1

1.9K 99 7
                                    

Haz lo que siempre quisiste hacer,

mas vale arrepentirse y decir que lo intentaste.

 

No sé por donde comenzar mi historia, nunca he sido bueno expresando mi ideas. Supongo que debo empezar presentándome.  Mi nombre es Tomás, vivo en un internado desde… desde que tengo memoria. Según los profesores, mis padres murieron en un accidente automovilístico cuando yo tenía pocos meses de nacido y al no poder localizar a ningún familiar me quede ahí, pero eso no forma parte de mi presentación.

Empezaré de nuevo. Me llamo Tomás, tengo 13 años y vivo en un internado. Me gustan los días fríos y odio la primavera porque el calor es insoportable; más cuando debes compartir una habitación con nueve personas más. Me gusta la música tranquila y amo las cosas dulces. Mido aproximadamente 1.62 metros, soy muy delgado y mi piel es morena. Supongo que con eso será suficiente, ¿no? Yo creo que sí.

 No puedo quejarme, la vida aquí es cómoda dentro de lo que cabe, creo que estaría mucho peor si viviera en las calles. Intentaré explicarles como funciona mi vida aquí: todas las mañanas debemos despertarnos temprano para asistir a clases al edificio adyacente al de los dormitorios. Las clases terminan a las tres de la tarde y debemos acudir a los comedores donde nuestros platos ya están servidos y listos para los hambrientos estudiantes. Después de esto tenemos toda la tarde libre para hacer lo que a nosotros nos plazca.

El internado consta de varios edificios, dos son de dormitorios, otros dos son donde se imparten las clases y uno más que sirve de comedor. Cada edificio está rodeado por enormes jardines tan perfectamente cuidados que parecían dignos de un palacio. Mientras mis compañeros se quedaban en la habitación peleando por el televisor a mí me gustaba salir y recostarme en el pasto viendo como las nubes iban siendo arrastradas por el viento hasta perderse en horizonte. También me gustaba ver la cara de los adultos que trabajan en el internado, todos siempre intentando dar sonrisas a los niños y sacando paciencia de no sé donde.

Muchas veces llegué a preguntarles como el internado lograba obtener recursos y mantenerse en pie, sin embargo siempre me respondían: “No te preocupes por eso, Tomás, tú preocúpate por terminar la escuela y alimentarte bien”. Lo que ellos no entendían era que yo tenía miedo que todo se fuera abajo, que el internado cerrara y nos dejara desamparados a todos los niños que vivíamos aquí.

Un día llegué al pequeño edificio que está hasta al fondo –y el cual no conté anteriormente- buscando al director. Su secretaria me dijo que no podía verlo, que estaba muy ocupado y que no quería ser interrumpido por nadie.

-Por favor, sólo será un momento. Prometo no volver a molestarlo.

-Se enfadará conmigo, no puedo hacerlo, pequeño –me respondió con amabilidad como todos los adultos.

-Inténtelo, ¿si? Por favor –insistí.

Se quedó pensativa unos momentos y finalmente accedió.

-Está bien, espérame un momento.

-¡Sí, aquí la espero! Muchísimas gracias señorita.

Sonrío al escucharme llamarla señorita y me revolvió el cabello. Odiaba que hicieran eso pero no podía enfadarme con ella ahora que me estaba haciendo un gran favor. Entró por una gran puerta de madera y se quedó ahí dentro por varios minutos. Al salir me sonrío de con amabilidad y me dijo que podía pasar. Entré casi corriendo ya que no quería hacerle perder mucho tiempo. Su oficina era una enorme habitación llena de libros, eran tantísimos que estaba seguro que no había leído si quiera la mitad. Dejé de husmear cuando noté que el director me estaba viendo.  Era un hombre joven, bueno, no tanto. Su cabello era castaño casi por completo a excepción de unas cuantas canas. Su rostro estaba cubierto por una ligera barba que lo hacía verse un poco más viejo.

-¡Hola! ¿A qué debo tu visita aquí pequeño?

-No soy tan pequeño, ya tengo trece años –respondí y me arrepentí de haberlo hecho-. Perdón, me llamo Tomás y sólo quería hacerle unas preguntas, señor. Es para una tarea de… eh, economía -mentí.

-Muchas gusto, no tan pequeño Tomás –se río-. Yo me llamo Leonardo, y lamento decirte que no se imparte la clase de economía.

-¿No? Oh, que cosas –reí nervioso-. La verdad es que las preguntas son por mi cuenta, pero creí que si le decía que eran para una tarea me sus respuestas serían algo seguro de conseguir.

-Siéntate y pregunta con confianza.

Me senté en una enorme silla que estaba frente a su escritorio y él se colocó frente a mí. Finalmente fue él quien respondió a mi pregunta; el internado se mantenía gracias a los donativos de diversas empresas y a la inversión de dos grandes amigos. Le confesé mi miedo y  me tranquilizó diciéndome que el internado tenía todo asegurado, que aquello a que le temía era prácticamente imposible. Agradecido, me despedí y salí de su oficina más tranquilo que nunca. Leonardo (se había empeñado a que lo llamara por su nombre) me dijo que podía regresar cuando quisiera y que si algún día necesitaba algo o alguien, estaría siempre disponible.

Al parecer había encontrado un buen amigo.

Yo no veo la diferenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora