33 | Escapó.

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Habían pasado muchos días y Sergio no despertaba a pesar de que la operación había salido bien.

Mi conciencia volvía a pesarme. No estaba dispuesta a ir al colegio, poco me importaba la beca y los exámenes que debía dar para conseguirla, era consciente de que nada podría borrar mis acciones o limpiar mi alma, pero, paralelamente, odiaba la obstinación que me incentivaba a no dejar de lado lo que alguna vez anhelé con todas mis fuerzas.

Considero aquello como un mecanismo de defensa. Prefería pensar en los exámenes y no en lo que había pasado. Prefería estar en el colegio, rodeada de personas, y no sola de nuevo, mortificándome.

Porque, gracias a mi experiencia, sabía que la mente era un arma de doble filo. Puede hacer que creemos cosas increíbles, pero al mismo tiempo también puede destruirnos.

—Debes irte. —articulé permaneciendo parada frente a la enorme entrada del colegio.

—¿Quieres que desaparezca de nuevo?

Tragué saliva y vi por última vez el estacionamiento, fantaseando con ver, entre todos los autos, a Elián.

—Me refiero a tus asuntos. Debemos terminarlos.

—¿Ya te cansaste de mí?

—Yo jamás me cansaría de ti. —desmentí—. Es sólo que...

—¿Qué?

—Todos tienen razón, esto no es sano para mí. Desde el primer momento no fue sano, tú estás muerta, eres una más de los que se fueron y yo... Yo no puedo seguir negándome a la realidad. No sé si existes en mi cabeza o si de verdad eres un fantasma, pero quiero... Quiero vivir, esta vez por mí.

Me negué a mirarla, creyendo erróneamente que se molestaría por ello.

—Y yo quiero que vivas. —concordó, haciendo que la presión en mi interior me dificulte respirar.

Mis ojos se humedecieron de sólo imaginar nuestra despedida.

No insistiré en que Elián cumpla contigo los dos últimos asuntos, puedes hacerlos como quieras y cuando quieras.

Le di una sonrisa triste, ella me correspondió y caminé hasta estar frente a los pasillos llenos de estudiantes, sintiéndome como una criminal, como una...

—Tú y yo sabemos que jamás fuiste una asesina.

Y, no, no lo era. Sergey seguía vivo, aunque todos creían lo contrario. Julio tampoco había muerto, pero estoy segura de que eso habría querido.

Y mentí. Yo jamás había ordenado la muerte de alguien, por lo tanto, mi alma seguía limpia en ese aspecto.

Alfredo solucionó mi problema respecto al hombre con el que hice el trato. Yo quedaría libre de culpa con el único fin de testificar en su contra, pero, en esa ocasión, ya no anónimamente. Sin embargo, cuando creí que nuestros acercamientos se habían terminado, siempre aparecía uno nuevo.

—¿Ferreira?

—Soy yo.

—Uno de los asesores quiere verte, sígueme.

Miré al profesor esperando su aprobación, él asintió con la cabeza y sólo así me puse de pie para dejar atrás a mis compañeros. Seguí a la secretaria hasta la misma oficina que le perteneció a Elián, pero su nombre en la puerta ya no estaba, en su lugar, había uno nuevo: Tobías Barrera.

Ella abrió la puerta, dejando a la vista el rostro del tipo extraño de hace meses, me hizo una señal para entrar y volvió a cerrar, dejándonos solos.

EL FANTASMA DE HILLARYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora