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La habitación era grande y acogedora, las paredes eran cubiertas con una capa de madera oscura, con un gran balcón unos centímetros lejos del pie de su cama. Las dos camas estaban alejadas unos metros para que cada uno pudiera tener su espacio, pero ellos estaban casi pegados la mayor parte del tiempo, en cualquier actividad que hicieran.

Las facciones del más pequeño parecía detalladas caprichosamente por ángeles del arte, aún antes de florecer. Sus cabellos intensamente negros eran cepillados mechón por mechón por su amado compañero, tan suavemente que lograba que sus párpados se cayeran sobre sus pupilas azules, de vez en cuando observando el lago debajo del puente rodeado de vegetación decorativa pero natural, como flores, arbustos y árboles delgados; todo el paisaje llegaba hasta metros y metros de distancia de la enorme casa hasta un muro alto y con un grosor considerable para que nadie pudiera entrar ni salir, además de que era resguardado por soldados entrenados especialmente, pertenecientes a la tríada.

El suspiro de Takemichi atrajo la atención de la flor de crisantemo, Kazutora Hanemiya. Con sus labios esponjosos y sus ojos bicolores, de cabellos negro con dos mechones de color amarillo y mejillas rechonchas, él ya había florecido hace décadas, y tenía un amo al que servir, es casi el tutor del menor. ─Quiero irme.

El cepillado paró en seco, quedando las púas semirrígidas del instrumento enredadas entre las hebras. Un suspiro de preocupación y cansancio se asomó por los esponjosos labios carmesí del ya florecido doncel, pasando sus manos desde el cuello hasta el extremo de los hombros pequeños. ─ Mi pequeño, ya hemos hablado de ésto. ─ Takemichi giró su torso para permitirse ver a Kazutora, quien pasó una de sus tibias y pequeñas manos por las pálidas mejillas. 

Los grandes ojos de su niño lo miraban con una expresión preocupante, en ellos se veía reflejado el sufrimiento de las flores al tener que recibir a la muchedumbre con los brazos abiertos, siendo utilizados como muñecos a pesar de ser creaciones divinas. Kazutora siguió sonriendo, tomando otra vez el mango del cepillo para colocarlo entre el flequillo rebelde de Takemichi. Pero su movimiento fue detenido por la mano del bicolor aprisionando su muñeca con suavidad. ─ Sabes muy bien que los riesgos son mucho mayores si sales de aquí, lo único que puedo hacer es retrasar tu florecimiento. Si mi vida dependiera de dejarte escapar, lo haría sin duda, pero no hay alternativa para evitar riesgos horriblemente crueles.

Ustedes fueron creados para complacer a los demonios más importantes en todos los planos. Deberán obedecer cada orden y regla que se les imponga estando en custodia de ellos: lo importante es complacerlos al límite y que queden satisfechos, sin importar sus sentimientos u opiniones. [ ... ]

Resignado, Takemichi se dió la vuelta y siguió disfrutando deprimidamente la vista y los tiernos toques del peine sobre su cabeza, ahora endulzando sus tímpanos con el tarareo de Kazutora, quien solamente podía atinar a lamentarse y rabiarse internamente por el destino de su más querido ser.

Dejando de lado los pensamientos, ambos se pararon del colchón al oír la campana del almuerzo, por lo que los pasos desordenados de los demás donceles se escucharon resonar por el piso de los pasillos y escaleras, bajando hasta el comedor gigante en donde la señora los esperaba a todos al frente de las cuatro mesas largas atestadas de comidas apetitosas para mantenerlos satisfechos. Kazutora y él tomaron asiento casi al final de todo, enfrentados, y esperando que la mujer alta, con la cara despejada y su cabello recogido en una trenza bien hecha, que llevaba una camisa totalmente negra y una corbata pulcramente arreglada alrededor del cuello de la susodicha. Unos pantalones del mismo color penumbro encerraba sus piernas, que eran también cubiertas hasta las rodillas con un delantal blanquecino como dictaba el régimen para ser La señora.

blume.Where stories live. Discover now