair y clavaba en su pecho una daga que parecía hecha de cristal.
Jair emitió un chillido que me perforó los tímpanos. Un grito que no era de nada que perteneciera a este mundo, antes de tornarse en sombras que se ahuyentaron con la luz de la luna.
—Terminemos con esto, Irina. Los dioses están enojados por tu pecado. Te exigirán cuentas.
—No quedará ningún dios cuando el hechizo se termine —amenazó ella, deteniéndose junto a mí—. Todos caerán con la Noche Eterna. Y tú también.
—Destruye esa llave de una vez —reclamó Arian—. No lo empeores.
La llave...
Llevaba la llave colgando de mi cuello.
No podía moverme. Sentía cada parte de mi cuerpo adormecida, como si ninguno de mis miembros me perteneciera. Fue una sensación por completo ajena a mí cuando alcé apenas una mano para soltar el cordón de gamuza y sacar la llave de su lugar bajo mi camisa, mientras mi otra mano buscaba en el suelo hasta asirse a una roca.
La llave lanzó un destello que llamó la atención de Arian. Pude ver que los ojos de la muerte se abrían con sorpresa delatora, que hizo que Irina también me mirara.
Pero no logró reaccionar a tiempo.
Estrellé la roca contra el vial de sangre, que estalló en mil pedazos, y el aire en la cañada pareció convertirse en el de una noche de tormenta.
—¡¿Qué has hecho?! —chilló la mujer, lanzándose sobre mí, aunque ya era tarde—. ¡Lo arruinaste! ¡Lo echaste a perder!
El dolor me atravesó el pecho cuando ella me apuñaló un par de veces, pero no logró asestar el golpe definitivo, pues Arian se transformó en una criatura terrible, algo parecido a un lobo enrome, que saltó sobre ella y me la quitó de encima.
No supe qué más sucedía con ellos. Solo tuve el presentimiento de que alguna maldición acababa de romperse.
Iba a morir, estaba seguro, pero no me importaba. Iba a verla otra vez...
—Gavin —susurró su voz, obligándome a abrir los ojos.
Remy estaba arrodillada a mi lado, ahí junto al charco de sangre que había escapado del vial. Pude ver que su mano se manchaba con la sangre, pero a ella pareció no importarle.
Sus preciosos ojos eran mucho más azules de lo que recordaba, aunque su rostro estaba igual a la última vez que la vi.
—Vas a estar bien, Gavin —susurró mientras tomaba mi mano—. Confía en mí.
Asentí. Confiaba en ella ciegamente. Siempre lo había hecho. Intenté mirar hacia donde Arian e Irina aún luchaban, pero Remy no me lo permitió.
—No, no. Mírame. Solo mírame a mí —susurró, y sus delicados labios besaron los míos—. Todo estará bien, Gavin...
Y supe, solo supe, que en ese momento se estaba despidiendo de mí.
Apreté su mano y asentí, mientras mis ojos se cerraban. Si iba a morir ahí, me hacía feliz haber podido verla por última vez. Saber que sería ella quien, al final, tomaría mi alma.
La cegadora luz del sol me hizo despertar, solo para darme cuenta de que estaba tendido a la mitad de la cañada, sin más compañía que el caballo que aún se encontraba sujeto al carromato abandonado
Miré a todos lados, desorientado e intentando comprender qué había sucedido y, mientras me incorporaba, noté que no había una sola herida en mi cuerpo.
Pero ¿qué rayos...?
Algo, el sutil movimiento de una sombra en el rabillo del ojo, llamó mi atención. Al girarme pude ver que en la ladera de la montaña había aparecido una cueva que no había visto antes —ni la noche anterior ni cuando nos detuvimos a acampara ahí tantos años atrás—, y también pude ver la silueta de dos personas tomadas de la mano, ahí de pie justo bajo el arco de la entrada.
—Remy... —murmuré, pero no conseguí avanzar en su dirección.
La imagen parecía emborronarse como un espejismo, pero al mismo tiempo se veía demasiado real para ser solo una ilusión.
—Vive, Gavin —susurró su voz, llevada hasta mí por el viento—. Tienes otra oportunidad.
Intenté dar un paso en esa dirección, pero en ese momento la cueva se cerró, tragándose a ambas siluetas.

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La puerta de la Noche Eterna
FantasyUn paraje desolado cubierto por la niebla. Un misterioso objeto custodiado por un grupo de soldados que darían sus vidas por él. Y una alma que está a punto de ser condenada. Cuando a Remy y Gavin, capitanes del servicio, se les confía la misión de...