Capítulo 32: La historia de Alissa (1era Parte)

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Ella detuvo el auto y bajó en silencio.

Para cuándo comenzó a caminar sobre la cálida arena el corazón de Alissa Maddison comenzó a latir frenéticamente. Si aquello no era el amor verdadero entonces no sabría a ciencia cierta qué lo sería.



El crepúsculo casi llegaba a su fin. El cielo estaba surcado por un dominante color naranja en cuyos bordes lineales de ambos extremos del horizonte rayaba en el blanco y rojizo. El imponente sol se unía más allá del bravío mar en donde el infinito, era un lugar desconocido y apetecible para todo aquel que mirara tan hermoso escenario.

Alissa se colocó a un lado de Albert con sigilo y este seguía mirando el sol cuya mitad ya se había consumido en las oscuras aguas.

El momento era mágico.

Muy cerca de ellos las gaviotas alzaban el vuelo para volver a sus recónditos nidos mientras las olas rompían en la arena con su monótono sonido.

Albert no decía nada, seguía absorto en sus pensamientos con la vista al frente perdido en el firmamento.

—Un lugar hermoso, ¿no? —comentó.

A pesar de que no había girado la cabeza, sabía con exactitud que Alissa había llegado. El aroma a fresas de su exquisito perfume le llegó como una leve ráfaga de viento y lo inhaló con suavidad.

Otras gaviotas emergieron su vuelo y pasaron muy cerca de ellos.

—Si… es… muy hermoso. —respondió Alissa con voz entrecortada.

Albert la miró y se fijó en la indumentaria que ella tenía en ese momento: una blusa verde de seda con un holgado pantalón de tela fina que se movía en dirección al viento que soplaba cada vez más y más.

—Es la primera vez que te veo vestida así.

A su vez, Alissa constató en la bermuda y la camiseta ajustada y negruzcas que combinó con unos zapatos deportivos a juego. Le hizo parecer un ángel. Un temible ángel oscuro en un lugar mágico.

—Lo mismo digo de ti. —contestó ella.

Albert se quitó los zapatos y Alissa le imitó. Comenzaron a caminar por la húmeda arena mientras el agua fría les tocaba sus descalzos pies tras cada pisada que realizaban.

El aire comenzaba a bajar de temperatura y el viento les erizaba los poros de su piel. Siguieron deambulando lado a lado con el crepúsculo ya casi a su fin. Alissa tenía la boca muy seca pero ya había dado el siguiente paso y no podía perder más tiempo. Cada segundo que avanzaba inexorable era una tortura para ella.

—Vengo a esta playa cuando tengo la cabeza hecha un caos. —comenzó a decir.

Albert siguió andando, escuchando atentamente.

“—Algo que he venido haciendo muy a menudo en estos últimos días… desde que apareciste en mi vida. —continuó.

—¿Qué es lo que te perturba? —preguntó él.

Habían dejado una fina estela de huellas en la blanquecina arena cuándo ambos se detuvieron ante el inicio de un angosto puente de madera que se adentraba en el agua de manera vertical. Era una pequeña construcción rectilínea de desgastados tablones en cuyos lados se alzaban unos redondeados soportes que permitían que el puente se mantuviera firme en lo alto de la incesante marea.

Se subieron a él a través de una escalinata antigua.

—¿Qué te perturba? —volvió a preguntar Albert.

Dieron unos pasos y la madera crujió bajo sus pies tras cada movimiento. Llegaron al borde del puente.

—Es una historia muy larga, Albert. Y…

—Quiero saberlo.

Ella abrió la boca, sorprendida. Luego sin ningún disimulo bajó la mirada con pesar.

—¿A qué le temes Alissa Maddison?

Ella negó cona cabeza.

—Dímelo… —suplicó Albert.

—Es que…

—Alissa Maddison, no voy a juzgarte. No voy a juzgar a la mujer que quiero que pertenezca a mi vida. No lo haré.

Albert se acercó a ella y sus cuerpos se tocaron sintiendo el aliento del otro mientras respiraban con intenso frenesí.
Él la atrajo hacia su pecho y ella hundió el rostro entre su camisa. Las manos de Albert se hundieron en la cabellera rojiza de Alissa y ella gimoteó reprimiendo un lamento.

—Me gustas mucho Alissa Maddison y quiero que me lo cuentes todo. —enfatizó Albert Colt.

Entonces ella no tuvo más remedio que aceptar. Se agazapó y se sentó en el borde del puente y sus pies se hundieron en el agua. Los cruzó y miró a Albert para que éste hiciera lo mismo.

Lo hizo.

Se agachó y se sentó a su lado mientras contemplaban el entorno ya un poco más oscuro por la presencia de la luna y las diminutas estrellas.

—Ok, Albert Colt. Aquí comienza mi historia...





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