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Abría sus párpados lentamente al escuchar la alarma sonar. La apagó de inmediato para no despertar al contrario o sino, estaría de mal humor todo el día por la falta de sueño.

Frotó sus ojos para desperezarse y poder acostumbrar su vista. Llevó su mirada hacia al costado, encontrándose al pequeño acurrucado en su pecho de lo más tranquilo. Depositó un dulce beso en su frente.

Se separó de este, quitándose las sábanas de encima que lo cubrían anteriormente y caminó hacia al armario. Frotaba la parte trasera de su cuello dejando escapar un profundo bostezo, mientras buscaba algo cómodo para vestir.

El rubio que se hallaba durmiendo en la cama, comenzó a removerse al no sentir la cálida presencia del peli negro a su lado, arrugando su nariz molesto.

— Mmg...Kenchin, ven a dormir... — habló entre susurros, sin abrir sus ojitos.

— ¿Harás esto cada mañana? Ya sabes que siempre voy a caminar — dijo cambiándose la remera del pijama.

— Es muy temprano — se quejó como si fuera una razón suficiente para que volviera a acostarse con él y olvidara el resto.

— Prefiero así, luego estoy ocupado.

Una vez que terminó de alistarse para su trote matutino, se acercó a su pareja y le depositó un dulce beso en sus labios rosados.

— Vuelvo en un rato, sigue durmiendo — se despidió, atravesando la puerta de la habitación.

Este se levantaba todas las mañanas a las siete y media, a excepción de los fin de semana o feriados festivos, para correr por un rato en las calles de su vecindario. Después se dirigía al club de boxeo, en el cual se había anotado hace un tiempo. No era muy conocido y de los más grandes, pero eso no le importaba en lo más mínimo, ya que cumplía su función principal de tener buenas clases.

A pesar de que la pandilla se hubiera disuelto, no quería perder su gran habilidad para pelear y aquel deporte le parecía perfecto para mantenerlo.

Luego de un arduo entrenamiento, volvía a su hogar para tomar una ducha rápida y despertar a Manjiro, al cual también le preparaba el desayuno.

No importaba que hubiese pasado un par de años, aquella costumbre de hacer caprichos y que este los cumpliera todos, seguía permaneciendo actualmente.

Así era la rutina de su querido Draken, la cual no le gustaba mucho. Que lo abandonara tan temprano, sin tener a nadie que lo abrazara para estar calentito y acompañado o que lo consolara por si tenía una pesadilla, no le agradaba eso.

De todos modos, él no se quedaba postrado en su cama durante todo el día durmiendo y sin hacer nada, a pesar de ser una idea muy tentadora.

Desde que comenzaron una relación a sus diecisiete y un año después se acabaran los días en la TouMan, lo único que sabían es que querían seguir permaneciendo al lado del otro. Lo pensaron bastante y tomaron la decisión de vivir juntos, de la cual no se arrepentían y nadie se opuso a esta.

Cuando el más alto finalizaba su rutina, se dirigía a trabajar en su tienda de motocicletas que abrió junto a Inui y Wakasa. La pasaban muy bien durante esas horas, atendiendo varios clientes, enseñandole un par de cosas al de cicatriz, que aprendía muy rápido. Los tres compartían un gran amor por la mecánica.

En cuanto a Mikey, él no estaba muy seguro de que hacer, ya que solo vivía concentrado en las peleas y en ser un buen comandante para sus reclutas. No sabía si quería seguir estudiando o conseguir un oficio directamente.

Su mente estuvo en blanco, hasta que en una de las tantas citas de la pareja, tuvo la suerte de encontrar a un artista callejero realizando una de sus obras en ese instante. Quedó embelesado por el movimiento del pincel, los colores vivos, las latas de pintura y el olor que provenía de estas, entre muchas cosas más. Simplemente le parecía increíble aquello.

Sᴡᴇᴇᴛ ᴍᴏᴍᴇɴᴛs | DʀᴀᴋᴇʏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora