2

1.4K 94 12
                                    

Si no puedes volar, corre.

Si no puedes correr, camina.

Si no puedes caminar, arrástrate

pero continúa avanzando.

Fue a principios de diciembre cuando mi vida cambio. El director, o mejor dicho, Leonardo, ordenó a todos los maestros que llevaran a los alumnos a la plaza central. Todos salieron formados y se acomodaron integrando pequeños rectángulos alrededor de Leonardo.

-¿Él es el director? –me preguntó Anita, mi compañera de clases.

-Sí, y se llama Leonardo –me regodeé al decir su nombre-. Es mi amigo.

-No te creo, eres un mentiroso.

-Que no lo creas, no quiere decir que no sea verdad –respondí molesto.  Me sacó la lengua y me dieron ganas de jalarle su malhecha trenza. No lo hice, sabía que no estaba bien golpear a una niña. En realidad creía que no estaba bien golpear a cualquier persona sin importar que fuera hombre o mujer.

-¡Buen día a todos chicos! –saludó Leonardo con su característico entusiasmo-. Esto que estoy por hacer es algo inusual, pero sé que debo hacerlo. En las adopciones anteriores no lo hice, y no lo hubiera hecho en esta de no ser por peticiones de esta pareja.

Al ver que no era nada interesante mi mente comenzó a divagar en recuerdos y en la escena que tenía frente a mí. Todos los niños miraban con atención a Leonardo, desde los más pequeños de preescolar hasta los más grandes (como yo) que ya iban en secundaria. Mi atención regresó a Leonardo cuando mencionó que esta pareja estaba formada por dos hombres. Pensé que había escuchado mal así que me concentré por escuchar el resto del anuncio.

-… ellos insistieron que hiciera esto pues querían que ustedes estuvieran de acuerdo con la adopción y fueran ustedes quienes los eligieran a ellos y no ellos a ustedes.

Veía como los maestros de preescolar intentaban explicar lo que había dicho Leonardo y por más que se esforzaron no tuvieron éxito. Los niños no entendían como era posible tener dos papás.

Leonardo ordenó a todos los profesores regresar a sus alumnos a sus respectivos salones y que todo aquel niño que estuviera interesado lo llevaran a su oficina. Salí de la formación y me escabullí hasta el edificio donde se encontraba Leonardo con aquellos dos hombres que pretendían adoptar un niño. Rodeé el edificio y escalé a través de unos arbustos para poder ver por la enorme ventana. Dos hombres estaban sentados, uno en el lugar de Leonardo y otro donde yo me había sentado todas aquellas veces que estuve ahí. El que estaba sentado detrás del escrito era más bajito que el otro, parecía muy nervioso y no dejaba de morder un bolígrafo.

-Tranquilo, Chris, me estás poniendo nervioso a mí –le dijo su novio… esposo… o lo que fuera.

-¿Por qué tarda tanto? ¿Y si las cosas salen mal? ¿Y si nadie quiere venir? ¿Y si…

-¿Y si dejas ser tan pesimista? Tú fuiste el que pidió que las cosas se hicieran así y además…

Los arbustos que estaban debajo de mí, cedieron ante mi peso y caí al suelo. La altura no era peligrosa pero eso no impidió que me diera un buen golpe. Intenté levantarme y correr, estaba seguro que aquellos hombres habían escuchado todo el ruido que hice.

-¿Estás bien? –me preguntó el más bajo cuando apenas me había puesto de rodillas y me preparaba para correr. Saltó por la ventana y aterrizo junto a mí-. ¿Te hiciste daño?

-No, no. Estoy bien, no me pasó nada. Eh, debo irme, lo siento señor –me di media vuelta y empecé a caminar.

-Espera, yo creo que sí te lastimaste –me alcanzó y se puso de cuclillas frente a mí. Tomó mis manos y las levantó para que pudiera verlas. De mis dedos corrían pequeños riachuelos de sangre, la piel de las yemas se había levantado un poco cuando intenté aferrarme la pared para no caer-. ¿No te duele?

-No, solo es una pequeña cortadita. No me duele, mire –cerré la mano con fuerza y hice una mueca de dolor al aplastar la herida-. Bueno, quizá sólo un poco.

-¿Te puedo ayudar a limpiar eso? –me preguntó con un tono de voz paternal justo como lo hacía Leonardo cuando quería pedirme algo. Alcé la vista y pude notar que el otro hombre nos observaba desde la ventana.

-Creo que puede hacerlo.

Rodeamos el edificio y entramos por la puerta principal. Preguntó  a la secretaria por el botiquín de primeros auxilios y ella se lo trajo rápidamente. No entendía por Gaby se dirigía a él como a él con un respetuoso “Señor”, si sólo le hablaba de esa manera a Leonardo.

*

-Esto te dolerá un poco, lo haré lo más rápido que pueda, si quieres puedes cerrar los ojos para que no veas…

-Creo que tú estás más nervioso que el chico, Chris. Déjame hacerlo a mí.

El señor al que llamaban Chris, rio nervioso pero dejó al otro limpiarme las manos.

-En realidad no te dolerá, sólo es agua oxigenada, no arde ni siquiera un poco –con una pequeña gasa empapada de “agua oxigenada” empezó a limpiar la sangre que ya comenzaba a secarse-. ¿Cómo te llamas?

-Tomás.

-Que bonito nombre, Tomás. Me gusta –comentó sin despegar la vista de mis manos. Con cuidado de no lastimarme limpiaba cada recoveco con aquella dedicación que sólo un padre podría tener… pero que iba a saber yo de padres si nunca había tenido alguno. Chris no dejaba de mirarme y sonreírme… y no puedo negar que me estaba poniendo muy nervioso.

-¡Listo! ¡Quedaste como nuevo!

Volví la vista a mis manos, estaban libres de sangre y con banditas de colores en todos los dedos a excepción de los pulgares. Se veían graciosos.

La puerta se abrió con un leve crujido y por ella entró Leonardo; me miró por unos segundos y me dedicó una sorprendida sonrisa.

-Christopher, Alexander, veo que ya conocen al pequeño Tom –avanzó hasta el señor Chris… Christopher y lo abrazó con mucho cariño, después le tendió la mano al que había llamado Alexander y la estrechó con el mismo afecto. Quizá noto mi cara de confusión y decidió explicarme un poco más-. ¿Recuerdas a mis dos grandes amigos que ayudan a mantener en pie esta institución? –asentí intentando recordarlo-. Pues son ellos. Christopher y Alexander me ayudaron con este proyecto de vida.

Cavilé unos minutos mientras ellos platicaban animadamente, reían y dialogaban de negocios que no entendía ni me interesaban. Así que estos dos hombres están juntos y ahora querían tener un hijo… pero, ¿podrían hacerlo? Recordé sus caras de preocupación al ver que me había caído y la manera en la que me curaron las manos.

Seguro que podrían hacerlo.

-¿Entonces quieren tener un hijo? –pregunté en voz alta.

Los tres adultos dejaron de hablar y me voltearon a ver entre sorprendidos y divertidos.

-Así es –respondió Alexander.

-¿Por qué? –pregunté.

-Porque sería bonito completar una familia –respondió Christopher esta vez-, y estamos seguros que podríamos cuidar a la perfección de un niño, ¿no crees?

-Yo creo que sí –respondí-. ¿Y quieren un niño o una niña?

Se vieron entre ellos con complicidad y en seguida a mí. No sabía bien lo que hacía… pero quería irme con esos señores. No sabía lo que era tener una familia, nunca había sentido el amor de unos padres, pero cuando ellos me cuidaron y se preocuparon, fue la mejor sensación que hubiera sentido en toda mi vida.

Tenía que convencerlos que me eligieran a mí.

Yo no veo la diferenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora