EPÍLOGO

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25 de julio 8:19 AM

La luz de la mañana ya empezaba a presentarse en el salón, despertando al ruso por la repentina claridad. Se frotó los párpados cerrados para poder abrir los ojos sin dificultades y así poder levantarse. Pero algo se lo impidió, un peso en su torso y una sensación de mojado en la parte del abdomen.

Horacio se encontraba prácticamente encima suyo, abrazado a él, dejando todo su peso encima del cuerpo del más alto. Volkov bajo su mano, posándola en la cresta del moreno y dejando varias caricias en aquella zona. 

-Horacio, despierta- murmuró con cariño, dejando las caricias ahora en su mejilla, bajando lentamente- Horacio-

Lo sacudió un poco, mientras susurraba su nombre. No respondía así que siguió bajando la mano, dejando caricias por toda su espalda alta. Una sensación extraña se instaló en el pecho del ruso, eso provocó que sus sentidos se intensificaran. 

La sensación de mojado en su abdomen empezó a ser molesta y la única respiración que escuchaba era la suya.

-Horacio- habló ahora más alto, sacudiéndolo mientras su mano seguía bajando, buscando la confirmación de sus sospechas y la razón de sus preocupaciones-

Al llegar al abdomen bajo pudo sentirlo.

Sintió la herida. Sintió la sangre. Sintió su mundo caer. 

Rápidamente se levantó, dejando a Horacio boca arriba tirado en el sofá. Vio como todo el abdomen del menor se encontraba apuñalado, sangrando. Unas fuertes punzadas en sus rodillas le hicieron caer al suelo, obligándose a apoyarse en el sofá. Agarró la cara de su amado, acunó sus mejillas y juntó sus frentes.

-No, no, no- susurró, dejando que el dolor de su garganta se apoderará de sus acciones, siendo esta la razón por la que empezó a llorar descontroladamente.

-Pero si ya lo maté, no hay asesino- murmuró, sabiendo que nadie lo iba a escuchar, porque estaba solo-

Volvía a estar solo, completamente solo en su vida. Todos estaban muertos. Todos los que había considerado algo más que unos simples compañeros de trabajo, ahora habían sido asesinados por alguien al que parecía agradarle el sufrimiento de los demás.

-Sin ti ya no me sirve seguir vivo- susurró antes de dejar un beso en la frente del moreno sin pulso- ahora nos vamos a encontrar, tu tranquilo, espérame-

Lo tenía decidido, no iba a salir de aquella casa con vida. No quería salir de aquella casa con vida, porque al salir, no le recibirán sus amigos, no le recibirá Horacio, no le recibirá nadie aparte de la policía.

Se puso de pie, respirando irregularmente pese a intentar calmarse. Miró directo a la puerta que tenía enfrente. Saldría por aquella puerta y acabaría con su vida. Ya no tenía que seguir vivo para proteger a nadie, ya no tenía que calmar a nadie que quisiese hacer una locura, ahora el de la locura iba a ser él. Una locura que estaba dispuesto a hacer para no seguir con aquel peso en su consciencia, aquella voz que le repetía una y otra vez que todos habían muerto por su culpa, que no había hecho nada por evitarlo.

Dio los pasos necesarios para quedar cerca de la entrada, posando su mano en la manilla y cerrando sus ojos, intentando calmarse, pensando que sería indoloro.

-No lo hagas- se escuchó detrás de él, como un murmuró-

-¿Horacio?- preguntó con esperanzas dándose la vuelta, deseando que fuera él-

Sin embargo, la decepción que se llevó al ver al de barbas al lado de las escaleras le provocó una presión en el pecho que no supo identificar.

-N-no me queda nada- susurró para él, pero el silencio en aquella casa provocó que el contrario lograra escucharlo-

¿Quién es?- AU SPAINRPOù les histoires vivent. Découvrez maintenant