🐾| Capítulo I

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Frederick Hall

Me re paso una vez más en el espejo. Embozo una minúscula sonrisa al verme. 
Converse clásicas, cargo negro y, lo mejor, camisa lila con cuello en V a juego con mi ahora fabuloso y grandioso pelo teñido de violeta. 

Adiós a mi viejo y aburrido marrón caca, hola a mi nuevo yo. 

Le pago a la chica que hizo un maravilloso trabajo y salgo de la peluquería aparentando tranquilidad, como si nada me importara. Con mi cara seria de siempre. 

¿Por dentro? Estoy cagado hasta las patas. Mis padres me matarán al ver mi cabello de este color. 

¿Por fuera? También, pero debo disimular o se me irá todo el flow

Ya puedo imaginármelos diciéndome que el violeta es de niñas, que no es un color para llevar en el cabello, que solo las niñas se tiñen de colores fantasías, que me hace ver menos hombre, y bla, bla, bla. Conceptos machistas, e incluso homofóbicos. Porque estoy seguro que mi padre, aunque no me lo dirá, pensará que parezco «maricón». 

Supongo que es la desventaja de tener padres que han tenido crianzas cerradas y sean bastante más adultos que el resto de los padres de mis amigos. Sé que eso los acompleja más, y de alguna forma si se equivocan, solo se excusan en cómo era su época sin aceptar que el tiempo avanzó y, con eso, gracias al universo, también la sociedad. 

Bufo exasperado pasándome una mano por el pelo. Ya me exaspere de solo pensarlo y me faltan cuadras para llegar a casa. 

Pienso en cuanto los amo y no los cambiaría por nada del mundo pero me lo harían más fácil, mucho más fácil, si al menos aceptaran desconstruirse un poco. Tal vez, así nuestra relación sería más cercana y llevadera de lo que realmente es. Por ejemplo: podría hablarles con libertad de mi sexualidad o preferencias en general. 

Mamá de alguna forma creo que lo sabe, o sospecha. Una sola vez insinué batear al otro lado. Fue cuando tenía 13 años y había dado mi primer beso. Fue robado por un chico un año más grande que yo, pero estaba tan feliz. Él me gustaba y que lograra haberse fijado en mí, en ese momento donde yo era un chico bajo y flacucho con cara de querer matar a cualquiera que me hable... Pues sí que fue todo un logro que mi pequeño gran ego se encargó de recordar luego como si hubiera ganado unas elecciones presidenciales. 

Bueno, no tan exagerado, pero ustedes entienden. 

Ese día, después de clases, con ese beso robado en el jardín tras la escuela a la que iba, corrí como nunca hasta casa. Estaba a tres cuadras, pero en mi euforia por lo que había pasado minutos antes, me pareció una sola. Al llegar, me encerré en mi cuarto y me paré frente al espejo; tenía el rostro rojo y el corazón agitado. 

Me había gustado. Él. El sentimiento. La sensación. Todo. 

¿Había hecho bien? Siempre vi chicas besando a chicos y viceversa. Pero... ¿también podían ser chicos y chicos o chicas y chicas, no? 

En ese momento no le tomé mucha importancia a eso, estaba demasiado concentrado repitiendo la experiencia que había tenido como para importarme algo que no fuera volver a besar aquel chico. 

Dos horas después, mamá llegó del trabajo.
Ella y papá tenían un restaurante elegante muy popular en la ciudad, incluso han ido famosos. Por lo que podría tomarse como exclusivo. Gracias a eso, años antes de tenerme ya tenían una pequeña fortuna acumulada que solo hizo más que crecer y crecer con inversiones de otras sedes en distintas ciudades alrededor. 

La cadena familiar N&E abarcaba todo el sur de Estados Unidos. Los platillos varían en gustos, colores e incluso culturas. Mi madre, al ser descendiente de una latina inmigrante como lo fue mi bisabuela (que en paz descanse), había decidido homenajearla con dos de sus platos favoritos típicos de Argentina; empanadas de carne, y locro. El segundo llevaba su nombre en la carta. 

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