Capitulo 11

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—He decidido ir a La Fiesta —le anuncié el viernes por la mañana, antes de clase. (Ahora que lo pienso, era probable que me dijera «a la fiesta de Heslin», pero no quiero irme por las ramas.) Daniela levantó la mirada de la pantalla de su ordenador; estaba en Tumblr, como siempre. —¿En serio? —dijo ella.

—En serio —respondí.

Dejé mis cosas en el suelo, encendí mi ordenador y la observé mientras volvía a concentrarse en su pantalla. Ese era el momento de la verdad: o le gustaba o no. O correspondía mis sentimientos o no. Pasó un minuto, después otro más, y justo cuando pensaba que tendría que ir a esa fiesta de mierda yo solo (no tenía más remedio ahora que había confirmado mi asistencia), Daniela declaró, sin levantar la mirada:

—Creo que yo también iré.

Entonces lo supe. A la bella, misteriosa, herida e increíblemente extraña Daniela Calle le gustaba. Ni su precario lenguaje corporal ni la ausencia de flirteo significaban nada, porque iba a venir a la fiesta, donde habría alcohol y habitaciones poco iluminadas; tal vez una copa la ayudara a soltarse un poco y podría hablarme del cementerio, del accidente de coche y de todo lo demás. Daniela seguía sin mirarme, así que, sin mostrar ningún tipo de emoción, dije:

—Genial.

—¿Beberás? —me preguntó.

Lo cierto es que no me iba mucho el alcohol. Solo me había emborrachado de verdad una vez, a los dieciséis años. Murray me había obligado a tomar chupitos de tequila con él, para comprobar si era verdad el dicho de «un tequila, dos tequilas, tres tequilas, y al suelo». Esa noche descubrí que era superimpreciso. Yo apostaría más bien por la versión: «un tequila, dos tequilas, tres tequilas, vomita y mánchate toda la ropa, llora mientras tu padre te mete en la ducha, llora y pide a tu madre que te prepare huevos de salmón, que a saber lo que son, deja que te acuesten, decide que vas a escapar del régimen totalitario de tus padres, vomita en el jardín en plena huida, deja que tu padre vuelva a llevarte a la cama y, entonces sí, al suelo».

En definitiva, el resultado no fue elegante como parecía indicar el dicho.

Sin embargo, añadí: «A lo mejor me tomo un par de copas», porque tenía la impresión de que Daniela bebería y yo quería estar con ella y ver cómo la cambiaba el alcohol. En definitiva, quería saber cómo era cuando estaba borracha. ¿Gruñona? Era probable. ¿Ligona? Dudoso. ¿Depre? Casi seguro.

—Puedo conseguir bebida —señaló Daniela. Yo volví a responder tan solo «Guay».

Inmediatamente después, sonó el timbre, ella recogió sus cosas y se marchó sin decir ni una palabra más.

Una cosa estaba clara: después de solo cinco semanas, no podía quitarme a Daniela Calle de la cabeza.

El viernes por la tarde, ya habíamos entrado de lleno en el otoño. Una neblina tamizaba la luz del sol y reflejaba los colores dorados y ocres de las hojas, que se desprendían de los árboles cuando se levantaba brisa. Todo lo necesario para la fiesta estaba listo: el alcohol y el sitio (los padres de Heslin se habían ido a pasar el fin de semana fuera; era todo un cliché, pero bueno).

Lo único que debía hacer era contarles a mis padres los planes que tenía para esa noche. La conversación fue más o menos así:

Yo: «Padre, esta noche tengo la intención de beber, aunque no llego a la edad». Papá: «Dios santo, Poche. Ya iba siendo hora. ¿Necesitas que te lleve?».

A alguien le había parecido buena idea, una especie de rito de iniciación, beber en el campo de fútbol antes de ir a la fiesta de Heslin. Cuando llegué, acababa de anochecer, pero los asistentes apenas podían mantenerse en pie; se habían metido entre pecho y espalda media bañera de ponche. Y, sí, alguien había comprado o robado una bañera de verdad y la habían llenado con una mezcla de vodka barato, vino todavía más barato y «bebida de fruta» (los chavales de instituto no tienen dinero para comprar zumo de verdad).

CHEMICAL HEARTS "ADAPTACION CACHÉ"Where stories live. Discover now