29. Perras ganas de besarla

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JESS

Normalmente no dejo que me abracen, pero esa vez lo hice.

El sol acababa de salir, el viento entraba fresco desde la ventana y una pierna se enroscaba alrededor de la mía, helada. Las sábanas de Alex olían a coco y su pecho subía y bajaba con calma mientras respiraba.

Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue el pecho de la camiseta de Alex. Era negra y tenía el título de "Lady Bird". Recordé haber hecho hace algunos años un análisis de la protagonista y no entendí por qué me sorprendió que a ella también le gustaran las películas hasta el punto de comprarse una camiseta. Alex era actriz, así que tenía sentido.

Su cabello estaba en todos lados y, cuando levanté el brazo para acomodarlo detrás de su hombro, ella me abrazó con más fuerza.

—Quédate un poco más —me pidió sin abrir los ojos.

—Aún es temprano —le aseguré, para que entendiera que no planeaba irme.

Sentí un pinchazo de conciencia.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba en sus brazos y por qué no quería salir de ellos?

Sabía que tenía que moverme, que esto no estaba bien si lo que quería era ser sólo su amiga, pero también sabía que si me quitaba ahora, no volvería a sentirme tan en paz como lo estaba haciendo en mucho tiempo.

No quería terminar todo esto, pero no sabía qué hacer. Una parte de mí se preguntaba si no era dañino volver a intentarlo otra vez, esperar que la otra haya cambiado cuando sólo pasaron dos semanas. Era ingenuo y no me gustaba ser ingenua. Nunca lo había sido.

Apoyé la cabeza en su pecho, sin cerrar los ojos, y ella apoyó la mejilla sobre mi cabello. Vi un par de lunares en su escote y quise bajar el cuello de su camiseta para verlos, pero me contuve. Quería besar su piel y sostenerla con fuerza.

—¿Quién diría...? —murmuró Alex. Su voz era ronca y baja mientras subía y bajaba sus dedos por mi espalda—. Que en el fondo serías así de blanda.

—Eso es lo que pasa cuando tienes problemas paternales. Que no se te suba a la cabeza —le advertí y escondí el rostro en su cuello.

Ella rio.

¿Cómo podíamos estar aquí, como si nada hubiera pasado, después de todo?

—¿Siempre fuiste así? —preguntó—. ¿O sólo conmigo eres un gatito que ronronea?

Pensé en mis parejas anteriores.

Durante la secundaria no pude salir con nadie. Entre las malas experiencias y la sobreprotección de mis padres, me daban miedo cosas tan básicas como ir a una cita a solas con alguien. O asistir a una fiesta.

Comencé a salir con chicos en la universidad, pero una parte de mí siempre temió pecar de confianza. Por mucho que me gustaran, hubo líneas que yo misma tracé y nunca me atreví a cruzar.

—Vuelve a llamarme así y te mato.

—Hmmm... —Tocó mi mejilla y me acaricio con el dedo pulgar— ¿Puedo escoger cómo morir? Me gustaría que me ahorcaras o que me asfixiaras sentándote en mi cara.

Cerré los ojos.

—¿Cómo puedes seguir diciendo esas cosas después de todo lo que te hice?

Hubo un momento de silencio en el que creí que no iba a responderme. Abrí los ojos y miré a la ventana. Su otra mano seguía subiendo y bajando por mi espalda.

—Sé que no las hiciste para lastimarme. Y quiero pensar que las dos aprendimos algo de todo esto. —Suspiró—. Supongo que estoy muy enamorada. Eso es.

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora