Capítulo 11: Un lugar seguro

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—La bicicleta... —repuso Kian, apuntándola con el dedo para que le indicara dónde quería que la dejara.

—Oh, es verdad. No te recomiendo dejarla afuera. Tráela dentro también.

—¿Seguro? Las llantas están un poco lodosas.

—No hay problema.

—Gracias...

Kian se sentía hablando y moviéndose como un patoso, y a juzgar por la vacilación de Gil, él también. Ninguno de los dos estaba acostumbrado a gestos tan familiares el uno con el otro.

Gil le indicó que podía apoyar la bicicleta tras el respaldo de uno de los sofás de la sala y el efecto inmediato de aquella enorme bici fue encoger aún más el espacio. El interior era tan angosto como el exterior, y se extendía a lo largo para dar apenas la suficiente cabida para los muebles de la sala de estar y una pequeña mesa de comedor. Las cosas sin duda parecían tener muchos años, pero estaban cuidadas a pesar de que ya no funcionaran, como era el caso probable de la televisión

Antes de que Kian pudiera decir algo, Gil se apresuró a la mesa de donde recogió varios frascos de medicina. después se dio la vuelta, internándose en lo que parecía la cocina, para meterlos dentro de un gabinete.

Kian sospechaba que la agitación de Gil era porque tal vez pensaba que su casa estaba desordenada y quería que fuera presentable. Sin embargo, Kian lo sentía como un paraíso, sin la presencia de Jennifer o de Ben.

—¿Tienes hambre? Estaba por preparar la cena —le preguntó Gil, aún de espaldas desde la cocina.

Kian desenganchó las bolsas de plástico del manubrio.

—Gracias, pero no es necesario, estoy bien.

Gil resopló, estirándose para alcanzar una olla sobre un estante alto.

—Regla número uno de esta casa: no te hagas del rogar —advirtió, en un fingido tono duro, lanzándole una mirada de advertencia sobre el hombro antes de llenar la olla con agua, verter pasta y prender la flama de la estufa.

—Yo no...

—¿Qué es eso? —Apuntó Gil a las bolsas, mientras salía de la cocina sacudiéndose las manos.

—Todo lo que podría necesitar, y todo lo que podría comer — le respondió. Gil metió el dedo en una bolsa para echar una ojeada dentro del contenido.

Cuando levantó la mirada hacia Kian, meneó la cabeza en un gesto negativo.

—Necesitas comida de verdad.

—Esto es comida de verdad.

Gil se cruzó de brazos, observándolo con fijeza.

—Si esto es porque tienes ahí escondido un tú penoso, despreocúpate. No nos estás quitando nada al quedarte, ni causas molestias.

Un impulso hacía a Kian querer objetar sobre que no era alguien que se dejara llevar por la pena, pero se detuvo al preguntarse para qué quería convencerlo. Tan solo se limitó a decir:

—Otra vez, te agradezco por lo que estás haciendo por mí, de verdad. Pero no tienes que ser mi madre.

Tan pronto como soltó aquello, su propio comentario le golpeó la consciencia, haciéndolo agrandar un poco los ojos al darse cuenta de cómo sonaba eso. Por supuesto acababa de hacer una comparación fuera de lugar. Difícilmente alguien sería como Jennifer, y al decirlo no se estaba refiriendo a ella, pero hasta Gil era mejor madre que la suya.

De repente, este agachó la cabeza, y sus hombros comenzaron a temblar. Se llevó una mano a la boca para tapársela, pero la risa salió de todas formas.

TinieblasWhere stories live. Discover now