— ¿Q-qué? — los ojos de Izuku se abrieron de par en par al escuchar aquel nombre siendo pronunciado.

— Él, ¿está enterado de todo lo que has hecho para entrar en la academia? — la mano del hombre vaciló unos instantes, arremetiendo contra el pecho del peliverde, el cual empezaba a agitarse al escuchar el rumbo que estaba tomando aquella conversación. — Los trabajos de medio tiempo que has tenido, la forma en la que has conseguido el dinero, y la manera en la que utilizas tu cuerpo para conseguir unos cuantos billetes más, ¿Le has dicho eso, gatito?

La respiración del peliverde se detuvo unos cuantos segundos.

— Tú no, n-no le dirás nada, ¿verdad? — preguntó Izuku con evidente preocupación. — Tu no, no le dirás nada de esto a Bakugou, ¿¡verdad?! ¡¿No estás pensando en decirle, cierto?!

Un suspiro profundo escapó de la boca del pelinegro. Quien la dedicó una sonrisa ladeada, una que respondió su pregunta rápidamente.

— Parece que realmente temes que el bastardo se entere de esto, ¿por qué será? — cuestionó el hombre al mismo tiempo que acercaba su boca a la espalda del pecoso — Oh, déjame adivinar. En cuanto el rubio se entere de todo no le tomará más de dos minutos abandonarte. Después de todo, nadie quiere a un juguete usado. Mucho menos, él.

Los ojos de Izuku pronto se detuvieron en aquella mirada fría que parecía querer consumirlo lentamente y sin vacilaciones. La mirada del pelinegro lanzaba advertencia tras advertencia. Sentenciando cada palabra, acto, o lloriqueo del pecoso, quien inevitablemente comenzó a llorar en silencio.

No podía hacer nada más que eso. Llorar, maldecir, y guardar silencio. Pues aunque le doliera aceptarlo, aún tenía una factura de hospital que pagar, y por si fuera poco, la beca de la academia solo cubría la mitad del costo total de sus estudios. Lo que lo llevaba a la misma conclusión.

Lo odiaba.

Sin embargo, lo necesitaba.

— Oh vamos, no llores. Sabes que no me gustan las lagrimas que no son provocadas por un buen castigo mío. — las manos del pelinegro pronto se detuvieron en el mentón de Izuku, admirando como sus ojos empezaban a cristalizarse. — Seré considerado solo por esta vez, verte lloriqueando así me vuelve loco.

El sonido de la bragueta de su pantalón resonó por toda la habitación, haciendo que el pecoso entendiera rápidamente a que se refería. Pronto su cuello fue sujetado con firmeza y encaminado hacia la entrepierna del pelinegro, quien gruñó al sentir la respiración entrecortada del pecoso.

— Y bien, ¿algo que decir antes de empezar? Me temo que tu garganta podría quedar algo lastimada después de esto. — advirtió el pelinegro con diversión, tirando del cabello de Izuku con firmeza.

Un ligero titubeo salió de los labios del pecoso antes de poder abrir la boca.

— E-espero, que a-ardas en el infierno...

El pelinegro dejó escapar una breve risita al escuchar la declaración del pecoso. — Gracias por los buenos deseos cariño. Ahora, abre la boca.

[...]

A la mañana siguiente

— ¡Ven aquí! ¡No te atrevas a huir! — exclamó Kirishima al mismo tiempo que derribaba el cuerpo del pecoso sobre la nieve, la cual amortiguo parte de su caída debido al abrupto movimiento.

— Y-ya te lo he dicho, no pasó nada. Me pasé la noche haciendo galletas...— se excusó el peliverde tratando de huir.

El niñero pecoso - KatsudekuOnde as histórias ganham vida. Descobre agora