Humanidad

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Tengo que matarte cueste lo que cueste, Ryuzaki.

Ese era el mantra que Light Yagami se había repetido una y otra vez desde el instante en que había recuperado los recuerdos relacionados con el cuaderno de muerte. Desafortunadamente para él, Misa no conseguía recordar el verdadero nombre del detective, por lo que le urgía pensar en una estrategia diferente para borrarlo del mapa cuanto antes y sin levantar sospechas.

Por si fuera poco, L no era el único obstáculo que se interponía en su camino a la gloria; también estaban sus sentimientos, que se empeñaban en querer interferir con su raciocinio constantemente.


Mis sentimientos...


Light veía sus sentimientos como frágiles y despreciables restos de su humanidad. Eran la vocecita en su cabeza que lo incitaba a dejar a Ryuzaki con vida, la conciencia que alimentaba sus anhelos profundos de sentirlo, de hacerlo suyo. No obstante, tenía claro que lo emocional era totalmente incompatible con su persona. Al fin y al cabo, un Dios no debía dejarse arrastrar por sus deseos más viscerales; tampoco podía dudar o mostrar vulnerabilidad.

Aquel día, sin embargo, Light comprendió que necesitaba volverse mucho más fuerte para ser capaz de silenciar sus emociones. Fue ese mismo día; el día en el que entró a la sala de control y vio la silla de L vacía; el día en el que fue incapaz de reprimir sus instintos más bajos y corrió a buscarlo.

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"Matsuda, ¿dónde está Ryuzaki?", preguntó, en tono casual. "No lo he visto desde ayer por la mañana."

"Eso me gustaría saber a mí, Light.", contestó el joven, con expresión preocupada. "No sé qué le pasa, pero lo noto ausente. Ya sabes, todavía más ausente de lo habitual. Quién sabe en qué estará pensando..."

Light emitió una carcajada forzada como respuesta al comentario de Matsuda. Efectivamente, él tampoco sabía en qué estaba pensando Ryuzaki; ni siquiera se podía decir que le importara del todo. Lo único que tenía claro es que sentía una incontenible obsesión por tocarlo, besarlo y poseerlo de mil y una formas. Desde hace días, meses en realidad, no dejaba de buscar patéticas excusas para pasar tiempo con el detective; sin embargo, este se había mostrado esquivo y distante con él. A pesar de ello, allí estaba, dejándose manejar por sus absurdas emociones una vez más; subiendo y bajando escaleras como un verdadero idiota, buscando a Ryuzaki en cada uno de los pisos. Fue después de recorrer todo el edificio cuando se le ocurrió un sitio que no había examinado todavía: la azotea.

Sin tan siquiera plantearse tomar el ascensor, Light subió los escalones de dos en dos y a toda velocidad. Ya en su destino, abrió la puerta que daba al exterior y comprobó que el pronóstico del informativo matinal se había quedado corto: no solo estaba lloviendo, sino que estaban bajo una intensa tormenta justo en ese mismo momento. Era obvio que Ryuzaki no podía estar allí con la que estaba cayendo.


Eso sería una estupidez, incluso para él.


En cuanto avanzó un par de pasos, se dio cuenta de que había subestimado la locura del detective. Allí, bajo el aguacero torrencial, estaba L, con las manos en los bolsillos, completamente empapado y mirando al horizonte como si nada.

"¡¿Ryuzaki?!"

Light tuvo que llamarlo un par de veces más, ya que el sonido de la lluvia era demasiado potente como para que L lo escuchara a la primera. Cuando el detective se percató de su presencia, este se llevó una mano a la oreja, como sugiriéndole al castaño que levantara más la voz.

EspiralWhere stories live. Discover now